ESTRATEGIAS FUNERARIAS PARA APRENDER A CONVIVIR CON EL DUELO, CON LA AUSENCIA Y CON LA MUERTE EN VIENTO INMÓVIL (2020), DE MARÍA MACAYA MARTÉN

ESTRATEGIAS FUNERARIAS PARA APRENDER A CONVIVIR CON EL DUELO, CON LA AUSENCIA Y CON LA MUERTE EN VIENTO INMÓVIL (2020), DE MARÍA MACAYA MARTÉN

 

Por: Yordan Arroyo Carvajal[1]

 

El poemario Viento inmóvil (2020) es la ópera prima de María Macaya Martén y qué mejor manera de iniciar las armas en la literatura como oficio por medio de una publicación en la Editorial de la Universidad de Costa Rica, luego de recibir mención honorífica del jurado en 2019.

En este libro conformado por 31 poemas, dialogan los muertos, los duelos, las incertidumbres, el dolor que a veces no es tan dolor, los desamores que a veces fueron amores, el existencialismo, las ausencias que a veces son compañías, las dudas que a veces son ese confite para subirnos el azúcar, lo absurdo de la vida absurda, lo carnavalesco y lo necromántico.

En la poesía de Macaya se esconde la creatividad simbólica y existencial de un yo lírico femenino que rompe con lo racional de lo irracional para hacer dudar a sus lectores por medio de preguntas como: ¿quiénes somos? o ¿de qué manera hemos llevado nuestra vida?

Estas estructuras enigmáticas y si se quiere escatológicas, se visualizan desde la bellísima portada del libro. En ella hay una calavera adornada con flores. Asimismo, como característica propia de un marcado simbolismo francés en el estilo poético de esta autora, los tonos de la portada juegan papeles vitales, entre ellos, se destacan el color blanco que contrasta con el negro, esto permite la lectura de un vaivén entre duelo y trascendencia; y el morado y el rojo de las flores de las calaveras que representan ese tinte mortuorio que tiñen el cabello de las 77 páginas de este libro.

Incluso, el primer poema se titula “La muerte de mi padre” y es uno de los más representativos del poemario. Hay una ruptura absoluta de lo racional y de lo normativo, por eso, desde el inicio, la voz lírica acepta lo siguiente: “Escribir estas líneas es el pecado más grande que he cometido en la vida” (p. 1, vv. 1-2). Ella contará cómo murió un padre que se construye a partir de imágenes simbólicas como “la cabeza de pájaro” y la añadidura de colores para jugar con la imaginación de sus lectores “rojo, verde, fosforescente, grises” y así, en un mar de dudas, se pregunta a sí misma si lo que recuerda fue realidad o “acaso un sueño” (p. 2, v. 18).

Sin duda, lo irracional es el aire de los pulmones de este poemario, de lo contrario ¿cómo podría saltar hacia el vacío un dedo temeroso? No es necesario responder ni encontrar respuestas racionales en la poesía de Macaya, basta con leerla y sentir en nuestros adentros ese amanecer que despertó cuando ella empezó a sanarse con el antibiótico de sus palabras.

Por otro lado, se encontrarán viajes hacia la infancia para entender mejor el presente y a la vez tener fuerza para seguir luchando durante un proceso de duelo. Retornar a la inocencia es encontrar la “dulce sabiduría de niña” (p. 4, v. 8) ¿Acaso esto se deba a que los niños tienen la posibilidad de encontrar dulces en el dolor? Parece ser que sí, porque la filosofía de muerte que plantea la poética de Macaya no remite a lo tradicional, al dolor, la tristeza, el ahogo, sino que, se plantea el final como una fiesta al estilo de Poe: “Celebremos triunfantes el último bloque / el sabroso eclipse, la noche perpetua. / Tristes son los que quedaron afuera, / no oigamos sus lamentos. / ¡Que empiece la fiesta!” (p. 5, vv. 29-33).

Y uno de los poemas donde destacan las construcciones de imágenes relativas a lo escatológico y cercano al romanticismo inglés es en “Viento inmóvil”, en él, desde el inicio se dice “El cuerpo parece una momia. / Está tapado por sábanas como cordillera blanca / que es monstruosa columna vertebral, / a lo largo de un país / hecho exclusivamente / de nieve y viento.” (p. 6, vv. 1-6). En estos versos, los símiles y los símbolos remiten al inicio de una historia de muerte donde el yo lírico construye un espacio diferente, en él sobresale el frío (nieve y viento), temperatura que sentimos cada que vez que nos llenamos de lágrimas y dolores que nos carcomen el alma.

