EL LENGUAJE DE LAS BURBUJAS, DE IVETH VEGA | REVISTA AJKÖ KI No 3

EL LENGUAJE DE LAS BURBUJAS, DE IVETH VEGA | REVISTA AJKÖ KI No 3

 

 

 

EL LENGUAJE DE LAS BURBUJAS, DE IVETH VEGA

 

Por: Margarita Leoz[1]

 

Con El lenguaje de las burbujas, su tercer libro de poesía, Iveth Vega (Santa Bárbara, Honduras, 1991) ganó el Premio de Poesía «Los Confines» en su edición de 2021, el mayor galardón poético en Honduras, y situó a su autora en primera línea de la literatura centroamericana actual.

La poesía de Iveth no se somete al capricho de las musas ni a la veleidad de las modas. No escribe en el momento ni para el momento, tampoco muere en él. En sus poemas se manifiesta el oficio y la paciencia de una pluma que anheló escribir durante mucho tiempo antes de osar hacerlo. Estas cualidades la distinguen, la tornan brillante, flotante, ingrávida, igual que sus burbujas, libre y liberada de los excesos del yo y de la bruma de lo instantáneo. «Los siglos me han sellado los labios, pero aún así / puede guiarte mi voz en el lenguaje de las burbujas».

La primera parte del poemario, titulada «Caer», nos habla de la caída universal de la condición humana («Yo estoy cayendo en los abismos de mis propias manos. / En mis propios sacrificios y carencias») y del anhelo por recuperar la perfección de la que un día formamos parte («Quiero volver a ser noble»). Esta restauración solo será posible si el ser humano se despoja de los lastres que amarran sus pies a lo terreno (las percepciones sensoriales que por su parcialidad emborronan la conciencia, el yugo del tiempo, la noción de la propia finitud) y emprende, a continuación, un viaje ―uno de regreso, en sentido ascendente― hacia el universo celeste del que partió, del que es originario.  

«Los brazos quieren volar, nunca nadar. Volar, para eso nacieron». De este modo, en «Flotar», la segunda parte del volumen, la voz poética ―múltiple, variada, poliédrica― emprende este ascenso, se eleva. Con el fin de alcanzar su meta, el reino del sueño se reivindica como vía de manumisión de la psique: «Solo en los sueños exclamamos sin culpa las palabras que nos definen y los deseos que nos pueblan. / Solo en los sueños la muerte y el tiempo pierden su imperio». La obra de Iveth Vega ―en este punto queda patente― bebe de André Breton, de las fuentes del surrealismo; el sueño surge como paraíso donde la lógica se estanca y la percepción se distorsiona y, en consecuencia, nos acerca a la auténtica verdad. No obstante, a diferencia de los poetas surrealistas, el cauce de Iveth no desborda en el torrente de la escritura automática, sino que reposa antes de entregarse a los versos.

«Vivirás largos y luminosos años, pero no te bastará». La humanidad es limitada, es ruidosa, es contradictoria; está marcada por la insatisfacción, sobrecargada por la apreciación sensible, traicionada por el cuerpo («el cuerpo solo es un envase desechable»), ese recipiente sojuzgado a la podredumbre de su caducidad y al despotismo del olvido («la muerte vendrá a lavar nuestros rostros también»). Y, no obstante, en su paradoja, el género humano aspira a la sabiduría, a la pureza, a lo infinito, a lo eterno.

«Intento descifrar los mensajes de los astros». Al final de El lenguaje de las burbujas, la reconciliación se intuye posible, aunque la belleza y el conocimiento y la plenitud pasen por el silencio y por la aniquilación de la temporalidad. Para aprehender lo profundo es preciso no mirar, no hablar, adoptar otro lenguaje, porque el lenguaje humano se muestra incapaz («La voz quiere nombrar, quiere crear, quiere invocar, pero las burbujas ahogan los intentos»). En este libro, como en toda la literatura de calidad que se precie, la escritura es también una búsqueda de la propia escritura, un afán por rebasar los límites de la imposibilidad de nombrar.

