ESCRIBIR COMO TIGRE O MORIR SIENDO POLVO:
ANTOLOGÍA PERSONAL DE CARLOS CALERO (2023)
Por: Yordan Arroyo[1]
El propósito de esta reseña es trazar una lectura alrededor de la antología personal Fingir o imaginar que somos tigres (2023) del poeta nicaragüense y naturalizado costarricense Carlos Calero. Para el presente caso, hemos decidido contemplar dos países centroamericanos porque a pesar de que los poemas del libro al que nos vamos a referir denotan relaciones textuales principal y mayormente con Nicaragua, no podemos omitir que este autor actualmente vive en Costa Rica, lugar donde publicó, con la editorial Poiesis, esta antología que reúne diecisiete poemas inéditos, una selección de textos de seis poemarios entre los cuales se encuentran: Hielo en el horizonte (2021), Geometrías del cangrejo (y otros poemas) (2011), Arquitecturas de la sospecha (2008), Paradoja de la mandíbula (2007), La costumbre del reflejo (2006) y Del humano oficio (2000) y un prólogo, con fecha del 30 de junio de 2023, del poeta panameño Javier Alvarado, de quien queremos destacar las siguientes palabras: “Saludo a este su libro celebratorio por sus setenta años y sigo sosteniendo que es una de las voces más potentes y actuales de la poesía nicaragüense, para el gran caudal de la poesía latinoamericana” (p.17).
Para llegar a tales conclusiones, según nos parece, la mirada del poeta Alvarado ha sido cercana a la nuestra y por eso intentaremos brindar algunas fundamentaciones filológicas al respecto. Nos parece preciso que cada lector llegue o pueda considerar esta antología personal como una manera de descubrir, diacrónicamente, gran parte del trabajo poético de Carlos Calero, realizado durante 23 años, lapso, en cierto punto interrumpido durante 10 años (2011-2021), por el que han pasado, a manera de guía, entre Costa Rica y Nicaragua, maestros de una muy respetable trayectoria en el mundo de las letras, por citar dos casos: Carlos Rafael Duverrán y Ernesto Cardenal. De ambos, nos parece que Cardenal ha sido el de mayor impacto, no sólo por la corriente del exteriorismo, asunto que nos podría ocupar más páginas de las que aquí utilizaremos, sino también por otras dinámicas como los modernismos, simbolismos, imaginismos y el neoplatonismo en los poemas de Calero y que problematizan su lectura. Pero antes de llegar a este punto, fue necesario plantearnos como pregunta ¿qué caminos estéticos, estilísticos y temáticos nos muestran los textos aquí escogidos por su propio autor?
En un principio, no sabíamos si nos enfrentaríamos a continuidades, rupturas, rezagos o señas que ya nos anunciaban lo que nos permiten interpretar sus más recientes poemas, así llamados “inéditos” y que podrían ser el precedente de una próxima publicación. La única manera de hallar algunas respuestas a nuestras dudas, para efectos de esta reseña, fue a través de una doble lectura de cada uno de ellos, desde los más recientes a los más antiguos y viceversa, subrayando algunos puntos o huellas identitarias que al final nos permitieron marcar algunas pautas de interpretación, según nuestros intereses filológicos y que, a su vez, nos permitieron construir un título que nos sirviera como brújula.
Nos resultó necesario apuntar que por la voz poética de Calero, porque así lo documenta o lo inferimos de sus textos, pasan poetas nicaragüenses (Joaquín Pasos, Manolo Cuadra, Gioconda Belli, Ernesto Cardenal, Alfonso Cortés, Rubén Darío, Ernesto Mejía Sánchez, José Coronel Urtecho, Álvaro Urtecho y Ana Ilse Gómez Ortega), angloparlantes (William Blake, Edgar Lee Master, Allen Ginsberg, Walt Whitman, Lawrence Ferlinghetti, Ezra Pound, Steven F. White, Robert Graves, Leonard Cohen John Donne y William Carlos Williams), españoles (Federico García Lorca, Jaime Gil de Biedma, Luis Rosales, Rafael Alberti, Jorge Guillén y Miguel de Cervantes Saavedra), franceses (Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Paul Verlaine y Jacques Prévert), italianos (Giuseppe Ungaretti y Dante), griegos (Odysséas Elýtis), portugueses (José Saramago), chilenos (Nicanor Parra), peruanos (César Vallejo), mexicanos (Jaime Sabines y Sor Juana Inés de la Cruz), cubanos (Eliseo Diego) y Jorge Luis Borges (considerarlo aquí como argentino sería limitarnos mucho, pues la lectura que Calero hace de él es propia y justa de un poeta que logró romper etiquetas).