Solo que, la poesía de Macaya, más que concentrarse en el dolor total o fatídico, se enfoca en la duda y en las posibilidades de respuestas a preguntas que quizás nunca nos hemos hecho “No sé qué función tienen las toallas; tal vez impedir que la cabeza se vuelve” (p. 7, vv. 20-21). Y es así, en este mismo poema, que se logra entender cómo el viento inmóvil al que se alude desde el título del poemario, es ese cadáver que se mantiene estático, como la muerte misma, aferrada como yeso a los huesos de nuestras memorias. 

La muerte se convierte en el hilo conductor de este poemario, incluso, se le personaliza y adquiere vida por medio del uso de símiles “Cuando la muerte llega / llega como un accidente. / Es un tren que nos golpea de la nada” (p. 8, vv. 1-2). Ella está y estará siempre en nuestro salveque sin importar si la busquemos o no, porque tiene control absoluto sobre nosotros. Tan solo somos “Recién nacidos / andamos como polluelos / dando golpes / por extraño relieve, / que llegaremos a conocer / solamente con el tiempo” (p. 10, vv. 50-55).

La poética de Macaya transmite la idea de que solo los años nos darán a conocer el verdadero sentido de la vida: felicidad-tristeza, angustia-celebración; la dualidad del cosmos que lleva al todo y a la nada y que solo se come con el sándwich de la mañana, calentado en el microondas de la duda: “No se puede dormir / sin saber quiénes somos, / o quién ha muerto, / o quiénes seremos, / por el resto del trayecto que tenemos por delante todavía” (p. 11, vv. 83-87). Quizás tan solo somos pasajeros de un tren que tarde o temprano llegará a la estación final y, por tanto, nuestra única alternativa será disfrutar el viaje lo más que podamos.

Es cierto que estamos acostumbrados a llorar para vaciar el dolor, pero, en la poesía de Macaya se nos plantea otro panorama; quizás lloramos para darnos cuenta si algo realmente pasó, porque quizás todo lo que nos mata por dentro pueda ser “un sueño, un sueño, un sueño”, así como también la lectoescritura de estas palabras puede ser un sueño. Quizás en este momento todos estamos dormidos imaginando que leemos o que escribimos mientras la muerte nos acaricia el rostro ¿por qué no?, en realidad, quizás ella sea la única compañía que tenemos y al no quererla, no aceptarla o temerla nos condenamos, tal cual se dice en la poesía de Macaya: “a comer de todo, glotones, pero aún así, sin poder llenar nuestros vacíos”.

La irracionalidad y la ruptura de los mundos comunes en la poesía de Macaya es tanta que, justamente, en el poema “Huesos”, que a mi consideración es uno de los más representativos y fuertes del libro, la voz lírica le reclama a los huesos de pollo de una persona que ya no está en carne y hueso (valga la repetición), aunque sigue estando por medio de los sobros que dejó en el plato de la vida. E incluso, la hablante lírica se muestra tan molesta que le reclama al difunto por haberse marchado y rompe con la siguiente filosofía universal y ovidiana: “el amor y el recuerdo vencen a la muerte”, pues en la poesía de Macaya se comenta: “Y la gente dice que quedaste / en la memoria, / en los periódicos, / en los trofeos, / en las fotos, / en la empresa, / en esta página” (p. 15, vv. 35-41).  A la voz lírica no le interesa nada de eso, ella quiere a ese tú lírico con ella, por esa razón, se lo reprochará siempre. Él no tenía que haberse marchado sin pedirle permiso.

El reclamo es constante debido a la presencia de un yo lírico femenino consciente de lo que le toca vivir dentro de un espacio vacío, lleno de polvo y huesos: “Se acabó el mundo, / sigue el duele, / el duelo duele, / y huele a infierno.” (p. 18, vv. 16-19). Hay una voz guerrera de fondo luchando por sobrevivir entre la muerte y las cenizas, y por eso, para adquirir fuerza, en su poema “Ausencia” (pp. 19-20), desdobla la idea tradicional de ausencia y la presenta como una fuerza que acompaña y da tranquilidad al ser, para seguir una muerte en vida durante el proceso de duelo: “Me calma en medio de noches en vela” (v. 7); “Su ausencia es fiel como nada ni nadie” (v. 12); “Requiero de su ausencia / para seguir adelante” (vv. 16-17). Inclusive, siguiendo con el desdoblamiento de lo común, la voz lírica dice: “Me gusta más su ausencia / que cuando estaba conmigo / porque su ausencia no me deja / ni se va de viaje ni se enoja” (vv. 20-23). Asimismo, inscrito en la literatura de lo absurdo y lo carnavalesco, este poema cierra de la siguiente manera: “La llamita de la vela / bailaba burlesca / y se reía de mí / moviendo las caderas” (vv. 38-41).

