LA POESÍA COMO REVELACIÓN Y DOCUMENTACIÓN:
CAMBIO DE DIOS (2023) DE CARLOS MANUEL VILLALOBOS
Por: Yordan Arroyo[1]
El poeta y escritor costarricense (así también llamado ramonense en diversos momentos, según delimitaciones conceptuales en el terreno de los estudios literarios regionales) Carlos Manuel Villalobos retoma un tema que ha sido de gran interés desde sus inicios en el campo literario: el mundo prehispánico (principalmente sus mitos, dioses y leyendas) y las coyunturas de la colonización. En cuanto a su producción poética, labor en la que delimitamos nuestro breve horizonte de expectativas para esta reseña, en sus primeros dos poemarios publicados en los años noventa: Los trayectos y la sangre (1992) y Ceremonias desde la lluvia (1995) muestra al lector su interés por el pasado de Abya Yala. En específico, en el primero de ellos, en el cual nos concentraremos a modo de diálogo, poetiza momentos históricos respecto a la llegada de los españoles a este territorio, propiamente, interesándose en periodos documentados, de sufrimiento y mucha violencia.
La ópera prima en poesía de Villalobos revela un interés crítico de provecho, más si especificamos que para aquella fecha, proyectaba ser un joven de 23 años preocupado por la protección de la madre naturaleza, la pérdida de grandes imperios como lo fueran el maya, el inca y el azteca y la mención de divinidades prehispánicas (asunto que más adelante, como sucede en Altares de ceniza, 2019, conjugará con otras divinidades de diversas latitudes, insertando cada vez más piezas al rompecabezas de su voz y afinando otras) desde una corriente indigenista, cuyo fin estético es dar espacio a lo silenciado, tal y como sucede en Cambio de Dios (2023), libro del cual hablaremos más adelante, a través de algunos textos, de la manera más objetiva y dinámica posible.
En el epígrafe que acompaña el primer poema “Pre-parto” de Los trayectos y la sangre (1992) se hace alusión a una elegía quéchua: “Se nos ha acabado en tus / venas la sangre /. Se ha apagado en tus ojos la luz” “…los vasos de oro, todo, se repartieron” (p. 8), lo cual ya denota el espíritu, por parte de Villalobos, de mirar hacia la tradición histórica y acoplarla al sujeto de enunciación, y en la última estrofa del texto aparece lo siguiente: “Ya no están los ochenta siglos / que subieron por los templos / de los aztecas, y los mayas, y los incas” (p. 9). Ese sentido de pérdida y de ahondar en el vacío con olfato de poeta e investigador (periodista y filólogo) está vigente en la identidad literaria de este autor desde su plena juventud e irá, según lo intentaremos argumentar, in crescendo. A su vez, en la segunda parte, abre con una cita de Bernal Díaz del Castillo: “Y volviendo a mi cuento, vine la tercera vez con el venturoso y esforzado capitán don Hernando Cortés” (p. 14). Este pasaje es muy importante para los saberes filológicos de esta reseña porque, aunque podrían mencionarse muchos asuntos más, Villalobos muestra un interés particular por el uso de fuentes históricas para inyectar un espíritu crítico en sus poemas, a partir de una mirada hacia un pasado cargado de dolores y sufrimientos que, hasta el día de hoy, son poco conocidos a través de fuentes como la de Felipe Guamán Poma de Ayala, descubrimiento personal gracias al poemario Cambio de Dios (2023).
