Por: Yordan Arroyo Carvajal[1]
Primero, cabe referirse brevemente a Leonardo Porras Cabrera, [2] autor del libro que permite exponer esta reseña crítica ante el público lector. Nació en 1993 en Buenos Aires de Puntarenas, Región Brunca del país.[3] Tiene raíces térrabas y junto con Minor Arias Uva conforman el panorama literario costarricense de poesía indígena actual con más oficio o producciones publicadas en el país y en el extranjero. Dentro de su labor poética ha influido su participación en el taller de narrativa y poesía, dirigido a jóvenes indígenas, llevado a cabo en la finca Kan Tan en Boruca, punto que, sin dudas, fortaleció sus habilidades, haciéndolo ganar en 2020, tan solo un año después de su ópera prima, el Certamen Literario Brunca en la categoría regional de poesía, con su poemario Memoria del hígado.[4]
Como último punto en esta sección biográfica, no puedo dejar pasar que lastimosamente no he podido conocer a Leonardo en persona, aunque solemos tener conversaciones por redes, medio por el que he podido tener el honor de leer parte de su gran corazón, su espíritu de hermandad, bondad, colaboración, y además, de su emprendimiento por medio de deliciosos productos hechos a base de cacao puro, que recomiendo muchísimo.
Así bien, para caer, de lo más crítico a lo literario, en mi experiencia con la lectura de este libro publicado en 2019 en España por Ediciones Amargord, pero que pude adquirir en la Librería Internacional en Costa Rica, es necesario señalar que, de inicio, al mirar su portada, ya se muestra parte de lo que el público lector encontrará en él, pues hay dos colores mayormente significativos: el rojo y el verde. No obstante, sobresale el rojo. En este caso, desde las muchas apreciaciones simbólicas posibles, una, fundamentada en diferentes argumentos que seguirán el hilo temático de estas páginas y otros que quedarán para otra trabajos con mayor rigurosidad académica, es la relación del rojo con la sangre, elemento dual; puede ser la vida proveniente de la naturaleza, aunque también, puede representar las muertes que cargan consigo los indígenas de la comunidad Térraba, quienes han sufrido múltiples invasiones territoriales. Esto explica por qué sobresale el rojo sobre el verde (naturaleza). De manera extraliteraria, la portada bien podría representar la violencia telúrica histórica sobre estos pueblos porque este libro, en uno de sus logros y puntos a destacar, documenta de manera poetizada esta disyuntiva y muchas otras por considerar.
Entre estas coyunturas, al igual que todos los pueblos indígenas, aunque con mayor o considerable fuerza, se aprecia la violencia lingüística que han sufrido los térrabas. Para profundizar un poco más en el tema, debe mencionarse a Humberto Ak’abal (1952-2019), poeta maya k'iche' que ha sido uno de los autores indígenas más destacados por la crítica literaria en Centroamérica. Él utiliza su lengua originaria en sus versos no solo como reivindicación, tradición y memoria, sino también como resistencia. Justamente, esta resistencia también se observa en el poemario en mención. Desde el inicio, el título del libro aparece escrito en lengua teribe y a la par viene su traducción al español (Huella de jaguar). Esto, tal cual lo ha mencionado parte de la crítica literaria con bagaje en el tema, cuyos mayores trabajos han sido estudiados en Guatemala y México, no le resta valor.
Es cierta la existencia de académicos para quienes estos poemas deben ser escritos en sus lenguas originarias. Sin embargo, para las tesis que apuntan lo contrario, el hecho de presentar libros escritos totalmente en lenguas originarias y con su traducción al español o bien, en español, pero con fragmentos en lenguas originarias como sucede con el poemario de Cabrera, permiten una mayor difusión en el mundo literario y cultural. Además, otro de los argumentos considera ilógico intentar ocultar la presencia de culturas cada vez más híbridas. De esto la lengua no se libra.
