MINOR ARIAS UVA, CANTOR DEL SIWÁ: ARTERIA ANCESTRAL (2022) | REVISTA AJKÖ KI No 3

MINOR ARIAS UVA, CANTOR DEL SIWÁ: ARTERIA ANCESTRAL (2022) | REVISTA AJKÖ KI No 3

 

 

MINOR ARIAS UVA, CANTOR DEL SIWÁ: ARTERIA ANCESTRAL (2022)

 

Por: Yordan Arroyo[1]

 

 

Arteria ancestral (2022) es un poemario dividido en dos partes: “Viaje lento hacia el origen” y “Decantación de nuestras memorias”. En tales títulos se esconden palabras clave que marcarán el desplazamiento del libro: viaje, origen, colectividad, armonía, sentimiento, espíritu, danzas, historias y memorias. Esto nos permite comprender por qué posee diversas dedicatorias a amigos y antepasados (entre otros: Severiano Fernández Torres, Ismael González Lázaro, Nicanor Lázaro Morales, Paulino Nájera Rivera y Leonardo Porras Cabrera). En tal lista también aparece el antropólogo e investigador costarricense Carlos Borge Carvajal, quien en el prólogo menciona lo siguiente: “Minor Arias Uva es un TsököL o cantor del Siwá por herencia mitocondrial, la forma más legítima de ser indígena de Alá o Talamanca” (p. 15). Esta cita resulta de relevancia personal debido a que algunos académicos se han detenido a cuestionar y a plantear la pregunta de si debe o no llamarse “poeta indígena”[2] o “ladino” a este autor. Respecto a este último concepto, sin pretensiones algunas de invadir esta reseña de academicismos, algunos investigadores de Mesoamérica lo utilizan para referirse a autores que no son indígenas (borucas, térrabas, mayas, bribri, etc), hablan castellano, visten según los cánones occidentales y escriben algunos textos que abordan cosmovisiones, temas y mitos prehispánicos a manera de apropiación cultural y en muchos casos sin bases serias, construyendo estereotipos injustificables, entre ellos, hacia la población femenina de estos pueblos o comarcas.

 

Sin embargo, en países como Costa Rica, cuya diferencia, si lo comparamos con Guatemala, es enorme por razones históricas, no resulta preciso irse a tales extremos (es decir, cada país centroamericano presenta diferentes fenómenos y casos por analizar, más si de contemporaneidad se trata). A eso nos referimos con más amplitud en un reciente artículo publicado en la revista Repertorio Americano, cuyas ideas fueron presentadas en julio de 2023 en la Universidad de Atenas en Grecia. De momento, es necesario decir que el caso de Minor Arias Uva rompe con ciertas nociones herméticas escritas desde las academias debido a teorías románticas que a veces se alejan muchísimo, entre otros asuntos, del impacto de la globalización y la necesidad, por asuntos de ventas y lectura, de algunos autores de comunidades prehispánicas de escribir y publicar en castellano (responsabilidad que muchos de ellos asumen como un acto consciente) y abre una serie de preguntas importantes, cuyo fin nunca será una respuesta finita, sino interpretaciones heterogéneas y que nutran el diálogo.

 

En este caso, más que referirnos a él por medio de ladino o poeta indígena, término tradicional y por ende canonizado, de manera más precisa, preferimos apostar, en relación con el poemario Arteria Ancestral (2022), por “poeta de raíces borucas y térrabas” o de manera más precisa y estando de acuerdo con Carlos Borge: Minor Arias Uva, cantor del Siwá, porque aunque dicho autor ya poseía tradiciones de interés por sus antepasados como es el diseño de máscaras que ve y sigue un modelo en las borucas (no intenta imitarlas) y tenía algunos textos por separado que hacían notar esa arteria o nexo con las comunidades prehispánicas de Costa Rica, entre ellas, principalmente de los borucas, no es hasta este poemario en donde logramos notar, con mayor claridad y consistencia, esa responsabilidad y conexión ética que sigue teniendo con sus ancestros y seres cercanos. Incluso, con quienes aún viven mantiene comunicación y existe respeto y admiración mutua, tal y como sucede con otros poetas como Leonardo Porras Cabrera y Severiano Fernández Torres, sobre quienes hemos hablado en otras ocasiones.

