MEMORIAS DE UN MIGRANTE INFINITO EN EL POEMARIO HIPOTERMIA, SOPOR Y SOLEDAD (2021), DE ANTONIO OJEDA

MEMORIAS DE UN MIGRANTE INFINITO EN EL POEMARIO HIPOTERMIA, SOPOR Y SOLEDAD (2021), DE ANTONIO OJEDA

 

Por: Yordan Arroyo Carvajal[1]

 

Antonio Ojeda es un poeta que nació en 1997 en México. Su ópera prima la publicó en 2021, en plena época de pandemia gracias al apoyo de la Universidad Autónoma del Estado de México donde sacó su licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas. Esta institución ubicada en Toluca en el Estado de México se caracteriza por creer en los jóvenes soñadores y con espíritu enérgico y lleno de esperanza, y eso por eso que decidieron financiar la publicación de Hipotermia, sopor y soledad, libro que, desde el mismo título remite a sus lectores a un viaje hacia lo más hondo del yo lírico. En dicho lugar, no importa el idioma que se hable, pues entre más callado y solo se llegue, mejor será la experiencia.

Este libro está conformado por 41 poemas llenos de experiencias y tal cual lo apunta el poeta mexicano Francisco Trejo en su contraportada, remite a una de las máximas tradiciones poéticas, el discurso elegiaco. Concuerdo con Trejo, pues en las páginas del libro de Ojeda hay rotundos viajes internos que remiten a una experiencia real, un poeta sobreviviendo en una tierra lejana donde lo único cercano son los recuerdos y por eso, se hallan varios poemas dedicados a su abuelo, a su padre, a su hermana, a su madre, etc. Su familia es parte del proceso creador.

Cada uno de los poemas de Ojeda realizan, a partir de imágenes sensibles y naturalistas, un acercamiento con mundos de ausencia, soledad, recuerdo, memoria y anhelo, entornos de los cuales ningún ser humano se escapa. Estos aconteceres son expresados por un yo lírico nómada y deseoso de aprender, crecer, florecer con cada recuerdo que lo hace entrar en contacto consigo mismo. Por esto, no es casualidad que el poemario esté dedicado a su abuelo. En el poemario de Ojeda hay un constante retorno y, mayormente, búsqueda en la infancia.

Sin dudas, en cada palabra e imágenes, la memoria cumple un papel relevante, se convierte en herramienta para intentar curar las goteras que se hacen más grandes cuando llega el invierno, estado que, muy similar a la poética del poeta español Antonio Machado, juega con los sentimientos del yo lírico y lo hace entrar en un proceso de hipotermia, soledad y pesimismo. Aunque, cabe preguntarse, ¿Qué pasa con este yo lírico? ¿Acaso es devastado o la palabra lo salva?

Cabe decir que no. Si bien es cierto en el poemario sobresale el discurso elegiaco, el yo lírico hará que sus lectores crean en la esperanza de una mejor vida, e incluso, hará reflexionar lectores sobre comportamientos cotidianos que a veces se dejan pasar sin antes pensar en que quizás mañana sean solo recuerdos y corresponda vivir arrepentidos de por vida.

            La poética ojediana es muy sensorial, esto se aprecia desde estrofa inicial del primer poema. En él, el recuerdo y la nostalgia son el desayuno, almuerzo y cena del yo lírico. Y aquí, lo interesante es que normalmente, cuando se habla de recuerdo, lo primero que se nos viene a la cabeza son tiempos lejanos, quizás de nuestra infancia, pero en este primer poema, el yo lírico no solo tiene recuerdos del ayer, sino también del hoy. El hoy se hace ayer al escribir. El recuerdo adquiere un significado de vida. Podría decirse que, desde la construcción poética del poemario de Ojeda, la vida es un edificio de recuerdos que nos permiten seguir luchando con nosotros mismos para no fallecer atrapados por las olas de la nostalgia.

            También, en la poesía ojediana se juega con los sentidos, ejemplo, el olfato: “Tengo un amuleto de aromas” (p. 11, v. 9), el aroma también remite al recuerdo de una persona, un momento, un ayer que tuvimos tan cerca, pero ya no está más que en los olores, en los sueños, en las fotos, en el pasado que solo morirá cuando el recuerdo fallezca. Y en este caso, cabe decir que a veces recordar es más que necesario. Ejemplo, en latín el verbo ignoscere significa tanto perdonar como olvidar.