Frente a este horizonte de expectativas, resulta importante tener muy en cuenta los diez años de pausa, de 2011 a 2021, que se observan en su producción poética, pues muchas personas y lectores suyos pudieron haber pensado en un retiro de su parte. Sin embargo, tal periodo no parece ser en vano, pues a partir de la lectura que hemos hecho de sus últimas producciones, podemos afirmar que este autor ha sabido aprovechar su interrupción para plantear su regreso con una propuesta más completa y muchísimo más honda aún, en cuanto al lenguaje corresponde. A pesar de que en Hielo en el horizonte (2021) — libro publicado en Quito, Ecuador (El Ángel Editor) al que ya nos referimos en el segundo número de esta misma revista literaria (Ajkö Ki), destacando el uso de elementos mítico-antropológicos y de un lenguaje simbólico que busca alcanzar los planos de lo universal— ya se denota muchísimo menos presencia del exteriorismo (o de los exteriorismos) y de Nicaragua en sí, las referencias a este lugar de caos siguen estando presentes.
Tratando de seguir un rastro detectivesco a partir de lo dicho, en los diecisiete poemas inéditos con los que este autor abre su antología (“No basta fingir o imaginar que somos tigres”, “Un ángel surge de las cebollas”, “Cuando la poesía no perdona”, “Cuando toques un piano”, “Deudas”, “Lo incierto parte el horizonte”, “Se parece a la abuela de Pamuk”, “Estamos en Citera”, “Animal azul en lo invisible”, “Condición de borrachos callejeros”, “El grillo”, “Y si Cohen no hubiera pensado”, “Piedras”, “Una carta”, “La soledad no es un apagón de quince minutos”, “Postal con tren” y “Los primeros tiempos”), denotamos un mayor interés por ahondar en un plano estético de la imaginación y recurrir, a través de un lenguaje cargado de símbolos[2] que ya se hallaba en otros libros (con su culmen en Hielo en el horizonte, 2021), a un tratamiento más hondo de temas como la niñez, la memoria y los procesos dinámicos de la escritura creativa. Ya hay madurez suficiente para hablar de ella con mayor dinamismo, asumir la tarea de maestro.
En el primer poema largo “No basta fingir o imaginar que somos” aparece un contacto intertextual con Jorge Luis Borges:
“¿Se cansará la muerte del tigre y Jorge Luis Borges?
Simula un reo con su diminuto universo,
pero yo soy el atrapado por sus dientes.
Siento escalofrío. No pienso.
No intento poner mi mano sobre las rayas y su piel,
creadas para lo brutal y la sobrevivencia.
La belleza me tiende una trampa, veo sus músculos,
mi cráneo, mis costillas, el desgarro.
No sé si salvaré mi corazón.
No sé si alzaré un látigo,
daré órdenes y con mando de rey
someteré mi temor a las bestias.
Para una niña, Borges y este tigre,
el oficio de matar es el acto con que se ama,
en otro mundo, el sacrificio de las víctimas.
Siendo niño anidé mi inocencia
en los tigres brillantes de los circos.
Hubo un día de tropiezos, zanjas
y cuchillos clavados en los troncos de los árboles.
Nunca supe de mi temor a la cuna
del arbusto y el silencio
en la casa de madera y el misterio
porque ahí me esperaba el tigre de Lizalde.
Este animal y sus colmillos
equivalentes al tamaño del universo.
Quise mostrarle mis años débiles.
Blake no estuvo ahí para condolerse.
Sobrevivir no fue fácil mientras la baba y el aliento
rodeó mi existencia; olía a ceniza,
puso su lengua gruesa en mi carne.
Todo niño grita y tiembla,
todo niño no se salva de la muerte.
Todo niño no siempre conoce el espanto.
Todo niño huye y busca a sus padres
que habitan las selvas y observan lo invisible.
Yo defendí mi casa con firmeza y levanté una puerta,
le dije que mi voz no olía a sangre.
