Anamorfosis de la enajenación
Por: José Antonio Olmedo López-Amor[1]
«¿Cuáles son los buenos y los malos caminos
para metabolizar psíquicamente
—en lo individual y en lo colectivo—
esa experiencia de horror que para algunos
es una marca indeleble y para otros un detalle de la historia?».
Marcelo Viñar,
Crónica de la memoria. Crónicas para una memoria por venir (1993)
«La cárcel hoy día cumple muy mal los tres propósitos que se le adjudicaron en el siglo xviii. No es un
disuasivo, ni rehabilita, y el castigo que administra es cruel e inhumano. Como el hospital europeo del siglo
XIX, que vino a ser foco de infección epidémica en vez de sitio de curación, la cárcel está en el corazón mismo
de nuestra problemática criminal. La cárcel no es la solución. Es el problema».
Fernando Picó Bauermeister,
El día menos pensado: historia de los presidiarios en Puerto Rico (1793-1993) (1998)
Según Hegel: «[…] la violencia no puede modificar la voluntad (como autodeterminación humana) solo someterla, por esa razón advierte que la pena aislada, separada del Derecho, vista singularmente es únicamente violencia» (1985: 103). El siglo xx fue el más violento de la época moderna. Tres regímenes fueron los máximos criminales de la pasada centuria: el soviético, bajo el mandato de Stalin; el alemán nacionalsocialista, de Adolf Hitler; y el comunista chino durante el gobierno de Mao Tse Tung. Estos líderes, que promulgaron la creación de una ideal sociedad nueva, asesinaron en su porfía a más de cien millones de personas que no comulgaban con sus ideas, que profesaban otra religión, que poseían alguna minusvalía física o psíquica o, simplemente, porque no entraban en los proyectos que diseñaban la construcción de un “hombre nuevo” para el futuro.
Entre los crímenes intencionados de los diferentes Estados y los conflictos armados del pasado siglo, más de doscientos millones de seres humanos fueron aniquilados. En palabras del historiador Eric Hobsbawm: «el siglo pasado fue el más sangriento en la historia de la humanidad». Por todo ello, podemos afirmar —sin ningún género de dudas— que vivimos en una sociedad violenta, la coacción, la violación o el ensañamiento atraviesan las relaciones laborales, sociales, sentimentales, y también, aquellas que mantienen los individuos etiquetados como delincuentes con sus respectivos Gobiernos.
La palabra ‘panóptico’ procede de la voz griega optikós, ‘óptico’, antecedida del prefijo pan- (todo), y según la RAE significa lo siguiente: «Dicho de un edificio: Construido de modo que toda su parte interior se pueda ver desde un solo punto». Por lo tanto, podemos colegir del propio título del libro que lo que encontraremos en su interior es el desglose de una mirada. Dicho escrutinio queda enmarcado entre los muros de una institución penitenciaria, no por casualidad, es el ámbito legal en que el Estado ejerce su mayor poder contra los individuos.
Tratándose de una cárcel, podemos suponer que esa función panóptica (ubicarse en un punto de poder después de haber estudiado la geometría del espacio) debe ser asumida por un centinela, un alcaide o algún sofisticado sistema de vigilancia que asuma la responsabilidad de controlar todo lo que ocurre en el interior de dicho recinto. Sin embargo, Julio César Pol escoge como hablante lírico, como narrador y observador, a una presidiaria: «Él te ordena quitarte toda tu ropa / Pararte de espaldas / Totalmente desnuda». La primera toma de contacto de la condenada con el penal transmite toda la dureza y frialdad de un aherrojamiento mutilador: «-¿Cuáles son los días que caes en regla? / Mientras te levanta los brazos por encima de la cabeza / Y te acaricia las axilas / Y te recorre / Un delirio de fornicación / En toda la piel / Del cuerpo que dejó de ser tuyo».
Los yoes políticos de este poemario corresponden a una mujer cautiva que, como afirmarían los deterministas, más por cuestiones sociales que por azar, está condenada a delinquir y sufrir desde su nacimiento; pero también, a un hombre que ha cometido excesos, a una analfabeta que no sabe ni escribir su nombre, y muchos otros. Desde el perspectivismo, el poeta escoge la mirada del culpable afligido para presentar, no solo los efectos que produce someter a alguien marcado a un sistema correctivo violento, sino para mostrar las anónimas vidas que interactúan en esos espacios de aislamiento llamados cárceles, para cuestionar las leyes y los procedimientos que las circuyen, además de revelar la problematización que deviene de instaurar un sistema de castigo así en la sociedad moderna.
Si en El ala psiquiátrica (Isla Negra, 2020) Julio César Pol se centró en las instituciones sanitarias y la locura como enfermedad y estigma, como herramientas de control de un cierto sector de la población, en Panóptico (Isla Negra, 2023) prolonga su mirada y se adentra en las cárceles y el delito como extensión del aparato represivo del Estado. Criminalizar y controlar al enfermo mediante un estatuto patológico no es menos lesivo ni alienante que enfermar y controlar a un criminal al que se ha moldeado e inducido a ello con estrategias subliminales. El poeta sigue investigando etnográficamente las relaciones asimétricas que se dan entre ciudadano y poder en un lugar y un tiempo determinados (inseparable cronotopo), continúa ahondando en el conflicto resultante y, sobre todo, en las hondas heridas que produce.