Desde esta panorámica, a veces nos olvidamos de nosotros mismos, de nuestras raíces, de lo que somos y por qué estamos en la tierra, por ejemplo, a veces nos olvidamos de las enseñanzas y amor que nos heredaron nuestros abuelos. Y bien, cada persona sabrá qué olvidar y qué no; al menos, para el yo lírico de los poemas de Ojeda, olvidar es imposible, los recuerdos se convierten en caminos que lo persiguen una y otra vez como gaviota que vuela en los puertos (“Hostal”, vv. 1-2).

            En la poética ojediana deambula otro de los sentidos, la escucha; por eso, la música tiene un factor estético importante en sus composiciones. La música está presente en gran parte del poemario y esto no es casualidad. Recuérdese que Ojeda, aparte de escritor es músico y por eso tiene un oído agudo para escuchar muy bien las canciones de nostalgia que se tocan con la lira de un Orfeo que ya no está, aunque eso no impide escucharlo desde el más allá. Y justamente, en hilo con Orfeo, Ojeda busca en sí mismo, tal cual figura mítica se fue detrás de Eurídice para poder sentirse completo; solo que la compañera del yo lírico no es Eurídice, sino la búsqueda.

Él es un misionero en busca de una razón de ser “No me encuentro donde me encuentro”, por ende, debe escarpar más en sí mismo, con el afán de poder encontrar ese tesoro que quizás se encuentra perdido en una casa de madera que solo es habitable por una memoria alimentada por el abismo, pues allí, muy en la estética del surrealismo, todo es un espejo, hay ilusiones de ilusiones construidas por la imaginación y por eso, no es casualidad que el segundo poema del libro se llame “Hostal”. El yo lírico es un migrante que anda buscando un hogar, al no tenerlo todavía, su única solución es descansar en dormitorios ajenos.

En el tercer poema, ese yo lírico nómada, solitario y migrante sigue su viaje y casi que pinta los lugares donde se encuentra, lugares ajenos donde a veces la tristeza provoca que las mismas aves se marchen al ver a alguien diferente a ellas. En este tercer poema del libro, por ejemplo, ya se comprueba, sin dudas, que la voz lírica no está en su tierra, está en Chile, patria de Raúl Zurita, y por eso, utiliza imágenes relativas a la costa, al mar. Al generarse este efecto geográfico, los lectores podemos imaginarnos un lugar inmenso de fondo que hace que la voz lírica se sienta más sola; su casa, su útero materno está lejos y entre más distante esté su familia más le duelen esas huellas que firmaron sus palabras en septiembre de 2018 en Viña del mar, así como también la tinta de sus huesos firmaron temblando otras palabras en diferentes lugares de Chile y Argentina.

Un dato a destacar es que el mar es uno de los elementos constantes en el poemario de Ojeda, en sus poemas, ya no solo se presenta el mar como un lugar cercano a la experiencia del yo lírico en el extranjero, sino también, como símbolo de tristeza y a la vez de esperanza por retornar al líquido amniótico de su madre: “El único destino posible / siempre ha sido el mar. / Desde antes, desde niño” (p. 18, vv. 2-4).

Por su parte, en la poesía ojediana se hallan huellas del modernismo, aparecen las ninfas y ese color azul que lo persigue desde la memoria de Rubén Darío, quien se monta en los caballos de Lorca. Así entonces, Lorca, Darío y Machado hablan en la poesía de Ojeda, por eso también se encuentra la constante referencia a la luna, uno de los elementos favoritos del gran poeta de Granada, España. Pero para no quedarse en un esquema tan básico, cabe decir que todos estos elementos: luna, mar y azul remiten a la construcción de un discurso femenino que claramente está ausente. Todos estos tópicos del poemario remiten a ese tono de voz materna que calma a la humanidad (“Latidos”, p.30).

En la poesía ojediana hay un útero ausente, el yo lírico siente el dolor de no poder sentir cerca el abrigo de su casa y por eso, tal cual se anuncia desde el título del poemario, vive propenso a morir de hipotermia entre una hoja y un papel que únicamente están acompañadas por esa sombra que se suele llamar ausencia.

