PARADIGMAS MÍTICO-ANTROPOLÓGICOS EN EL POEMARIO HIELO EN EL HORIZONTE (2021), DE CARLOS CALERO  | AJKÖ KI No 2

PARADIGMAS MÍTICO-ANTROPOLÓGICOS EN EL POEMARIO HIELO EN EL HORIZONTE (2021), DE CARLOS CALERO | AJKÖ KI No 2

 

 

PARADIGMAS MÍTICO-ANTROPOLÓGICOS EN EL POEMARIO HIELO EN EL HORIZONTE (2021), DE CARLOS CALERO

 

Por: Yordan Arroyo Carvajal[1]

 

Comenzar a leer el libro Hielo en el horizonte (2021), de Carlos Calero es hacerse una pregunta obligatoria para poder leer sin que los pedazos de nieve nos congelen el cerebro ¿qué significa el hielo en este poemario y por qué se encuentra en el horizonte? Esta interrogante será la encargada de conducir no solo las siguientes palabras, y también, según se recomienda, la posible lectura de cada uno de las personas que se sienten con este poemario en sus escritorios, pupitres o regazos.

Podría responderse, brevemente, en las próximas líneas, la duda del anterior enigma, sin embargo, sería caer en lo simple frente a un poemario que rompe con lugares e imágenes comunes. Por ende, hilando las palabras con la aguja y el hilo que Penélope nos cedió mientras se fue a dar un noble paseo por ese mar que, como bien lo dijo la escritora española Carmen Losa, le pertenece a ella, se intentará contestar de la manera más amena posible.

Pensar en la palabra hielo, de primera entrada, nos podría remitir a la experiencia de resistir la fuerza de un áspero invierno, entre enero y febrero, en algún lugar de Europa. Sin embargo, esa imagen, aparte de común, sería errada, y como lo dijimos antes, en este libro no existe espacio para lo racional.

Carlos Calero, una de las voces reconocidas y, además, comprometidas de los últimos tiempos en la literatura centroamericana, aunque, según nuestras consideraciones, sí escribió este libro en invierno, congelado, sin publicar durante mucho tiempo, para que sus palabras se resbalen o fluyan de la mejor forma, con o sin trineo sobre la nieve, no fue en Europa, sino en el horizonte donde habitan los sueños, los sentimientos, los miedos, los fracasos, los triunfos. En muchos lugares de Nicaragua, pero también de Costa Rica y del resto de un topos en donde la muerte no necesita pasaporte.

En estos diferentes panoramas, unos, desde la mímesis, reales, entre ellos, principalmente Nicaragua y los otros, mito-geográficos, desde los que escribe Calero, la humanidad entera puede volver al inicio de los tiempos; al bosque o refugio en donde la palabra tiempo ni siquiera existía; al congelamiento; a la parálisis; a la nada; a la soledad y a la vez al silencio del encuentro consigo mismo hasta que el iceberg roce las caderas del fuego cuando nos habla de amor y de muerte, facetas que, de una u otra forma se encuentran en diálogo. En este poemario, Calero deja de ser Carlos y les da papel en blanco a los animales y a los muertos, sí, en plural, en nosotros, para que sean ellos, de la mano de la voz lírica, quienes se encarguen de crear, pintar, rasguñar y exponer, en medio de tanto frío, de tanta muerte, de tanta desolación, de tanta marginalidad, diferentes cronotopos en verso y en prosa.

Y es que, este nivel de temperatura, quizás los -15 º C, solo se obtiene cuando una persona, al igual que este poeta, lleva muchos años sin publicar un libro por andar tantísimas noches en silencio y sin abrigo (véase poema “DEVOLVER LOS SALVAVIDAS”), en el máximo horizonte del Everest de su pecho, buscando bisontes, tigres, ciervos, jabalíes, gatos, para que puedan expresar las palabras que lleva congeladas más tiempo de lo que la humanidad, los difuntos y él mismo se imaginan.

Desde la lectura que nos permite este libro, llegar al horizonte, como si un ritual antiquísimo fuera, es aproximarse al sitio cumbre para ver qué engaños arden en nuestras espaldas (véase poema “DONDE EL SUEÑO BUSCA UN SABLE”) y de esta de esta manera llenarse de un ejército de dudas en torno a la existencia y el mañana: “No sé si mañana signifique lo mismo” (“DEVOLVER LOS SALVAVIDAS”, p. 11). No saber y aceptar no saber es la única manera de caminar por la cima de la montaña con menos cubos de ceguera encima, para poder beberse una botella de vino bien fresca y de esta manera, enterarse de que en la noche, a veces se necesitan fórceps “para salvarle el corazón a un hombre justo / que intenta otros caminos” (p. 11).