 

Desde esta óptima, sin interés de detenernos a señalar algunas erratas que hemos hallado y asuntos de depuración de algunos versos, situaciones que ciertas personas consideran como la única manera relevante de comentar un libro, es decir, destruyéndolo, preferimos invertir tiempo y espacio en algunos textos que permitirán dinamizar parte del tema expuesto en los párrafos anteriores (asunto más importante) y demostrar que no toda lectura filológica, para que tenga algún valor, debe tener como fin o prioridad demoler una obra, pues en muchas ocasiones, no siempre, esto se debe a una lucha de egos o resolución de conflictos personales.

 

Tampoco interesa entrar en pormenores respecto a la figura de Pablo Presbere, que en el poema largo y de corte extensamente narrativo “La guerra de los trescientos años y el Reino de Ara” (pp. 38-42) aparece como “señor de las Lapas Verdes” (p. 40), asunto al que el lingüista y experto Guillermo González Campos se ha referido ya varias veces mencionando que eso fue un invento más, de los muchos que se responsabilizan debido al horizonte de expectativas y la época en la que creció, de Luis Ferrero Acosta. Al ser arte, capta la atención que retome una tradición inventada. Dejamos esta discusión para expertos en el tema, como Guillermo González Campos, a quien le podría interesar muchísimo analizar cómo tal invento se sigue transmitiendo de generación en generación y la poesía no es para nada ajena a ello, pues bebe de una tradición canonizada, tal y como ha sucedido a lo largo de la historia literaria con muchas figuras, personajes y versiones de mitos. No me declaro juez ni la persona indicada (ni siquiera creo que la haya) como para recriminar la reproducción de un asunto oficializado en el país, mucho menos si de arte se trata. Proponemos, más bien, indagar ese interesante y enorme eco provocado por Ferrero Acosta en otros textos literarios y preguntarse si habrá obras literarias que rompan tal variante, creando alguna alternativa desde la imaginación, pues en muchísimas ocasiones el arte es ajeno a academicismos, pero la imaginación se convierte en otra forma de crear episteme, imaginarios o discursos sobre temas varios; incluso, en algunos casos, adelantándose a lo que plantean investigadores desde las academias. Difícilmente sea el caso respecto a Presbere, pero valdría la pena ahondar más en el asunto, máxime que en el fondo, dicho texto de Minor Arias Uva, muestra interés por las luchas, ya no tanto por la evangelización, sino contra las petroleras e invasores de tales tierras, a quienes poco les importa destruirlas, pues contrario a quienes habitan allí, quizás no crean que también tienen vida y en ellas todavía respiran los antepasados (estas es una de las propuestas estéticas principales del libro).

 

Expuesto lo anterior, Arteria ancestral (2022) conduce al lector hacia una muy clara búsqueda espiritual y ética en las raíces de su autor. Allí aparece, en un primer plano, su abuela Andrea Uva Mora, una de las dedicadas. También, una muestra de empatía y humanismo con quienes han sido parte de ese difícil y largo proceso que determina la vida de un artista, sea poeta, pintor, músico, narrador, cineasta, dramaturgo o novelista. En esta lista debemos referir el nombre de Marcia Salas Vargas, una de las artistas plásticas más importantes de Costa Rica durante el siglo XXI y esposa de Minor Arias Uva. Ella acompaña el libro de su marido con las siguientes artes visuales que compartimos con el debido consentimiento:

 

Marcia cabécar, monotipia al trazo 2012.

 

Siamesas borucas, monotipia y collage, 2019.

 

Tal y como se observa, ciertos intereses y asuntos que conservan las arterias ancestrales (recurso preciso para referirse a una especie de memoria espiritual) de Minor Arias Uva han sensibilizado a su cónyuge, quien se caracteriza, entre otros asuntos, por representar cuerpos anchos y enormes. Esta misma grandeza, en cuanto a amplitud (de norte a sur), la hallamos desde el primer poema del libro “Vertientes cercanas de mi sangre” (p. 19), en donde el sujeto de enunciación ahonda en partes de sus genes, pero les da voz a ciudadanos del pasado en una “indómita Talamanca”. De manera más precisa y remitiéndome a las palabras de Borge en el prólogo: de los bribri, cabécar, teribe, boruca, coutos, chánguenas, tariacas, turucaca y ngöbe. Agregaríamos, también, de los malekus (véase el poema “Kapi Kapi Maleku Marama”, pp. 89-90). Por esta razón, el primer verso remite a una búsqueda antropológica y el segundo, a un proceso de nomadismo colectivo, de viajes históricos: “Durante el paleolítico / caminamos juntos las planicies del mundo” (p. 19), que remite al modo de vida de seres primitivos, asunto en donde adquiere importancia la tradición de vivir en cuevas: “Corrimos sudorosos de adrenalina hasta nuestras cuevas” (p. 19).