Por otro lado, se destaca de Ojeda su capacidad para pintar imágenes de los lugares de la naturaleza y de la cotidianidad, es un poeta muy sensible con lo telúrico y lo vivencial, en sus imágenes hay pájaros, caballos, cerros, montañas, amaneceres, cordilleras, águilas, cóndor, e incluso, no es casualidad que el yo lírico haga similitudes con una pintura: “La despedida se pareció a alguna pintura con composiciones similares” (p. 22, vv. 19-20). E incluso, estos animales, entre ellos, las aves, forman parte de un ideal esperanzador. El poemario, a veces, aparte de estar lleno de ausencias, nostalgias y dolores, no pierde la fe en un mejor futuro próximo y cercano, esto se aprecia en el poema “La paloma”, donde el yo lírico se pregunta qué será mañana, abriendo la posibilidad de ser una paloma para poder volar, sentirse libre y a la vez ligera para regresar a sentir el aroma de sus mejores cobijos en México.

Por su parte, en este mismo tono de nostalgia y fuertes sensaciones que se han venido refiriendo, quizás uno de los poemas más fuertes y que más tocan la cítara del pecho es 17 de octubre, dedicado a su abuelo: “Quisiera que viéramos juntos aquella fotografía / que nunca nos tomaron / y vivir de vuelta los inviernos de hace tantos años” (p. 25, vv. 1-5), hay un deseo muy fuerte por parte del yo lírico de poder controlar el tiempo y regresar a ese espacio que tanto anhela, aunque quizás nunca lo viviera.

Los versos anteriores obligan a pensar en todas las veces que se tiene la oportunidad de abrazar a nuestra madre, besar a nuestro padre, abrazar a nuestro perro, acariciar a nuestro gato o decirles a nuestros abuelos cuánto los amamos, pero ¿cuántas veces no lo hacemos? Solemos tener la costumbre de creer que todo es eterno, cuando en realidad lo único eterno será el dolor de querer hacer algo que pudimos hacer, pero no hicimos por querer dejarlo para otro día que quizás no llegue.

En fin, en la ópera prima de Ojeda hay discursos de las tradiciones españolas, griega, romana y hebrea; la música y la pintura lo persiguen, así como las fotografías, instrumento alegórico para plantar la mirada en algo que quizás no podamos tocar. Por eso, dentro del tono sensitivo y lleno de nostalgias de este poemario, se permite ver que el mañana no existe y que lo único cierto es hoy, ya, en este mismo momento, por tanto, hay que vivir al máximo, abrazar hasta quebrarnos los huesos y tomarnos fotos hasta que la cámara se apague o el celular nos diga “memoria llena”. Solo así podremos sentirnos como ese colibrí que según la poesía de Ojeda “no sabe de estaciones, años, ni olvidos” (p. 27, vv. 33-36), de lo contrario, si no reflexionamos y nos humanizamos con este libro, quizás mañana estemos en Nueva York, lejos de nuestra familia, congelándonos, no por el frío que allí puede hacer, sino por el peso de la nieve creada por nuestra propia soledad y nostalgia.

Vale más vivir el hoy como nunca para que mañana la soledad duela menos, porque, queramos o no, ella siempre nos acompañará en la maleta de la memoria. Y por eso, al leer a Ojeda sigo creyendo que nuestras palabras y la poesía seguirán siendo esa medicina para el alma que todavía no venden en ninguna farmacia del mundo.

 


 

[1] Poeta costarricense. Presidente de la Unión Hispanomundial de Escritores, Costa Rica. Docente universitario e investigador académico. Certificado de Oro del Ministerio de Educación Pública Costarricense por su Excelencia Académica en Estudios de Maestría con la Universidad de Costa Rica. Jefe editor de la revista académica De Dioses y hombres. Estudios de las religiones y mitos (España-Costa Rica). Contacto: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
 

Bibliografía:

Ojeda, A. (2021). Hipotermia, sopor y soledad. Universidad Autónoma del Estado de México.http://ri.uaemex.mx/bitstream/handle/20.500.11799/110350/Hipotermia%20sopor%20y%20soledad.pdf?sequence=1&isAllowed=y