En los versos citados, el infinitivo “salvar” y el adjetivo “justo” son de mucha importancia y retienen mucha fuerza. Ambos están llenos de ética solidaria y humanista. Este componente poético se refugia en cada una de las palabras de refugio, desnudez, búsqueda, encuentro y desencuentro de este poemario que invita a sus lectores a despreocuparse del frío, para que únicamente lo sientan y sin importar qué pase, regresen a sus casas a “devolver los salvavidas” (p. 12). En esta publicación hecha en Ecuador, lo que la voz lírica está codificando es que a veces, por miedo a no sentir hielo en el horizonte, solemos caminar, con más peso de la cuenta, por las praderas sin enterarnos de todo lo que hay en el mundo, cosas bellas, pero a la vez horripilantes, entre ellas guerras y desigualdad.

Sentir y caminar sin miedo a morir en el horizonte, en medio del frío, es quizás la única manera de salvarse, entrar en contacto con el otro hermano que no debe ser diferente porque al final, como titulo a uno de mis poemas inéditos, todos somos migrantes, y encontrarse con muchos animales o muchos poetas que limpian “la nostalgia del patio y nuestros ancestros” (“HOY ENCONTRAMOS A UN POETA”, p. 13), que sacan “la capa acre de los tristes” (p. 13), le otorgan un mejor significado a cada uno de nuestros recorridos, que no son ni más ni menos, como lo afirma la poesía de Calero, una inducción metodológica para acercarse siempre a la muerte (p. 13). La muerte es fiel invitada de este libro. Ella se encarga de congelar cada una de las palabras aquí presentes. Aunque, este congelamiento no es eterno, porque cuando el amor estas se derriten. Calor y frío como bases de la especie humana, lo cual ya lo encontramos en Lucrecio, provocan una dualidad universal. La poesía de Calero, aparte de profunda, psicológica, existencial y humana, según los paradigmas hallados, responde a principios epicúreos para un mejor vivir.

Por tanto, ¿de ahora en adelante, buscaremos tomarle cariño al hielo que aparece en el horizonte o nos devolveremos a casa a ponernos abrigo y cobijas cuando la temperatura baja por dentro? ¿Les seguiremos temiendo a la muerte? Quizás, la base de todo está en mantener un equilibrio entre ambas temperaturas.

En los poemas de este libro se esconden cientos de dudas. Todas ellas están tejidas en diferentes expresiones de incertidumbre que, hasta cierto punto, generan placer: “no sé, no sé, no sé” (claro ejemplo el poema “UNO TOMA MÁS DE LO NECESARIO”, p. 16). Justamente, podría decir que quizás la duda es uno de los tópicos más frecuentes. Este panorama de búsqueda constante de respuesta, conlleva a la construcción de enigmas como el siguiente “¿habrá voluntad por el amanecer, entre los vivos y los muertos?” (“NO SÉ SI HABRÁ”, p. 15), meteoritos de caos, lluvias de sombras, axiomas, átomos, restos arqueológicos, animales, muertos hablando, acertijos, naturaleza, en sí.

Las palabras o silencios que dan vida a este libro son un mar de componentes de antropología mitológica. Ellos nos hacen viajar hasta un lugar de la memoria (horizonte) en donde a veces (es un lugar que da paso a la ambigüedad: temor-seguridad), es mejor entrar con el alma sin miedos, preocupaciones, sombras y exceso de palabras, porque allí, la madurez provocada por el frío y por el calor del silencio (“cuando no hay ruido el silencio es sabio”, DE CAMINOS Y ÁRBOLES, p. 28) es la mejor aliada. Parte de lo dicho se refleja en el siguiente poema:

 

 

 

 

DESTIEMPO

“Es tiempo de que llegue a ser tiempo.

Es tiempo.”

Paul Celan

A pesar de todo,
nos movemos como sombras
porque un reloj advierte que basta y es suficiente.
La duda llega en las praderas,
donde la desesperanza atraviesa los arbustos
asediados por los incendios.
Aún no sé si nos quede tiempo
para descifrar el aullido de la nada
y que los miedos se conviertan
en celosos guerreros y anuncien el extravío de un rebaño

frente a las bestias del olvido y el mal tiempo.  (p. 17)

 

El texto anterior parte de uno de los principios clave de este libro, la ruptura de lo “común”, para construir, en algunos casos, salvo las menciones claras a Nicaragua en las últimas secciones del libro, entornos mítico-antropológicos. La voz lírica es una especie de filósofo que duda sobre sus alrededores. A partir de sus diferentes interrogantes construye entornos llenos de tintes existencialistas. Por esta razón, se considera que el clímax de este texto se encuentra en el cuarto y en el quinto verso “La duda llega en las praderas / donde la desesperanza atraviesa los arbustos / asediados por los incendios”.