Desde este preámbulo crítico, podemos decir que la poesía de Villalobos busca documentar y revelar aquello que está oculto en los escombros de las ruinas o que ha sido silenciado por los gritos de la violencia. Esta labor la realiza a través de un trabajo estético con el lenguaje, aspecto que genera un impacto particular en nuestra lectura de Cambio de Dios (2023), por eso no podríamos equivocarnos diciendo que es un libro para un grupo específico de académicos, según sucede en varias ocasiones con algunos poetas o con estudiosos que al ver un poeta y académico caen en prejuicios y aseveraciones. Si acaso la poesía podría tener alguna definición (no lo consideramos así) o nutrirse de varias nociones, podemos proponer que en este poemario sí la hay, pues cada página, aunque no se ambiente directamente en el presente[2](aspecto temático que algunos lectores o críticos quizás podrían reprochar, aunque no es de nuestro actual interés ahondar en ello, sino en otros aspectos), revela un estado de madurez con el lenguaje. Villalobos observa en la lectura de un documento histórico la posibilidad de trasladar un tema, de mayor interés latinoamericano, a un público general (sin academicismos ni hermetismos algunos (aspecto que sí observamos, por ejemplo, en los primeros poemarios de un poeta como Carlos Francisco Monge).
A pesar de ciertos intereses éticos que este autor conserva desde su juventud, aquí, en su reciente poemario, debemos insistir en que la diferencia se encuentra en el trabajo con el lenguaje (la belleza que logra, a pesar de interesarse en temas terribles para los derechos humanos), la precisión y delimitación temática y en la depuración de poemas. Incluso existe un cambio hasta en la cantidad. Ahora, Villalobos prefiere menos poemas y mayor voltaje, principio que le ha de haber inculcado muy bien uno de sus primeros maestros, con huella enorme en Costa Rica: Francisco Zúñiga Díaz más su trabajo en equipo con Fadir Delgado Acosta, quien ha influido en diferentes voces costarricense tanto como poeta como tallerista). De nuestro agrado ha sido el acompañamiento iconográfico (siguiendo la dinámica del manuscrito de la Primer Nueva Corónica y Buen Gobierno de Felipe Guamán Poma de Ayala, 1615), pues las cuatro imágenes que hallamos, sin contar la portada, sirven como guía interactiva. Así sucede con la primera, del padre Verdugo, quien castiga fuertemente (es la expresión que brinda la víctima), para ser específicos, muy probablemente a un inca. Desde esta entrada visual ya se anuncian, en particular, signos de maltrato, subalternidad, manipulación del dogma cristiano por parte de figuras antiquísimas de la Iglesia (este asunto se desvela desde el título del libro y del poema de las páginas 24 y 25, sugestivo y a la vez irónico [en tanto tono de denuncia contra los procesos de evangelización], aunque a su vez, muestra un politeísmo manifiesto en la producción poética de este autor, como parte de una estética más reciente que podríamos considerar multicultural) y muchísimo dolor (la cara de la víctima sorprende, pues no revela otro código que no sea sufrimiento: lágrimas y gritos), pesadumbre partícipe en todas las iconografías, entre ellas la tercera, bastante grotesca.
A su vez, la primera iconografía orienta al lector para que logre entender, sin necesidad de ser experto en el tema (el poemario tiene la particularidad de acoplar información muy específica, a un público en general, tal y como lo hemos venido diciendo, a través de un trabajo con el lenguaje sencillo, claro y directo), el epígrafe que da inicio al poemario: “…unos llorarán, otros se reirán, otros maldecirán (…) otros querrán tener en las manos este libro y crónica para enfrentar”, autoría del cronista Felipe Guamán Poma de Ayala y cuyo destinatario era el Rey Felipe III en España, aunque durante el camino su mensaje [carta] se extravió, lo cual ha sido uno de los motivos creativos principales de Villalobos para construir este libro, en gran parte gracias al valor de su imaginación y a sus principios éticos de compartir, con cualquier persona, lo allí aglutinado (tenga o no estudios específicos sobre este tema, pues es casi imposible no disfrutar cada uno de sus poemas).
