DILUVIO DE MÁSCARAS EN CONTRA UN CIELO PINTADO (2021), DE JUAN CARLOS OLIVAS

DILUVIO DE MÁSCARAS EN CONTRA UN CIELO PINTADO (2021), DE JUAN CARLOS OLIVAS

 

Por: Yordan Arroyo Carvajal[1]


 

Leer el poemario más reciente, ganador del concurso de poesía anual de la UNED, de Juan Carlos Olivas, quien a su corta edad es uno de los poetas más importantes del panorama poético costarricense y latinoamericano actual, ha sido un verdadero placer. Nunca en mi vida he releído un libro a menos que realmente me atrape, ni siquiera en un curso universitario, por eso quizás, los 3 autores que más he retomado hasta hoy han sido, en su respectivo orden, Homero (si fue que existió o fue una sola persona, principalmente La Odisea ha sido de las epopeyas que más he amado y siempre me encuentro rastros de ella en otros textos e incluso, en la televisión), Jorge Luis Borges (me ayudó a entender mejor mis transiciones, dudas, soledades y ambivalencias durante la adolescencia), y Antonio Machado (sin dar una respuesta amplia, desde mi adolescencia ha sido uno de los poetas que más me hace sentir escalofríos por medio del uso de sus imágenes, su fuerza para poetizar los espacios de soledad, las experiencias, los caminos).

 Y bien, justamente, trasladándome al repertorio poético costarricense, Contra un cielo pintado (2021) logró provocar ese efecto de imán (lector) - metal (texto). Al respecto, como si fuera una especie de ritual, lo leí 3 veces y en estas 3 veces, desde la misma simbología de este número, logré conocer el cielo, aunque, me caí de él, volví a la tierra, no me gustó, y terminé en el infierno por medio de unas palabras que arden en llamas y se encargan de quitarle la pintura a un cielo imaginario, idílico y utópico que, desde una visión religiosa, los cristianos siempre han anhelado. La verdad, este espacio me gustó más que los 2 anteriores (cielo y tierra).

Quedarse viviendo en este último sitio (infierno de luz) es poder atender, de mejor manera, a cada una de las dudas y desdoblamientos que Olivas muestra a partir del fuego de sus palabras que se convierten caballos apocalípticos que destruyen y a la vez construyen viejos y nuevos mundos. En este poemario se plantean nuevas posibilidades, es decir, se edifican nuevos génesis a partir de la ruptura de supuestos anteriores y de allí el origen del título del libro. Este remite, desde un análisis semántico, donde la preposición “contra” conlleva gran parte de la fuerza discursiva, a una rebeldía contra un imaginario de salvación que, desde la poética de Olivas, ya no existe, pues lo que verdaderamente existe es la tragedia. Y por eso, se ahonda de manera profana en Dios para presentarlo como un ente más de un teatro donde, tal cual titulé el título de esta reseña, llueven máscaras, pero llenas de moho.

Con respecto a mis 3 lecturas, la primera fue una mañana que decidí quedarme en mi cuarto. Ese día recibí el alimento por medio de cada una de las palabras, imágenes, sensaciones, intertextualidades, deconstrucciones dialógicas, “cachetadas” y asombros que me dio este libro. Sin duda, fue como recibir un desayuno gourmet. Así fue mi primera experiencia, aunque solo lo digerí y decidí no escribir nada.

El segundo día fue un fin de semana cualquiera, en esa ocasión sí tomé la decisión de escribir una reseña, sin embargo, no complacido ni siquiera con el título, decidí retomar el libro nuevamente hoy, es decir, noche del sábado y madrugada del domingo 18 de julio. De nuevo, cada palabra, cada diálogo con otras voces, cada orfandad, oscuridad, degradación y exposición de las partes más trágicas y oscuras de la humanidad, me aruñaron el alma. Sin embargo, cuando terminé la lectura, no quise sentarme a escribir de inmediato. Tomé la decisión de colocarme mis tenis, mi ropa deportiva y salir a correr a la sabana en San Ramón. Así fue como estas palabras pudieron fluir mejor; con cada vuelta que daba por la cancha se me ocurría un título y una idea diferente.

Sin duda, mi cerebro y mi alma necesitaban movimiento y sudor para poder expresar cada una de las experiencias con respecto a mi recepción lectora. Muchos títulos pasaron por los ríos de mi mente, pero al final decidí quedarme con “Diluvio de máscaras”, porque, como lo dije líneas atrás, en el libro Contra un cielo pintado (2021), el yo lírico, alter ego de Olivas, se encarga de desnudar por completo a la humanidad no solo mediante un diálogo vertical y horizontal con Dios, como se anuncia desde el epígrafe inicial, autoría del poeta norteamericano Dana Gioia, sino, entre muchos otros rasgos, desde las posibilidades filosóficas de orígenes diferentes: “Mejor hubiera sido un animal cualquiera” (“Sobre especie”, p. 2, v.1) “[…] en vez de haber nacido esto: / el único animal que usa la boca / para nombrar su tragedia” (vv. 25-27). Desde el primer poema se anuncia gran parte de la estética seguida por este libro, la tragedia, pero ¿cómo?