El tigre levantó sus zarpas,
hinchó la curvatura de su espinazo,
y tembló y tembló de ternura y hambre.
Le señalé: afuera está la luz que urgían sus ojos,
estaba la pasión y su lucha contra el sepulcro;
estaba la imaginación para dar vida a otros tigres.
Y cayó de bruces con la fuerza
cortada por el filo de mis palabras
al ver que yo era hijo de otro tigre
y mis rayas como las suyas ahorcaban a un destino
que inútilmente asesinaba a su fantasma.
Por eso, para salvar a nuestro tigre
dijimos tigre, tigre, Blake, tigre.
El que arde, el que es la selva, el que merodea con espadas
los andamios, la noche y sus pasillos,
y los ojos que saborean
a los inmortales felinos que despojan
y dejan entre el junco su fuerza
y se alzan como libélulas o pájaros
para explicar la simetría
entre la libertad, la tumba y nuestra existencia.
Pero el terror es invencible.
No hay contragolpe que nos salve.
No basta fingir o imaginar que somos tigres.
Blake te pone en la mano un abismo,
un cielo y, para ganarle al infierno, un tigre” (pp. 19-21).
Es necesario recordar la pasión que comenzó a sentir Borges por los tigres luego de leer y reinterpretar “The Tyger” (1747) del poeta angloparlante William Blake,[3] aspecto que observamos en poemas suyos como “El oro de los tigres” y en “El tigre” y aunque ahora ya no como tigre, sino como jaguar[4], en su cuento “La escritura del dios”. En él, este animal hace referencia a la ceguera, al amor, a lo enigmático de la existencia frente a las fuerzas de lo sagrado, pero principalmente a la escritura creativa desde un mundo de símbolos, arquetipos (“el tigre arquetipo”) y dobles que buscan una noción de “multiuniversos”, un más allá de la vista o el arte por el arte como un mundo amplísimo de lo interno (mucho más que lo externo).
No obstante, en Calero, más que ese tigre “hecho para el amor” del que nos habla Borges en su poema “El tigre”, este animal se convierte en el poema mismo. Es feroz y tiene la capacidad de provocar efectos en quien intenta escribir o, en otros términos, sobrevivir al salvajismo del papel en blanco: “soy yo el atrapado por sus dientes. Siento escalofrío. No pienso” (p. 19). Tal y como se nota, nuevamente, está recuperando el simbolismo del hielo, ya tratado en su reciente libro, como una manera de referirse a un estado de irracionalidad, de un mundo mítico y simbólico que atrapa cada vez más su reciente escritura y por eso, versos más adelante aparece una huella clave para nuestra interpretación: “someteré mi temor a las bestias” (p. 19).
Sin olvidar que la referencia al tigre ya la encontramos, por ejemplo, en su poema “Donde el sueño busca un sable”: “Si escribí un verso / fue para deslizar la uña del tigre” (en Hielo en el horizonte, 2021) y también, mucho más antes, en el poema “Hijos de la palabra” (en Camisas del asombro, 2009, p. 76), donde se nos menciona: “Ernesto Mejía Sánchez, nuestro asombrado poeta, el de los altiplanos y terrazas, miraba “un tigre” en los ojos; por eso abrió unas zarpas al hundirlas contra su propia memoria”. Calero construye su voz, recuperando la tradición de otros poetas y agregando su estilo y propuestas varias desde la palabra. Sin lugar a dudas, su poema de inicio explica por qué decidió titular así su antología, muy probablemente porque esto dinamiza la tensión entre dos planos, el Dioniso frente al Apolo, lo racional frente a lo irracional o el exterior frente al interior dimensional que conduce al yo poético hacia ese umbral nostálgico de la infancia, como parte de una propuesta no vista anteriormente en la trayectoria poética de este autor, debido a que sus intereses estéticos y temáticos eran normalmente otros.
La mirada hacia la niñez que identificamos en los poemas así llamados inéditos de Calero es muy distinta a la de su pasado, por ejemplo, a la manera como aborda este tema en “Niño” (en Cornisas del asombro, 2009, p. 77). Ahora es más profundo y anclado a un espacio que busca la noción de multiuniverso a través del lenguaje como maquinaria simbólica. Uno de los aspectos que favorecen su producción es que siempre ha sido consciente de que su voz, a pesar de que sus recientes setenta años de edad, debe seguir mutando: “Siendo niño anidé mi inocencia / en los tigres brillantes de los circos” (p. 19) hasta alcanzar esa equivalencia universal de los colmillos del tigre: “Este animal y sus colmillos / equivalentes al tamaño del universo”, que lo define como un poeta “hijo de otro tigre” (p. 20).