En el mundo contemporáneo, puede plantearse de 1980 hasta hoy (2021), los pueblos indígenas han tenido un mayor contacto con las ciudades y con sus estilos de vida. Asimismo, han surgido diferentes grupos de lucha y de reivindicación étnica creados desde las mismas comunidades, quienes nunca han dejado de luchar; todo lo contrario, tratan de exigir cada vez más mejores condiciones de vida para sus pueblos, porque las invasiones, a pesar de la independencia con la Colonia española, siguen siendo un dolor de cabeza para ellos (as), consecuencia de personas que en pleno siglo XXI siguen intentando conquistar sus tierras sagradas, mismas que han cuidado con ahínco. En este caso, si nos movilizamos al siglo XXI, el internet ha jugado un papel a considerar para que muchos ciudadanos indígenas tengan acceso a mayor información de manera más mediática y puedan expresarse más, o bien, denunciar desde sus redes. Así como también, aunque quede camino por recorrer, se han abierto puertas para que poetas indígenas puedan, ya sea publicar sus propios libros o bien aparecer en antologías.
Todo este sentido de firme identidad se proyecta en el libro de Porras Cabrera. En sus 36 poemas, los títulos aparecen en lengua teribe, de la familia de las lenguas chibchas en Costa Rica. Como nota al pie de página, para que el lector tenga una participación activa, aparecen sus significados traducidos al español. Y no solo eso, cabe destacar el uso de mayúsculas en todos los títulos de los poemas. Esto permite enfatizar la importancia de esta lengua para Leonardo, misma que enseña como profesor de la cultura Brorán (Térraba) en la comunidad de Bijagual.
Así también, en lengua teribe aparecen diversos elementos significativos tanto de estas culturas como de las comunidades indígenas costarricenses, como el caso de Dbon (jaguar), máximo protector de los humanos. Él deja su huella en la naturaleza, principio y fin de todas las cosas. Incluso, en los poemas de este libro, hombre y naturaleza constituyen la materia primitiva y esperanzadora de la humanidad, algunas muestras son las siguientes “Aún así, / el dbon cuida de nosotros, / solo es uno con los Brorán, / desde que fuimos creados” (“DBON ORCUO”, vv. 24-27, p. 27); “Entonces supe / que las piedras lloran / y los perezosos hablan” (“KULLA”, vv. 10-12, p. 34); “Esta laguna es el espejo de mis abuelos” (“KARSE”, v.13, p.35); “Soy el niño de las hojas verdes / que cuelgan a la orilla de una quebrada” (“KLOGA WA”, vv. 12-13, p. 36); “Animales de mi cultura / forman parte de nuestro ser” (“ÓHUA”, VV. 1-2, p. 41).
Aunque, los versos anteriores sean solo algunos de los muchos contenidos que la recepción lectora podrá encontrarse, de ellos se destaca la relevancia del jaguar como protector y a su vez unificación con los térrabas, elementos que remiten a la importancia de la filosofía zoomorfa en estas culturas tan llenas de conocimientos para nada menores a las mayormente conocidas en Occidente. También, se destaca la personificación de la naturaleza. Sin duda, existe un mensaje de armonía con ella. Para los indígenas, la naturaleza es un espacio sagrado que deben cuidar muy bien con todo y sus animales porque, a manera de eterno retorno, de allí vienen y allí regresarán. Volverán al sitio donde habita la memoria y sus identidades, representadas en el respeto y valor que poseen por y hacia los abuelos.
Ligado al tema de los abuelos y la memoria, ambos puntos cumplen una función importantísima y correlacional en este poemario, esto se ve desde el segundo poema titulado “TJËTE” en él se presenta a la abuela moliendo maíz en una piedra y hablando en teribe. Ella es sin duda un ícono para todos sus nietos, quienes la aman y la sienten todavía viva por medio de las voces que brotan de la naturaleza: el sonido de los ríos, el cantar de los pájaros, de las hojas de los árboles que se mueven con el viento.