Del primer texto “Carta de Guamán”: “Que llegue a España sin rasguños esta carta. / Que sepa el viento que el escriba se llamó / Felipe Guamán Poma de Ayala / Que no se hunda el mar / que lleva a bordo las heridas” (p. 7) es importante subrayar las personificaciones que utiliza este cronista poético, tales son los casos de “rasguños y heridas” [de la carta]. Ambas se unen a otras construcciones como “dolores del dibujo”, “choque” y “sana y salva”. Villalobos entrena a las palabras[3] para que se conviertan, sin caer en mínimos panfletos (criterio que coincide con el veredicto del jurado, véase p. 51), en fuentes de revelación, dolores, violencia y silencios. Por eso, manejando datos históricos los poetiza para provocar sensibilidad en el lector y que pueda entenderlos siendo partícipe de sus dudas: “Quién sabe. Tal vez en un renglón aparte de la historia llore Dios / y el hocico de la muerte confiese / de rodillas / que es cierto lo que digo. / Con suerte estas lágrimas conviertan en diluvio la vergüenza / y se ahoguen las campanas / y los diezmos / y se ahogue para siempre la Cuaresma” (p. 8).
Una de las críticas principales, según nuestra decodificación textual y con evidente ironía en los versos citados se refiere a la figura de un Dios cristiano, quien, según lo deduce la lectura del poema, a pesar de ver el sufrimiento de muchos incas durante la conquista española en aquel territorio y en aquella época, no hizo nada por ellos (rompiendo, muy irónicamente, el imaginario de Dios canónico de bondad y amor, a través del adverbio de duda “talvez”) y por eso aboga por que desaparezcan signos tradicionales del cristianismo como lo son las campanas, los diezmos y la Cuaresma. Este aspecto también se observa en el poema “Cambio de Dios”, en donde se revela la crueldad con la que actuaba el gobernador de la así llamada Nueva Castilla, Francisco Pizarro. Es necesario citar completo este texto debido a la presencia de acontecimientos realmente horrorosos, sin la necesidad de caer en flaquezas, pues estamos frente a un poeta contemporáneo, dentro de los contemporáneos, que se aleja de todo tipo de modas vagas, efímeras y superficiales:
“Creían que dios era el sol que da sobre la piedra
pero los hombres de Pizarro trajeron los cuchillos
y le arrancaron el corazón al día.
Luego pusieron el cadáver de la luz en una estaca.
Los que tenían hijos pidieron brasas
para alumbrar el nombre de los suyos
pero los curas
no quisieron que se oyera la ceniza
y bautizaron el viento
con letras de palabras muertas.
Luego les sacaron los ojos
a los que no sabían decir el Padrenuestro
ni las letras en latín sobre la cruz.
Los más ancianos pidieron de vuelta la pupila
pero el nuevo dios
respondieron
no perdona la ceguera” (p. 25).
Leemos, sin aseverar que sea consciente por parte de Villalobos, en la última estrofa, un desdoblamiento del pasaje bíblico de Mateo 11:4-5, pues este cronista poético construye una figura de un dios cristiano desligado de los cánones europeos de belleza y más bien, se presenta como un ser despiadado y cruel que no merece confianza y fe alguna, pues no le interesa curar ni perdonar a los ciegos (por consiguiente, ni a los leprosos, ni a los sordos ni a los cojos. Es, siguiendo los cánones de los dioses griegos, una especie de ególatra). Esta lectura nos permite afirmar que el cambio de Dios puede interpretarse, simbólicamente, también como el cambio de la vida a la muerte, porque quien no obedeciera tales mandatos supuestamente “sagrados” o “divinos” sería asesinado de inmediato, tal y como sucedió (así lo confirman, en este caso, las documentaciones de Felipe Guamán que sirven como respaldo). No existe una manera más frágil de referirse a las bestialidades que se sufrían en aquel contexto, asunto reflejado muy bien en los siguientes versos: “Ahora esto es un país atado al miedo. / Aquí / ni siquiera la muerte puede repatriar / su propio cuerpo” (en “Geografía del menoscabo”, pp. 28-30).