Calero es un depredador de silencios y palabras que, al cruzar los cables de la infancia y la adultez, lo vuelven más consciente de lo difícil o laborioso que ha sido su proceso en la escritura creativa,[5] mucho más cuando se vio amenazado por una extensa pausa de diez años en donde quizás había mucho silencio,[6] pero el tigre no aparecía en su bolígrafo o teclado imaginario. El poema que estamos analizando nos remite a una lucha para que la ficción cognitiva[7]que empezó a acompañar al yo lírico desde niño no desaparezca, buscando huir, a través de las palabras, de la muerte o de la ferocidad del tiempo: “Sobrevivir no fue fácil mientras la baba y el silencio / rodeó mi existencia” (p. 20) y “Y cayó de bruces con la fuerza / cortada por el filo de mis palabras” (p. 20) o de los extensos rugidos del tigre: “Blake te pone en la mano un abismo, / un cielo y, para ganarle al infierno, un tigre” (p. 21).
Todos estos aspectos aquí tratados nos trazan una línea alternativa que nos explican por qué Calero se interesa, ahora, todavía más, por el mundo del simbolismo y la imaginación, en tanto espacio fértil para alimentar las raíces del poema. Tal aspecto es notorio en “Cuando la poesía no perdona” (p. 23), en donde, a manera de plegaria, Dios es la poesía y se le pide a ella para seguir existiendo a través del papel y las palabras o de lo contrario, morir sancionado, quizás bajo la condena del olvido,[8] como mueren muchos poetas debido a que ni sus propios versos pudieron salvarlos: “Poesía, danos el conocimiento y la fe que salvan. Y si todo no es así, nunca me perdones”. Esta apuesta por explorar en los multiuniversos del poema, incluida la belleza y la música o búsqueda del Orfeo y la Mnemósine que deben conformar su estructura para que alcance los planos de lo trascendental se observa en “Cuando toques un piano”, muy particularmente en los siguientes versos: “Cuando toques un piano / escucha cómo se liberan la carne y tu memoria” (p. 24).
Asimismo, a pesar de que desde sus inicios en el mundo de la poesía este autor ya era consciente del trabajo del poema a partir del rescate de la tradición (véase, por ejemplo, el poema “***”, p. 71, del libro Geometrías del cangrejo (y otros poemas), 2011)[9], ahora lo manifiesta de manera más honda, a través del lenguaje, recuperando huellas que ya encontramos en otros de sus poemas, como las piedras, las mujeres y el agua, aunque aquí abordadas de maneras muy distintas, más en sintonía con su más reciente voz. En el poema “Piedras” aparece lo siguiente: “las lavanderas no llegan solas / para separarse de las piedras, / porque esas piedras tienen otros hijos / que engendran otras piedras” (p. 33). En este caso, de nuevo, el yo poético aborda la idea de la lavandera, ya mencionada en su poema “En la laguna de Masaya” (en Cornisas del asombro, 2009, p. 90), pero como símbolo del poema en tanto es fuente de creación y de fecundidad y por eso su analogía semiótica con el agua (lavar-agua [ciclicidad]). Por su parte, las piedras pueden entenderse como las corrientes estéticas de las cuales nacen otras, tal es el caso de los “ismos” que no desaparecen ni deberían desaparecer, sino que se transforman o mutan, dando vidas a otras corrientes literarias u otras piedras, que, según los ideales que busca la más reciente voz de Calero, podrían volar sin tener alas, pues el mundo de la fantasía, del tigre, todo lo puede.