 

La característica de mencionar palabras que conduzcan al lector con precisión hacia ciertos momentos del pasado, como sucede con las cuevas, también aparece en el segundo poema “Mar iluminado en el Istmo” (p. 20), en donde se menciona no Mesoamérica, sino Abya Yala. Es necesario comentar que este término se permite desde 1977, gracias a la sugerencia de Taquir Mamani, líder aymara. Tal palabra, en lengua guna significa, a grandes rasgos, tierra madura o en proceso de madurez. Es decir, su objetivo es transmitir la importancia que posee la Naturaleza, como si de una divinidad se tratara.

 

La poesía de Minor Arias Uva, no sólo en este libro aquí reseñado, da muestra de una armonía ético-telúrica (véanse, por ejemplo, el poema “Lo que el suelo cuenta”, p. 21 y “Mito y creación”, p. 27, entre muchos otros), porque además de denunciar algunos aspectos de violencia y discriminación que provienen de un proceso de estudio por parte de su autor (tarea de donde surge gran parte del poemario y de allí su estilo sumamente narrativo, asunto ligado, además, con el estilo de la escritura de muchos autores de pueblos prehispánicos, quienes no suelen distinguir entre poesía y narrativa, como se suele hacer, por temas didácticos, en las academias, asunto que siempre me ha disgustado), de ficción, recuerdos (Véase el poema “Reencuentro”, pp. 29-30) y creatividad (véase el poema “Memoria extendida”, p. 24, en particular, de los versos 17 al 19 que hacen referencia, por medio de la imaginación, a la abuela de Minor Arias Uva), une cuerpo y naturaleza, respondiendo a cosmovisiones de diferentes culturas prehispánicas costarricenses, entre ellas, boruca, térraba, bribri y cabécar (incluso, al mencionar a Inti en el poema “El ciclo”, p. 54, va más allá de la región). En tal plano destacan la presencia de Sibú (figura principal), Tjër, los espíritus protectores de la selva, los jaguares, las serpientes, las dantas (Namai) y otros tantos animales más que forman parte de las creencias zoomorfas de estos pueblos, aspecto notorio en las máscaras creadas por este autor y en su poema largo “Brorán: hasta que se apague el sol” (pp. 50-53), particularmente en la siguiente estrofa:

 

                              II

 

“Hoy en el pueblo Térraba

brota con fuerza el poderío ancestral.

Niñas y niños retoman rituales olvidados:

baile del sorbón, la danza del tigre,

la danza de la serpiente,

el toro y la mula:

transmutación de las personas en animales sagrados.

Hijas e hijos de Tjër.

Voces antiguas pronunciando sus nombres” (p. 52).

 

Por su parte, si consideramos a Tierra como divinidad, podemos observar una esencia teogónica en el poema “Pliegues y curvaturas de la existencia” (p. 58), el cual, en su último verso, introduce al lector, haciéndolo sentir parte de ese proceso divino del cual todos somos o al menos deberíamos sentirnos parte:

 

“La tierra es mi prójimo,

la tierra soy yo mismo.

 

Mis padres se alimentaron de la tierra,

me engendraron.

Mis antepasados volvieron a la tierra,

son raíz, agua, flor,

lluvia, ayote, papa, gota iluminada, paredón.

Germinación nocturna de los cenízaros.

 

La tierra es Iriria,

la niña danta,

sacrificada por Sibú

y transformada en nuestro vientre,

en el útero tibio de nuestro universo.

 

Iriria es bejuco, volcán, pez,

nube, canto de jilgüero, voz y tambor.

La música de los sotacaballos junto al río,

el brillo de la ceiba en luna llena,

las luciérnagas y los carbunclos

puntillando las oscuridades del bosque.

Iriria es usted” (p. 58, el subrayado es propio).

 

Tal y como se observa, el uso del pronombre “usted” puede dirigirse directamente al lector o bien, ser un poema que dialoga con el espíritu de la abuela de Minor Arias Uva, Andrea Uva Mora, quien siguiendo las cosmovisiones en las que se asienta este poemario, ha mutado y ahora respira a través de la naturaleza: Tierra, dadora, también, de las palabras del poeta. Esto explicaría muy bien el origen de nuestro poema preferido:

 

Mi abuela: la Teribe, la biriteca

 

“Observé a mi abuela

salir de un salón de baile

para darse de golpes con un hombre,

a media luna, entre la leña.