A pesar de su juventud, la poesía de Iveth no es titubeante, visceral o irreflexiva. Todo lo contrario: se desvela filosófica y cosmológica, matemática en tanto que pugna por comprender las propiedades de lo abstracto. En sus páginas hay telescopios, estrellas, capas terrestres y celestes, planetas, seres mitológicos y ruinas antiguas, aves acuáticas, proporciones áureas y relojes, preguntas sin respuesta. Su voz busca la exquisitez, la iridiscencia, aspira a la armonía, a la música de las esferas. Y, sin embargo, no deja de mirar con compasión nuestros afanes humanos, los nuestros, los de esas hormigas que somos y que, dicen sus versos, «llevamos sobre nuestras cabezas las semillas de la civilización, por un camino que no se acaba nunca».

Que el camino de la escritura de Iveth Vega sea largo. Luminoso ya lo es. Enseguida, algunos poemas del libro aquí reseñado:

 

 

Disipación

 

 

El día en que murió, buscamos el recuerdo de su rostro y no lo encontramos. Recurrimos a

las fotografías y a las especulaciones.

¿Sus ojos eran marrones?

Sus hijos lo buscaron en los diplomas y en los videos de cumpleaños,

pero ninguno lo reconoció.

Ningún rostro era su rostro. La muerte había hecho su trabajo.

Desde entonces tememos, porque la muerte vendrá a lavar nuestros rostros también.

 

Sueño que soy una hormiga roja

 

Los fenómenos nos tocan los pies, con relojes, con espejos, con mordiscos.

Caemos bruscamente en el Cañón de Bryce para iniciar la procesión de las hormigas.

Vamos enceguecidas por tanta luz, llevamos sobre nuestras cabezas las semillas de la

civilización, por un camino que no acaba nunca.

El humo y el cielo; el pasado y el presente se confunden en el sopor del cénit.

 

Nos quedan doce segundos antes de que alguien nos despierte con la vulgaridad de una

botella destapada con violencia.

 

Baia

 

Pasa tu mano por la sedosidad de las olas, pero no reposes en la superficie.

Examíname con tu ojo de cíclope y lánzate a las profundidades submarinas.

Los siglos me han sellado los labios, pero aun así puede guiarte mi voz en el lenguaje de las burbujas.

 

Todas las cosas cambian. Antes aquí todo era bermejo, como la sangre, como la carne,

como el vino. Hay que entender cómo estas cosas se relacionan.

Ahora todo es azul verdoso, infinitamente bello, infinitamente mudo.

 

Cierra tus ojos y déjate llevar por la espuma.

Los tentáculos no le bastan el pulpo al acariciar los mosaicos, tus diez tentáculos tampoco bastarán.

 

Déjate seducir por la suavidad de mis ondas, que el tiempo no se detiene, pero aquí tiene prohibido correr.

 

Enrédate en mis algas y olvida el mundo de las superficies donde todo es violencia y presunción.

 

 

 

A



Aquí todo es frustración y su resonancia.

El océano oscuro y tempestuoso llena de algas y arena mi garganta.

 

La voz quiere nombrar, quiere crear, quiere invocar, pero las burbujas ahogan los intentos.

 

Los brazos quieren volar, nunca nadar. Volar, para eso nacieron.

Los brazos quieren salvar a este cuerpo que está abandonado junto a las naves.

 

El tiempo transcurre con su marcha orquestal, con sus giros de muerte.

 

 

Silencio

 

 

En aquellos años pensabas que para conocer la profundidad era necesario bajar los ojos.

 

Ahora comprenderás que la profundidad se alcanza al guardar silencio.

Llegas tarde a tu cita.

Buscas atar los hilos de la red, pero te vas quedando sin manos.

No quieres aceptar la inmovilidad, la no pertenencia, la sabiduría silenciosa.

Calma, el cuerpo solo es un envase desechable.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Vega, I. (2022).  El lenguaje de las burbujas. Editorial Efímera.

 


 

[1] Licenciada en Filología Francesa por la Universidad de Salamanca (2002) y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Barcelona (2004).  Es autora del libro de poesía El telar de Penélope (ganador del Certamen de Encuentros de Jóvenes Artistas de Navarra en 2007, Editorial Calambur, 2008), de los libros de relatos Segunda residencia (Tropo Editores, 2011) y Flores fuera de estación (Seix Barral, 2019) y de la novela Punta Albatros (Seix Barral, 2022). Sus artículos y críticas literarias han aparecido en revistas como Cuadernos Hispanoamericanos, Revista 5W o Litoral. Algunos de sus cuentos han sido traducidos al inglés, al hebreo y al letón. Fue seleccionada para el proyecto «10 de 30» de la AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo), que elige a los diez mejores escritores menores de cuarenta años para promover su obra en el ámbito internacional.