El poema “En la laguna de Masaya” es muy importante porque denota una manera distinta, por parte de Calero, de interpretar la creación del poema desde el exteriorismo, abriendo la dinámica a “exteriorismos”. Aquí, ya queda claro que no desea quedarse en un punto específico e incluso, busca ir más allá de lo que proponía el maestro Ernesto Cardenal, sin desatender del todo el tema de la revolución: “Se van los pescadores, callados, buscando sus espíritus y pensando en la mujer, sus chavalos, la vida; pensando en la revolución”. Esto lo vemos, además, en sus poemas “Esas guerras” (en Arquitecturas de la sospecha, 2008, p. 101) y en “Aquí parece una guerra de las cosas” (en Paradojas de la mandíbula, 2007, pp. 125-126), en donde, a pesar de tocar el tema de las guerras, punto clave de la revolución en Nicaragua, lo hace de manera distinta, siempre apostando por el intento de llegar a los multiuniversos, asunto que empieza a tomar más fuerza con el paso de los años, gracias, quizás, a una relectura más minuciosa de Rubén Darío y poetas franceses como Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud y Paul Verlaine y cuyo culmen lo ubicamos a partir de Hielo en el horizonte (2021).
Por su parte, una lectura similar a la de “Piedras” podría desarrollarse del poema “Zapato” (en Hielo en el horizonte, 2021): “Y con esos zapatos me entregué a la vida, tracé mi destino con líneas imprecisas, hasta encontrarme con los pasos donde otros zapatos nos dijeron que, antes de desecharlos, les inventáramos un nombre” (p. 40). Aparte del tema al que nos hemos venido refiriendo, es importante mencionar la relación hallada, en la poética de Calero, entre los caminos de la vida (niñez, adultez, muertes y recuerdos) y la construcción del poema como un proceso, un dispositivo, en donde muchas veces es necesario cambiar de zapatos, pues ya están obsoletos, pero no sin antes tener un nombre claro para ellos, es decir, una propuesta o un bautizo de palabras que les brinde identidad y no los deje en el vacío o en flaqueza de muchos textos que se publican y leen por doquier hoy, a la velocidad de la luz, en espacios virtuales.
Sin embargo, el panorama anterior no quiere ni tiene el propósito de decir que exista un absoluto desapego del exteriorismo crítico por parte de Calero, eso sería caer en un error interpretativo sin fundamento alguno. Todo lo contrario, pues resulta sumamente atrayente observar, a través de su poema “Y si Cohen no hubiera pensado”, cómo su interés por cuestionar lo que está sucediendo en su contexto sigue vigente, aunque su intención estética aquí florece y es bastante notoria. Debido a que ya hemos identificado una búsqueda hacia lo más amplio, esto nos permite entender por qué se cambia Nicaragua por Latinoamérica, incluyéndola en ese plano más extenso, aunque también de caos, así lo decreta a partir de la siguiente sentencia, cuya particularidad, además, es hablar desde un “nosotros”, recurrente en el estilo de este autor: “Sabemos que en Latinoamérica hay infección y los ideales enferman y son infiernos” (p. 32).
Estas interpretaciones nos dejan bastante claro que no son los temas los que se desgastan, sino las manera de abordarlos y con qué palabras, porque la idea de poesía por parte de Calero nos conduce hasta los multiuniversos, esto es notorio en “Los siguientes tiempos”, en donde lo tangible y lo ficticio se dinamizan en la retórica del poema: “Y si escribes poesía es porque los dioses se empeñan en darle palabras al mundo, desde los tiempos cuando una roca o el riachuelo eran lo mismo que un sexo desnudo” (p. 38). Este autor siempre ha escrito desde un principio de rigurosidad y compromiso con su vida, con su contexto, con la literatura y con la palabra, tal es el caso del poema “Migrante” (en Hielo en el horizonte, 2021, p. 44), el cual lo coloca en su convulsa posición de antípoda, en tanto ya no está en Nicaragua, pero, paradógicamente, sigue estando a través de la memoria y la tinta, no necesariamente sólo suya, sino de muchos nicaragüenses más:
“Saliste de tu país con la valija de penumbras y el hueso de nuestros muertos inocentes. Creés que soñás con la nada. Saliste de tu país secuestrado. Donde estés dirán: Venís de Nicaragua, la patria del terror, sudarios y fosas que emergen por los desterrados, uno a uno, cruelmente traicionados” (p. 44, el subrayado es propio).