El edificio trágico-poético en el libro de Olivas se edifica a partir de la eliminación de máscaras a muchas de las ideas reproducidas en las Iglesias. Entre ellas la salvación. La poética de Olivas refleja, desde los mismos poemas, a una humanidad que ya no tiene salvación o al menos no un resguardo en el cielo, sino en la aceptación de la vida como tragedia, orfandad (subrayado propio), pecados, miserias, pobrezas e incertidumbres que también le competen a Dios, figura que se desacraliza. 

Y no es casualidad que en esta reseña enfatice la palabra “orfandad”, porque es muy importante en el resto de este libro. Por ejemplo, en el segundo poema, título “Linajes” (pp. 4-5), el yo lírico aclara sus orígenes y experiencias anteriores a la pronunciación de la palabra o bien, desde esta lectura, al “verbum-verbo” que, desde la tradición cristiana representa a Dios, divinidad como palabra o como verbo de existencia “soy el que soy”.

En este poema (Linajes) el yo lírico dice: “Mucho antes de pronunciar palabra / mi lengua conoció el sabor de la orfandad” (vv. 1-2). Es decir, la humanidad siempre ha estado huérfana. Nunca ha vivido en armonía ni en amistad con Dios o dioses, elemento muy propio de la tragedia griega.

Para entrar en detalles, este discurso metapoético, anteriormente citado, así como se teje a lo largo del libro, construye un espacio distópico (contrario a las utopías), existencial y caótico, cuya influencia remite a las estéticas de la tragedia griega, donde es imposible no destacar a Eurípides, quien, según palabras de Aristóteles, es el más trágico de los trágicos, porque muestra, en su repertorio, muy similar Olivas, la orfandad de sus personajes (en el caso de Olivas, claramente, al ser poesía no hay personajes, pero esta orfandad abriga a un yo lírico colectivo que, desde la dialéctica metapoética del poemario en mención, suelda su morfología como un sujeto o espejo universal donde todos los lectores, de manera atemporal, podremos ver nuestros rostros, sus maldiciones como humanos, vicios, inconformidades, pestes, miserias, muertes y toda serie de imágenes oscuras, llenas de soledades y ausencias que tantísimo le gustaron a William Shakespeare (al igual que Homero, si fue que existió o fue una única persona, existen tensiones al respecto), quien podría considerarse el padre o vehículo para trasladar la tragedia hasta la modernidad, al traer consigo todo un legado propio de los griegos, quienes contrario a otros géneros hallados, por ejemplo, la epopeya en la India, fueron sus absolutos fundadores.

Y justamente, gracias a Shakespeare, quien es uno de los autores, podría decirse, más catalogado, por el crítico Harold Bloom (a quien hoy, probablemente lo hubieran quemado vivo), como universal y además, casi como un ser divino, este legado de la tragedia griega brota en diferentes literaturas y diferentes pensadores de Inglaterra, Alemania, España, Estados Unidos, vemos en este caso Costa Rica y, en términos más precisos, en un país sin nombre (como se titula uno de los libros del poeta costarricense Álvaro Mata Guillé), porque la tragedia, tal cual se expone en este poemario de Olivas, no conoce de fronteras y le disgusta ver cielos pintados de ficciones, utopías y falsedades que el mismo genio del Renacimiento, Miguel Ángel Buonarroti, ya se había encargado de profanar desde 1508, cuando el papa Julio II le encargó decorar la Capilla Sixtina, trabajo que luego intentarían censurar tapando los cuerpos desnudos y profanados. Todo ello dio paso a que lo acusaran de hereje.

Así entonces, en este poemario de Olivas existe una dialéctica entre la tragedia griega, las tradiciones bíblicas (consideradas por Robert Graves, en su mayoría, como mitología hebrea) y el mundo artístico de la pintura europea, referente visto desde el título del libro. La poética de Olivas borra colores, dibujos, cielos, espacios e imaginarios, para pintar, desde diálogos profanos, otras posibilidades de mundo muy cercanas a lectores universales. Máximo hoy, en contextos llenos de muertes, miserias e incertidumbres. Estos cronotopos (concepto aplicado por Bajtín al estudio de los espacios y los tiempos en el texto), han provocado una reactivación de un mundo trágico que nunca se ha desactivado y, muy difícilmente se desactivará del todo. Así lo demuestra aquella literatura que le gusta caminar a la vanguardia. Desde este panorama, el poemario de Olivas es una muestra histórica de las condiciones existenciales del ser humano e incluso, de Dios, como divinidad o ser condenado a la misma tragedia de donde todos somos parte.