En este caso, es necesario indicar que la pradera, en el arquetipo colectivo, remite al espacio ideal, al lugar donde el ser humano se siente libre, solo, en tranquilidad y por eso, es el lugar mítico perfecto para dudar. Asimismo, dudar es responder muchas de las preguntas que asechan al mundo y con ello, la voz lírica se entera de la fuerza que tiene la desesperanza en un mundo posmoderno donde todo se está incendiando, incluso, el mismo tiempo, que, según nos dicen desde niños, es el encargado de sanar heridas y traer esperanza al planeta.

Desde nuestras propuestas de lectura, el poema en mención nos dice que, lo único que queda para salvarse, si es que existe el tiempo, es abrir los brazos a la naturaleza y a la vida para sentir el placer del frío y del calor en el horizonte. Como lo dijimos anteriormente, frío y calor forman parte de la esencia humana. Ambos remiten al encuentro profundo con la sombra. Ella no puede vivir sin luz, pero tampoco sin oscuridad. Humanidad como equilibrio de las cosas, eso es parte del poemario de Calero. Dudar y a la vez creer. Temer, pero a la vez no. Recordar para olvidar. Vivir, pero también querer conocerle la cara a la muerte que a veces, en honor a Epicuro de Samos, podemos emularla, y decir que tal vez no existe (“DIGAMOS A LA MUERTE FRENTE A UNA DE LAS COLINAS DE PAVESSE, p. 18”), aunque sí exista cada vez que recordamos todas las personas que se han ido producto de las guerras y la miseria humana.

La poesía de Calero se convierte en un producto ambiguo que ayuda a emular preocupaciones humanas durante determinados lapsos, pero a la vez, no permiten que se olviden del todo. La voz lírica hace que sus lectores se quiten el miedo (idea epicúrea) y vean a la muerte sin ningún problema. Ella es lo único cierto y como tal, empapa a todo este poemario de misterio y interrogantes ¿qué es y qué hay más allá de ella? Preguntas como estas han rebotado durante siglos en la humanidad permitiendo la creación de cientos de mitos que siguen penetrando en la memoria colectiva de diferentes autores como este escritor nicaragüense-costarricense, que no conoce de fronteras cuando nos habla de lo que significa ser humano en un mundo tan desigual y acelerado como el nuestro.

La mejor manera de mantener el equilibrio del cosmos, según este poemario, es no afirmar nunca (en estos casos, la ironía, como si Odiseo fuera es fiel amiga del yo lírico, léase poema “RASGOS DE VIDA”). Dudar será siempre la mejor respuesta “digamos, supongo, digamos, supongo”, sin dejar de brindar tributo a Whitmann y a Vallejo, sin dejar de ser humanos en un mundo lleno de problemas éticos y morales que dan paso a un nuevo Caronte: “Ante un cementerio, / los vivos estiran su mano / y ni se avergüenzan. / Caronte las recuenta, pero más de una hace falta, siempre”. (“CARONTE LAS RECUENTA”, p. 25).

Por ende, quizás, (afirmarlo en un libro lleno de dudas sería un error e irrespeto) por eso, la mejor solución, desde la propuesta de este libro, es escarbar en la memoria hasta regresar a la infancia porque: “El retorno a la infancia / se explica con una nueva mitología de Ítaca, / que construye barcos bajo la lluvia / sin necesidad de morir en la guerra” (ALGO QUE TE APROXIMA A UN SEGUNDO RECUENTO). El amor para edificar un mundo mítico que nos permita reconstruir el nuestro es una de las mejores propuestas de este poemario fuerza temática que conlleva, justamente, al siguiente poema:

Lo único que no baja a la tierra

Cuando a un cazador se le muere la mujer

entierra con ella sus senderos.
Entierra algo más que su soledad y Los Pirineos.

Bajan a la tierra su noche y las lunas.

Baja su casa de piedras.
Baja el silencio del bosque y los cascarones de la nieve.
Baja la sobrevivencia y la carne sin grasa y macerada.
Bajan el jarro de hierbas y las cabras.
Baja el milenario vértigo del deseo convertido en recuerdo.

Bajan los ojos de esa mujer masticados por los espejos.
Bajan los árboles tejidos por el agua dura
entre los troncos envejecidos.
Bajan las pieles despellejadas.
Bajan el carbón y el fuego contra el lomo empinado de la nieve.

Bajan las osamentas congeladas de los animales cazados.
Bajan las sombras del frío por los agujeros de la madrugada.