Y en una dinámica similar aparecen los siguientes versos del poema “Furia” (en La costumbre del reflejo, 2006): “Nos han dejado un país con polillas y ponzoñas, donde solo existe oficio para el contubernio o la muerte de los que lo reclaman” (p. 136), pues a pesar de que se publicaron hace diecisiete años, siguen tan vivos como ayer. Aunque quizás, todo este periodo de caos y terror en los imaginarios de Nicaragua presentes en la poesía de Calero (con excepciones a Masaya, como sitio de nostalgia, referencia y recuerdo que han acompañado siempre a su voz) sea uno de los motivos —aparte de su oficio como escritor y su evidente afán de no querer repetirse y tratar temas como las muertes, los recuerdos, el erotismo, el amor, las guerras—, para que en su antología personal Fingir o imaginar que somos tigres (2023) hayamos logrado identificar un notable cambio en la profundidad del lenguaje, aspecto asociado a una variante que perdió muchísimo interés en lo externo (no del todo) para asomarse más en los adentros del lenguaje simbólico, de la ficción, de la poesía y sus multiuniversos y de su ser, con el propósito de seguir despertando a ese tigre, único capaz de resistir los despojos del polvo y hacerlo parte de otra ventana más, dentro de la fría casa de la imaginación en donde el hielo seguirá llegando desde el horizonte.
BIBLIOGRAFÍA
Borges, J. L. (2005 y 2006). Obras completes (I y II). Editorial RBA.
Calero, C. (2023). Fingir o imaginar que somos tigres (Antología). Poiesis editores.
NOTAS
[1] Poeta e investigador costarricense. Máster en “Textos de la Antigüedad Clásica y su Pervivencia” de la Universidad de Salamanca, misma casa en donde es investigador predoctoral. Además, es estudiante avanzado de la maestría en “Enseñanza del Castellano y Literatura” de la Universidad de Costa Rica, mismo sitio donde también ha cursado estudios en Filología Clásica y en Educación Primaria. Correo electrónico: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
[2] Esto explica la predominante recurrencia o preferencia por el poema escrito en prosa, asunto con el que ha sido fiel a su voz.
[3] Referencia a la que Borges se refiere como “el tigre de fuego de Blake”. Asimismo, por efecto simultáneo, la referencia a Blake aparece en Calero: “Blake no estuvo ahí para condolerse” (p. 20).
[4] Asunto que nos remite, simbólicamente, a la portada de la antología personal de Carlos Calero, la cual incluye una fotografía de una máscara diseñada por el poeta costarricense Minor Arias Uva.
[5] Esta guerra entre el poeta y las palabras ya la notamos en “Esas guerras” (en Arquitecturas de la sospecha, 2008, p. 101): “La guerra del poeta y la palabra”, en donde hay una preocupación constante por el hecho no ser escuchado, así como en otros casos, de no ser leído.
[6] Debido a que, en otros de sus textos, como en “Un mundo y el nombre” (en Arquitecturas de la sospecha, 2008, p. 96), Calero ya había establecido relaciones entre el simbolismo de la mujer y la poesía, esto es evidente en su poema “Deudas”: “El silencio de una mujer no se discute, se teme” (p. 25).
[7] “Le señalé: afuera está la luz que urgían sus ojos, / estaba la pasión y su lucha contra el sepulcro; / estaba la imaginación para dar vida a otros tigres” (p. 20, el subrayado es propio).
[8] Esta fue una de las mayores preocupaciones filosóficas de Borges y por eso, aparte de lograr evadir el olvido gracias al sentido universal y volcánico de sus textos, llegó a burlarse de ello con cierta astuta picardía. Un ejemplo lo tenemos en su poema, a modo de epigrama, “Un poeta menor”: “La meta es el olvido. / Yo he llegado antes” (en El oro de los tigres, p. 10, 1972).
[9] En este poema, mediante la fábula, un cangrejo joven honra a un cangrejo viejo, lo cual nos remite a la conciencia, por parte de Calero, de leer antes de escribir, ahondar en la tradición. Pero no sólo eso, sino que también nos revela un sentido selectivo muy importante, pues tiene claro que no se puede honrar a cualquier poeta: “siempre y cuando el viejo sea más sabio y saque su ojo de tiempo sobre el misterio petrificado de los corales” (p. 71). Además, de esta cita debe destacarse la idea que Calero guarda del poeta como alguien que debe trabajar con el cerebro (inteligencia) y con el alma (para buscar significado en los adentros, en el lenguaje simbólico).