La vi sacarle chispas a su machete,

contra las lajas,

mientras increpaba la palidez de un cobarde.

 

La observé montar a pelo un caballo de nadie,

y cruzar a pie la cordillera,

sin más carga que su puñal y una tapa de dulce.

 

Y siempre me pregunté:

¿Qué energía inundaba su sangre?.

 

Mi abuela llegó del Sur,

Teribe, Térraba, de las Tjër,

de las sabias curanderas.

De las Coctus que iban a los campos de batalla,

las que marcaban sus cuerpos

con cenizas ardientes

y se colgaban argollas en la nariz.

Las que dominaban el arte de las lanzas

y se protegían los pechos con patenas de oro.

Las que tenían sus propios criaderos

de dantas y chanchos de monte.

Las que erizaban las nucas de los guerreros huetares,

entonando cantos y gritando a la distancia.

 

Mi abuela vino del Diquis,

por eso su visión esférica

tenía la firmeza

de quien ha cruzado el barro a tientas,

olfateando como las serpientes.

En la sala ancha del hospital

tomé sus manos de fuego

y le agradecí su valentía,

esta herencia,

sin lanzas ni cuchillos,

pero con palabras” (pp. 115-116).    

 

En fin, más que importarme la trillada disputa, en pleno siglo XXI en Costa Rica, por parte de ciertos círculos académicos respecto a poeta indígena o ladino, nos pareció más interesante mostrar un acercamiento literario que me permitiera dar énfasis en el horizonte de expectativas por parte de Minor Arias Uva, quien al encontrar sus orígenes entre las culturas boruca y térraba de Buenos Aires de Puntarenas y en su labor de estudioso (como lo ha hecho con los afrodescendientes en Costa Rica, origen de su poemario Médula africana. Memorial de la esclavitud, 2019), se ha simpatizado con otras comunidades prehispánicas de Costa Rica, quienes en muchas ocasiones comparten cosmovisiones, tal y como sucede con el jaguar, animal sagrado con el cual el yo testimonial se identifica espiritualmente en su poema “Mutación”: “Soy un jaguar, soy un jaguar, soy un jaguar” (p. 93). 

 

Minor Arias Uva es un jaguar de la palabra, un cantor de Siwá y la lectura que hemos desarrollado de su libro, aunque sin pretensiones de artículo académico, comprueba, junto con nuestro estudio en prensa sobre este tema, que no existe un criterio único ni nociones cerradas para decir qué puede o no llamarse, tradicionalmente “poesía indígena” (aunque prefiramos: prehispánica, abyalense: boruca, bribri o térraba), mucho menos en la contemporaneidad. Incluso, si nos quedamos con la idea de compromiso y ética por y hacia sus pueblos, este libro aquí reseñado, debido a que su autor no olvida sus raíces o arterias ancestrales y por eso aún sigue visitando su comunidad, responde a un fenómeno de hibridación y nomadismo, asunto propio de un mundo globalizado, como sucede también con el poeta térraba Leonardo Porras Cabrera, quien contrario a Severiano Fernández Torres, autor que escribe en cabécar y en bribri, pero también en castellano, aún no ha escrito un libro en la lengua que le enseñaron sus abuelos, aunque igual que Minor Arias Uva, presenta fenómenos de hibridación lingüística, producto de un mundo en constante enfrentamiento, tensión y disputa a través de una lengua castellana que no deja de nutrirse de otras lenguas, como es el caso de las prehispánicas, quienes así sea a través de palabras o títulos (véase el poemario Dbon shricshirc orcuo böǹ / Huella de jaguar, 2019, de Leonardo Porras Cabrera), siguen luchando por sobrevivir y hacerse presentes en las artes y en las voces ocultas de la Naturaleza.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Arias Uva, M. (2022). Arteria ancestral. Poiesis editores.

 


NOTAS 

[1] Poeta e investigador costarricense. Máster en “Textos de la Antigüedad Clásica y su Pervivencia” de la Universidad de Salamanca, misma casa en donde es investigador predoctoral. Además, es estudiante avanzado de la maestría en “Enseñanza del Castellano y Literatura” de la Universidad de Costa Rica, mismo sitio donde también ha cursado estudios en Filología Clásica y en Educación Primaria. Correo electrónico: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

[2] En un artículo en prensa, proponemos el uso de términos más precisos, según la comunidad a la que pertenece cada autor u otros como “poetas prehispánicos”, así también “poesía abyalense”, por razones debidamente justificadas. No obstante, en la actualidad el uso de “indígena” es el oficial en el discurso.