Quizás, la abuela no esté de manera física, pero su espíritu se conserva en la naturaleza: “Abuela / sin conocerme, / me enseñaste tanto” (vv. 14-16, p. 14). De este poema también se destaca el cambio de los pronombres personales, pues no todo el libro está escrito desde un yo. De vez en cuando, como en este primer poema, el yo lírico activa su memoria y cuenta historia de un otro en un pasado: “Moliendo maíz en la piedra estaba” (v.1) hasta terminar, cambiando la forma de tratamiento para acercar a esa abuela y no verla como una concepción mítica, sino cercana y presente.
Memorias, tradiciones, armonía, esperanza, amor, filosofías ancestrales, animales sagrados (jaguar, mono cariblanca, aves, peces, perezosos), danzas, rituales, comidas ancestrales entre otros elementos realmente humanos conforman la identidad de este libro que no solo se ubica en la exaltación y en lo bello, sino que, también, desde un lenguaje cargado de imágenes apegadas a la naturaleza como macrocosmos, denuncian cada una de las atrocidades vividas y que hoy se siguen sufriendo. Por eso, Leonardo, como buen educador, en su poema “NASO TJËR DI” (p. 18) expone el mensaje de la abuela y diosa Brorán. Para ellas, sus nietos e hijos deben luchar por el cuidado de la naturaleza con el fin de proteger a quienes viven hoy y aquienes vendrán, aunque, el yo lírico quizás no los llegue a conocer.
En la poesía de Leonardo Porras Cabrera existe un mensaje de conciencia por y hacia la naturaleza, cuyo fin busca alcanzar los planos de la eternidad, espacio mismo donde viven los abuelos, herederos de dichos espíritus solidarios, telúricos, responsables y armoniosos que hoy tanto se necesitan en el planeta, pero que se han perdido consecuencia de la permanencia de identidades solitarias, egoístas, narcisistas, competitivas y capitalistas. Incluso, como poeta comprometido con las realidades actuales, a través del yo lírico, Leonardo denuncia al capitalismo y expone la importancia de mirar hacia los pueblos indígenas de Costa Rica porque allí crecen niños que, en vez de importarles tantísimo el dinero, les interesa más compartir mangos con las ardillas.
Desde la infancia, se promueve una identidad de armonía con los otros. Animales y humanos conviven llenos de amor. Amor que hoy tanto necesita esta humanidad nuestra que se deshace a pedazos. Los niños “No conocen el egoísmo. / Ellos son parte de esta tierra. / No ven dinero en el agua” (“KJWOSIRGA”, vv. 11-13, p. 33). Y no es casualidad que los niños aparezcan constantemente en este libro, porque ellos son “agua y fuego”, es decir, vida, conocimiento, esperanza y cambio. A ellos les corresponde cuidar “un legado” (“TJÄ NASO”, v. 13, p. 32).
Y justamente, Leonardo Cabrera fue niño de “Ú”, casa sagrada que hoy les pide tanto a sus hermanos como a todas las demás personas, costarricenses o extranjeras, que por favor la cuiden, porque para ellos (as) no es una casa cualquiera, allí viven sus abuelos, allí nacieron y allí morirán en cuerpo para seguir vivos, pero en otra materia, en “espíritu” (v. 13, p.13), propiedad de la naturaleza que tanto explotamos sin pensar en que la única salvación está en ella, tal cual lo expone Leonardo en todos sus poemas, escritos en versolibrismo, con uso cuidadoso de los ritmos e imágenes poéticas que convertirán a todo su público lector en semillas, origen de donde, según la cosmogonía térraba, ellos vienen, y al menos yo, apoyo y creo en grandes proporciones en esta filosofía telúrica.
En fin, me cuesta no creer que somos uno solo con la naturaleza y cuando lo llegue a dudar, me bastará con volver a leer Huella de jaguar, para seguirlo confirmando o quizás para despertar ese jaguar que todas las personas llevamos dentro, pero que por estar consumidos en el mundo de las ciudades, la precariedad y la deshumanización, no nos hemos dado cuenta de un algo certero que la poesía hace más cercano.
Bibliografía:
Porras Cabrera, L. (2019). Dbon shricshirc orcuo böǹ [Huella de jaguar]. Amargord.