Cuando a un cazador se le muere la mujer,
lo único que no baja a la tierra
es el amor por ella que mata a los lobos.

Tal cual se aprecia, el texto anterior toca la entrañas de lo humano y con la fuerza de la anáfora por medio del verbo “bajar”, genera un contraste con su antónimo, el verbo subir, acto de lo sublime. Abajo se encuentra lo inferior, lo carnal, mientras arriba se halla lo que va más allá de la física, lo que perdura, entre ello, el amor, único sentimiento que, como lo diría Vernant, permite que las personas sean inmortales por medio del recuerdo. Sin duda, por medio de este poema, el yo lírico invita a sus lectores a amar a sus seres cercanos, de tal forma que cuando mueran su amor nos sigan acompañando desde lo más alto. Al seguir este consejo, los muertos se convertirán en una especie de divinidad que nos libra y protege de todo mal.

Desde las fuerzas duales y cósmicas que conforman este libro, el mundo es bien y mal; no existe el uno sin el otro. Ambos forman parte de nuestras experiencias y por eso, al igual que sucede con la voz lírica en el poema “HOJA DE ALMENDRO” (P. 34), influencia totalmente homérica ya presente en la Ilíada, algún día despertaremos “sobre la tierra con el peso del día en el Pacífico y una incómoda cruz invisible”, aunque, siempre con el deseo que querer salvarnos por el amor, sentimiento complejo (léase “ABRE SU BOCA Y ME TRAGA”, p. 36), que nace por medio de la alegoría del fuego o del calor, ambos cercanos al frío, y retrocediendo hasta Lucrecio, donde también respira Epicuro, bases de la humanidad.

Por eso, el poemario de Calero, entre los muchos códigos, dudas y respuestas, nos indica que es necesario, por medio de diferentes enigmas, desenterrar las llaves que nos conducen hacia el horizonte de nuestras almas, de nuestros imaginarios, pero no sin antes abrir las puertas del inconsciente colectivo para tomarnos un vino o un café con todas las voces de los poetas que ya llegaron a ese sitio, entre ellos, se escucha, entre el eco, particularmente, con gran placer, a Safo de Lesbos, a Lucrecio y a Homero.

Según parece, estos tres autores referidos, a pesar de ser los más arcaicos, junto con la tradición judeocristiana, para no envejecer y seguir siendo parte del canon, de lo atemporal, están ardiendo en frío desde ese más allá, que quizás se encuentra en el pecho de nuestra piel o en los altares de papel de nuestros libros favoritos, aquellos que forman nuestro propio canon. Sin embargo, para intentar descifrar esa respuesta sería necesario viajar, en silencio, hasta el horizonte y al llegar a lo más elevado, dejar que nuestra temperatura descienda al máximo para luego elevarla tan alto como el amor, sentimiento que nos salva y nos mata al mismo tiempo, igual como sucede con Homero, quien hoy, ya muerto, pervive en estos poemas, reescribiéndose, una y otra vez, gracias al amor que Calero y sus distintos lectores siguen sintiendo por él y por todas sus mil cabezas de tradición, que no podemos cortar, porque, hacerlo es, quizás, morir en nuestro propio pasado (léase “AH, CON MIL CABEZAS”, p. 40 y “ATRAPÁ CON TUS SUEÑOS, LA NADA”, p. 43).

Y en este caso, para cerrar, debemos dejar claro que el pasado, de donde proviene el fuego y el frío, es un caballo que nos persigue y nos perseguirá siempre para recordarnos de dónde venimos (del pasado) y hacia dónde vamos: hacia una rueda llena de cadáveres, razón por la cual, similar a la novia del guerrillero, la pasamos hijueputeando (Léase “CUANDO LE DIJERON”, p. 45), como migrantes oprimidos al mito del poder que une a toda Centroamérica (Léase “SUPERMÁN ESTABA EN LAS PORTADAS”, p. 85) a una sed de dolor que solo podemos saciar por medio de la literatura y de los mitos que tantos cocteles y bebidas diferentes nos permiten.  

 


 

BIBLIOGRAFÍA

 

Calero, C. (2021). Hielo en el horizonte. El Ángel Editor.

 


 

[1]          Máster en “Textos en la Antigüedad Clásica y su Pervivencia”, de la Universidad de Salamanca y estudiante avanzado de maestría en “Enseñanza del Castellano y Literatura”, de la Universidad de Costa Rica. También, ha cursado estudios en Filología Clásica y en Educación Primaria en la Universidad de Costa Rica. Su especialidad son los estudios literarios, principalmente, la literatura costarricense, mitos y la tradición clásica en la literatura hispanoamericana, con un énfasis mayor en poesía y narrativa.

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