Desde los trágicos griegos ya veíamos a personajes independientes de las divinidades. Así sucede en la poética de Olivas porque permite, desde las ausencias y las soledades, realizar viajes hacia la infancia para acercarse más al significado de la existencia por medio de la búsqueda infinita e ironizar, por ejemplo, un tema tan rico, amplio y lleno de debates encontrados, incluso, en corpus de poesía apocalíptica, como lo es el fin del mundo: “Por culpa de mi mala memoria / llegué tarde al fin del mundo verdadero.” (Égloga del fin del mundo, pp. 9-10, vv. 12-13). Y así, al final de este poema se dice: “Solo tengo que salir de nuevo al balcón, abrir los ojos o cerrarlos, / y el mundo habrá llegado / como en tantos finales, a su fin” (vv. 29-32).

Desde esta óptica, el discurso poético citado anteriormente, plantea una de las ideas recurrentes en la poética de Antonio Machado, para quien Dios y sus mundos paralelos son una construcción mental. Por ende, esta divinidad aparecía con más fuerza conforme los humanos tenían más miedos. Aunque, de manera innovadora, en el libro de Olivas ese miedo se rompe, existe una apropiación profunda por parte del yo lírico, quien es consciente del mundo donde vive y, en vez de intimidarse, no para de buscar en sí mismo, como si esa instrospección fuera un infierno, para nada sitio de castigo (leer poema “Depredación”, p. 43), sino de encuentro absoluto con el ser en sí y su paradigma cosmológico, la orfandad. Además, es esa misma búsqueda la que le permite estar en contra de un cielo (símbolo de espacio sagrado de salvación) pintado (Símbolo de lo superficial, artificioso, la máscara). Las máscaras de la humanidad caen como si hubiera un diluvio y, por eso, a cada quien le corresponde ver su cuerpo desnudo en las orillas del río donde descansan los huesos de Narciso.

Por otro lado, la poesía de Olivas reflexiona no solo sobre su ser individual, sino sobre el mundo y sobre los sitios por donde él ya pasó. Por eso, en su poema “UN ADOLESCENTE ENCUENTRA ESTE POEMA EN UN VIEJO CUADERNO Y LO ATRIBUYE A SU PADRE” (pp. 11-12), acerca el mundo de los adolescentes y lo presenta como un espacio efímero que al marcharse se convierte en nostalgia: “Los adolescentes no saben que están siéndolo / hasta que un día descubren, bajo una sed lejana, / que aquellos fueron años de abundancia / y de esa época, / como un signo sonoro y deleznable, / ya solo quedan las cicatrices de la luz” (vv. 34-39).

En los versos anteriores se plantea la idea de que en el acto de conocer (luz) algo que ya no está y no volverá, siempre habrá dolor y con ello posteriores cicatrices. Sin duda, el mundo es una tragedia y la mejor opción es aceptarlo. Ese es uno de los consejos existencialistas y filosóficos que deja este valioso libro.

En ese mismo proceso de aceptación del componente cosmogónico trágico y de lo mísero, que permiten desdoblar con muchísima fuerza, creatividad y frescura, todo tipo de discurso utópico, destaco el poema “CANCIÓN DEL ORGULLO” (pp. 15-16). En él, el yo lírico se siente orgulloso de su propia pobreza, de su fe criolla debido a que nadie se arrodilla, de ser parte del círculo de los desesperados y mediocres, de comer con los perdedores, e incluso, para romper con la semántica tradicional detrás del acto de bendecir: “Bendito sea yo, una y mil veces, por mi mala suerte. / Esta es mi tierra, / mi pedazo de nada tan querida, / y no hay espacio aquí / para los vencedores” (vv. 26-30). Si se nota, la voz lírica acepta su condición de vida distópica, y plantea esto como la mejor alternativa para seguir sobreviviendo. Ya no quiere estar esperando fines de mundo y salvaciones construidas por la propia mente. 

En todo este poemario, dentro de lo mucho que podría decirse, lo único cierto es que el mundo es, será y siempre ha sido una tragedia y por eso, las tejedoras del destino se siguen y seguirán burlando de nosotros no solo con la peste que actualmente nos acontece, sino con otras muchas más, entre ellas, ya para ir cerrando, el mal de ojo, la envidia y las malas vibras que en el poema “Tijeras” (pp. 69-70), la abuela cortaba con sus tijeras, pero que el yo lírico hoy busca cortar con el filo de sus palabras, mismas que, como se dijo al inicio, construyen un génesis trágico donde todas las personas estamos “Muy solos. / Y la verdad, ya nadie quiere ser salvado” (“Sobre los oficios”, pp. 46-47, vv. 31-33), lo único que importa es alimentarse con preguntas que, al igual que en este libro, busquen despintar el color artificial de ese cielo que desde niños nos enseñan u obligan a conservar como cuadro sagrado e intocable.

 


[1] Poeta costarricense. Presidente de la Unión Hispanomundial de Escritores, Costa Rica. Docente universitario e investigador académico. Certificado de Oro del Ministerio de Educación Pública Costarricense por su Excelencia Académica en Estudios de Maestría con la Universidad de Costa Rica. Jefe editor de la revista académica De Dioses y hombres. Estudios de las religiones y mitos (España-Costa Rica). Contacto: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Bibliografía:

Olivas, J. C. (2021). Contra un cielo pintado. EUNED.