Por su parte, debido a los orígenes interdiscursivos de este libro, Villalobos recupera una de las bases retóricas de la historiografía clásica griega, asunto que ya se observaba desde Tucídides en su emblemático libro sobre la historia de la Guerra del Peloponeso. Existe un interés por parte del yo cronista de hacer creíble lo que está diciendo, presentarse como un testigo (en el caso de Tucídides), aunque aquí, marcando territorio con su estilo y propuesta, utiliza la imagen de la muerte (representante de todos los incas fallecidos) confesándose de rodillas, como si ella también fuera cristiana (ejercicio irónico que sólo puede lograr una mente creativa y muy madura). Este mismo aspecto se vincula en este poema a través de los verbos, directa o indirectamente, “llegar” y “saber”, pues desde una postura semántica, ambos se relacionan, porque traen consigo un cambio y justamente, esa variante discursiva la logra este libro: revelarle acontecimientos muy fuertes y terribles, respecto al virreinato de Perú durante los siglos XVI y XVII, de manera poética al lector, quien podrá digerir cada señal, como si de un muy buen trago se tratara: “Que llegue a Europa sin mentiras este trago. / Que lo beban a secas los reyes / y los papas / y que a todos les lastime la garganta” (p. 8).
La importancia que tienen las palabras para Villalobos y además su interés para que sean bien recibidas por el lector, como si de un ciudadano degustando un buen vino se tratara, continúa en el poema “La sangre en la espada”, así lo deja ver la siguiente estrofa: “Aquí la tinta es lo mismo / que la sangre en el cuchillo” (p. 9). En este caso, el sujeto de enunciación logra encontrar una interesante relación entre la tinta y la sangre en el cuchillo (signo clave de genocidio), pues para él, ambas partes conservan una huella de dolor y documentación (son los mecanismos que utiliza el poeta para crear y recrear desde los escombros del caos); por esta razón, recuperando, nuevamente, la tradición retórica griega anteriormente referida, cierra el texto de la siguiente manera: “De nada sirve que diga estas palabras / si el escribano escribe que es mentira / la poesía” (p. 9).
En este caso de la cita, similar al poema “Carta de Guamán”, dicha tradición historiográfica se readapta al contexto contemporáneo, pues aquí ya no es el “yo”, al modo de Tucídides, quien busca construir una imagen de ser creíble, sino la poesía, cuyo valor, así como las palabras, en los principios estéticos de Carlos Villalobos y de su libro es esencialmente documentaria y reveladora. El cronista poético se arriesga a denunciar y por ello, es consciente de que la poesía sabe muy bien del dolor y de la tortura: “Tienen celdas donde espera su sentencia / la poesía” (en “Tortura”, pp. 46-47) y por ese mismo sentido de denuncia presenta el poema con valentía, como si se tratara de una persona que se arriesga a enfrentarse a todo tipo de jueces y acusadores. Consideramos que esto surge porque, según lo que nos propone este libro, la poesía nace del entierro y de las fosas y habla por los condenados y los muertos: “Nadie saldrá libre de esta causa. / Ni las cabezas / ni las palabras / ni este poema” (en “Acusación”, pp. 42-43).