Y así, conforme van pasando las páginas del libro, la voz lírica tiende a disfrutar del proceso de duelo, por esa razón, en el poema “Quirúrgica masacre” (pp. 39-41), siente placer al arrancar al tú lírico poco a poco de su ser;  ella se convierte en cirujana y se opera el alma para sacar los dolores de más, pero no sin antes seguirle reclamando: “Nada te costaba ser un poco más determinante” (v. 36) y por eso, de ahora en adelante, quiere más a los parásitos que habitan en su estómago que a ese tú lírico que pasó del amor al odio, tal cual tópico de Catulo, porque solo odiándolo tendrá las fuerza necesarias para arrancarlo de raíz con un bisturí. La hablante lírica se construye como mujer maléfica, Medea, pero desde un sentido deconstructivo, sanador, busca salvaguarse, dejar de sufrir y apuesta por el amor propio.

Incluso, también, referente al constante desdoblamiento de los discursos racionales, ya que ella le ha tomado “odio” o “desapego” al tú lírico, en el poema “Quiero que me odies” (pp. 42- 44) dice lo siguiente: “Quiero que me odies / que me veas y quieras que me muera” (vv. 1-2). Ella se presenta como una voz lírica empoderada y se burla del tú lírico: “Yo no aguanto emociones tibias / y lo sabias desde el primer día” (vv. 48-49). Ahora, tal cual se aprecia en el poema “Vil dinámica” es amante del dolor, de las mentiras, del veneno, de las malas prácticas; ella, la voz lírica, ha salido del infierno, ya pasó por el fuego y ahora se transforma en un águila egipcia que ha ganado el juego y por eso, es consciente de todo, al punto de seguir reclamando, de seguirse burlando y ya no sentir el fuego en su alma, sino en sus manos para hacer palomas doradas o palomitas de pollo y devorárselas.

No obstante, como en todo duelo, este poemario lleva a sus lectores por altos y bajos, hoy extraño, mañana no, pasado mañana ya no quiero, y así, de manera, se irá leyendo un proceso que no tiene por qué ser lineal ni estructurado debido a que los humanos somos seres llenos de desórdenes interiores. Sin embargo, como todo, luego de danzar una y otra vez en círculos, propio de los rituales, nuestros duelos terminarán o al menos eso creemos. Aunque, si acaso no terminan y el fantasma del apartamento del frente nos sigue visitando de vez en cuando, por lo menos se encontrará con una persona diferente, con alguien que habita en una “Propiedad privada” en donde, como dice el último poema del libro en mención “No se admiten visitantes” (p. 77, v. 40). Ahora es tiempo del descanso para renacer en nuestras propias muertes, lágrimas y cicatrices.

En fin, el poemario de Macaya es un libro de viajes intímos, la voz lírica es nómada, anda por Francia, por Boston e incluso, por los cementerios universales que nos habitarán el pecho a todas las personas que leamos este libro donde una voz tan nómada como la soledad nos contará muchas historias, muchas anécdotas de manera poética hasta hacernos dudar de las propias uñas de nuestros dedos. ¿Por qué están ahí? ¿Para qué sirven? ¿Acaso para escarbar debajo de nuestras cicatrices y sanarnos del todo?

Asimismo, si algo cierto nos deja esta ópera prima de Macaya es que nunca estaremos solos, siempre estaremos acompañados por la muerte que nos vigila desde su altar con un trapo en su cabeza sin cuello, o ya sea por una sonrisa, o por la fotografía que tarde o temprano se destruirá con nuestras lágrimas de ceniza y carbón, luego de haber amado tanto a alguien que se convertirá en polvo y nos permitirá llegar a amar un proceso de sanación donde cada palabra, durante nuestras propias terapias de muerte y resurrección, se alzará en llamas como un ave fénix cuya cédula carga con el rostro inmóvil de la muerte. 

 


[1] Poeta costarricense. Presidente de la Unión Hispanomundial de Escritores, Costa Rica. Docente universitario e investigador académico. Certificado de Oro del Ministerio de Educación Pública Costarricense por su Excelencia Académica en Estudios de Maestría con la Universidad de Costa Rica. Jefe editor de la revista académica De Dioses y hombres. Estudios de las religiones y mitos (España-Costa Rica). Contacto: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Referencia:

Macaya Martén, M. (2020).  Viento inmóvil. EUCR.