Tales sentidos documentales y reveladores son y serán constantes, así lo certifica también el poema “Caruas” (p. 10), otro de los más dolorosos, en tanto testimonia el sufrimiento de Diego Caruas, quien, según este texto, fuera torturado por un padre de la iglesia de San Cristóbal hasta conducirlo a una muerte en donde ni siquiera los ángeles lo salvarían. Este aspecto intensifica su carga trágica. Otro de los casos que revelan violaciones, mediante un trabajo con el lenguaje, a modo de disfraces, se halla en “Aldaván” (p. 12), aquí se denuncian altercados por parte del padre Aldaván, por ejemplo, contra poblaciones infantiles: “Acaricia con los dientes el silencio de los niños” (p. 12), razón por la cual, es imprescindible retomar el recurso de la ironía para dar cierre al texto: “Después bautiza el humo / para salvarse a sí mismo de su propio Dios” (p. 12). El sujeto de enunciación, nuevamente, construye una imagen discursiva de Dios alejada de los cánones oficiales de las Iglesias, razón en donde entra en juego el tema de la castidad, cuestionada, muy creativamente, a través del poema “Una lámpara sin luz”: “La castidad aquí es una lámpara sin luz / que alumbra el pecho de las llamas” (p. 13), es decir, es un sinsentido, así como también el diezmo (véase poema “El diezmo”, p. 21)
Asimismo, como parte de las dinámicas dialógicas clave del libro, en el poema “Petición para que cese el diluvio”, se cuestiona, mediante el disfraz de las palabras, la manipulación de cerebros que logran muchos sacerdotes a través de sus misas: “Que cese el libro de mentir cada domingo” (p. 14), falacias que, según el poema “Los domingos son subastas”, calzan a la perfección en estos eventos, porque en ellos se venden, a dos por uno, “las astillas de la muerte” (p. 16). No quedan dudas de que este poemario está lleno de revelaciones, de silencios históricos, denuncias y de muchas muertes. Una de las maneras más precisas para ocultar este tema se encuentra en “Un Dios que lastima” que citamos completo por razones que enseguida explicamos:
“No estamos acá para curar la muerte.
Solo somos un buitre
que se come lo que olvida
un dios sin alas
que se lastima
cuando pregunta” (p. 15).
Este es el primer poema donde aparece un cambio de registro lingüístico para comunicar mediante la primera persona plural (nosotros) con el posible afán de adquirir un sentido universal muy bien logrado. El cronista poético y el lector se unen para un fin común: buscar respuestas y hallarlas, aunque esa solución les lastime el alma, porque la poesía, para Villalobos, además de documentación y relevación también es dolor y del más fuerte (aunque suene absurdo: del más humano). Según parece, para él, el poema nace de la herida, la sangre, la tragedia, las injusticias y el cuestionamiento de discursos oficializados. El poeta y el lector son un buitre o un dios ya caído del Paraíso porque allí hay tantos cadáveres que ya ni su cuerpo cabe y es mejor cortarle las alas para que no intente volver y experimente, ahora en carne propia, el sufrimiento que sienten los humanos (véase el énfasis retórico en palabras fundamentales en el contexto del libro como: angustia, odio, miedo, tristeza, muerte, salvación, silencio, huesos, mentiras, hambre, desconsuelo, miseria, fosa, abandono, heridas e infierno), razón por la cual, no es casualidad que, según nuestro punto de vista, uno de los pasajes (versos y estrofas) de mayor voltaje en el libro sea el siguiente: “Lo que empuja el viento hacia Castilla / es un barco de tristeza. / Lo que lleva el mar en sus bodegas / es una fosa común / toneladas de oro / para hacerle un altar / a la miseria” (en “Lo que sangran estas minas”, p. 23).
Los poemas de este libro aquí reseñado son un tejido de historias, muertes, dolores, violaciones, silencios y de todo tipo de atrocidades que se aglutinan y toman forma de carta (entendiendo aquí la carta como un sobre que guarda revelaciones o pistas para articular), asunto que se manifiesta, según nuestras interpretaciones, en el poema “El hilo de las cosas”:
“En la casa de los curas
hay manos de tejer que lloran.
Están ahí calladas, como si el cargo
de pintar sotanas no fuera, a escondidas, un insulto.
Están ahí en los rincones
como si las telas no fueran otra momia.
No saben estos curas
que los telares son el útero donde nace dios
y que todo manto es un pequeño catecismo
que predica el universo.
Las tejedoras enhebran sus secretos en las faldas
Enhebran las estrellas en el ojo de los niños.
Un cordel con nudos es un libro.
Un bordado de incendios es el amor.
No saben estos curas
que el odio también es un hilo
y el viento
y la palabra
y esta carta de Guamán” (pp. 40-41)
Estos tejidos son símbolo de la escritura misma y esos cordeles con nudos son los que hemos intentado desatar por medio de esta reseña, con el fin de dar a conocer parte de las revelaciones aquí manifiestas. La poesía, de la manera como Villalobos nos la presenta, busca transmitir palabras que nacen del silencio y toman vida en el entendimiento (en el acto de descoser) o espíritu humanista del lector. Frente a ello, debemos referir, nuevamente, un asunto ya desarrollado en un comentario nuestro al libro Lady Lazarus (2022, Premio Internacional de Poesía Manuel Acuña 2021) de David Cruz, pues Cambio de Dios (2023, Premio Internacional de Poesía Vicente Rodríguez Nietzsche 2023) también nos demuestra lo equivocadas que se encuentran algunas personas de la región al decir, exageradamente, que TODA la poesía publicada en la actualidad y que recibe premios es de una calidad muy cuestionable[4] y sin contenido alguno (esto denota un fenómeno de interés en cuanto a lo que algunos críticos llaman “la caída de la ciudad letrada”, pues se están haciendo comentarios escépticos sin leer todo lo que se está produciendo).
Ambos libros reseñados (en Círculo de Poesía y aquí, en revista literaria Ajkö Ki), con dinámicas y voces muy distintas (la propuesta estética de Cruz sigue una línea posmoderna y de rescatar, a manera de rompecabezas, voces de otros autores), brindan su cierto aporte a la tradición poética costarricense y a su conjunto latinoamericano, en especial este último. El tema tratado, aunque no sea ni deba ser lo único en un poemario, resulta de interés para quienes se vean interesados en muchos escombros detrás de los procesos de conquista española en Perú, sin intereses de ahondar en leyendas oscuras y partir de información documentada, aunque según parece, que hoy sigue siendo bastante desconocida). Este libro parece tener la capacidad de resistir a las telarañas del tiempo y vencer el olvido, pues se aleja de los gurús de las modas, las egolatrías y las famas efímeras y encuentra la brújula del barco en lo más hondo del lenguaje y la autocrítica.
Bibliografía
Villalobos, C. M. (2023). Cambio de Dios. Editorial Arboleda.
_ (1992). Los trayectos y la sangre. Ediciones Zúñiga y Cabal.
NOTAS
[1] Poeta e investigador costarricense. Máster en “Textos de la Antigüedad Clásica y su Pervivencia” de la Universidad de Salamanca, misma casa en donde es investigador predoctoral. Además, es estudiante avanzado de la maestría en “Enseñanza del Castellano y Literatura” de la Universidad de Costa Rica, mismo sitio donde también ha cursado estudios en Filología Clásica y en Educación Primaria. Correo electrónico: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
[2] Desde nuestro punto de vista y muy en oposición a diferentes personas, la poesía no está obligada a ambientarse en el presente para obtener un respectivo valor. Cada autor ahonda en el horizonte de expectativas que considere apropiado y según su voz y propuesta hasta llegar a los intereses, entendimientos, interpretaciones y emociones del público lector. Desde este panorama, afirmamos lo que comenta la poeta española Maribel Andrés Llamero en su reciente entrevista en “Un país para leerlo” respecto a su poemario Los inútiles (2022) en donde busca desarrollar la propuesta de que en el arte existe cierta “utilidad” de lo inútil.
[3] “Que llegue al reino de Castilla / sana y salva la palabra” (p. 7). El valor de las palabras es muy importante para este autor y de allí la precisión y la máxima sencillez posible que busca en ellas.
[4] Así como Catulo en muchas ocasiones decía odiar a Lesbia aunque en el fondo la amaba, consideramos que muchos poetas que caen en escepticismos y exageraciones respecto a premios literarios (no toda obra premiada es de pésima calidad. Aunque haya premios muy cuestionables y libros muy mal premiados, no se puede generalizar, porque eso es caer en criterios vacíos e imparciales), muy en el fondo los desean y por eso conviven con una especie de limbo que hiere cada vez más sus ideales, utilizando las redes sociales y cibernéticas como un espacio virtual para desahogar parte de sus inseguridades narcisistas.