El padre de un preso ha fallecido durante su decimotercero año de condena, llevaba veinte años sin verlo; un muchacho ha aprendido en la cárcel todas las malas artes de la calle y está deseando que llegue su excarcelación para poner a prueba sus nuevos conocimientos; aquellos que no se drogaban antes de entrar en el presidio lo empezaron a hacer allí. Los poemas de Pol son muy narrativos y visuales, describen escenas muy concretas, a veces, de suma dureza, como si de un mosaico de imágenes se tratase, el autor nos conduce por la problemática de los bajos fondos y nos obliga a contemplar su humanidad.
La experiencia carcelaria ha transformado a algunas personas en engendros. El índice de reinserción con respecto a los índices de reincidencia o de no reinserción debe —por lo menos— justificar el desproporcionado uso de la fuerza. Que esta sociedad crea monstruos, es algo que está fuera de toda duda. Una cita de Foucault ubicada antes de los poemas nos previene acerca del castigo físico que aplica el sistema penitenciario: «El castigo se ha convertido en una economía de derechos suspendidos, en el arte de las sensaciones insoportables».
La segunda cárcel a la que se refiere Pol en “Hay otra cárcel en la cárcel” se encuentra en la memoria del penado y es ahí donde la culpabilidad o la inocencia ejercen todo su poder corrosivo. Todo confinamiento se fagocita de inventariar los recuerdos y los pensamientos. Esa reconstrucción memorística es silenciosa y tortuosa: «Reasigna una causa y una culpa / A algunos rostros / A algunas conversaciones / A algunos sucesos». Por tanto, el tormento del confinado es casi permanente.
El castigo prolongado del cuerpo termina siendo la ruptura del alma. Cuando encierras a un ser humano durante décadas le estás arrebatando todo cuanto podría ser, tener y hacer. El endriago resultante del ajuste de cuentas estatal contra el convicto es tan antiguo como la vida en comunidad: «Entre las murallas / Que contienen la penitenciaría / Están los hábitats / De todos los monstruos». Esto queda reflejado en el poema titulado “Hijos de Tifón”, donde el poeta enumera algunas de las reclusiones más importantes del imaginario mitológico junto con los doce trabajos a los que fue sometido Heracles. Recordemos que Heracles fue invitado por el oráculo de Delfos a realizar dichos trabajos para obtener su expiación por los asesinatos cometidos. En clave alegórica, el titán Jápeto es cualquier reo, al que Zeus (la ley) condenó al Tártaro (lugar del cautiverio).
Julio César Pol vuelve a versar sobre un tema espinoso y polémico que compromete a la salud y al libre pensamiento del ser humano, es decir, que produce dolor, y lo hace inundando a su poesía de referencias culturalistas. Ese reflejo de la tradición nos recuerda que no hemos cambiado mucho. Ese dolor, trasladado a la lectura, encuentra un correlato en la atrición que producen en el lector dos decisiones ortográficas que ha tomado el autor: el empleo de la letra mayúscula al inicio de todos los versos (recuperado de una tradición antigua) y la ausencia de puntuación (bastante común en la poesía moderna). Ambos recursos funden pasado y presente, tradición y vanguardismo, e inducen al leyente a una experiencia inmersiva que le exigirá lentitud, que evitará que lleve a cabo una lectura rápida, aumentando con ello su tiempo de recepción.
Pero las implicaciones de su estilema atañen al papel autoral que los lectores deberán asumir para decidir dónde comienzan y terminan las proposiciones. Al no utilizar puntos ni comas, cada lector conforma su particular sintaxis. Las versales al inicio del verso podrían transmitir una sensación de esticomitia, es decir, que cada verso coincide en su final con la pausa versal, pero nada más lejos de la realidad, todo es una ilusión que contribuye a generar extrañamiento, astringencia, desafección. Los versos transmiten la incómoda oscuridad de un problema muy serio, su lectura, también.
Teniendo en cuenta que el nombre de las cosas es una convención casi lo más ajena a ellas, lo más antinatural, la invitación del poeta a que los lectores sean co-creadores de su obra se amplía en varios poemas que aparecen desprovistos de versos, es decir, solo conocemos de ellos el título. Podemos hablar, en cierta medida, de Panóptico como una obra abierta. Cuando un poema es silencio, vacío, espacio, las posibilidades creativo-interpretativas se multiplican hasta el infinito.
Uno de los verdaderos dramas por los que pasan los reos de largas condenas es ser testigos del sufrimiento, descomposición o destrucción de sus familias. Los seres queridos se convierten en mitad del aislamiento en un efugio emocional con el que se pretende equilibrar la barbarie. Esto se aprecia en los poemas titulados ‘Horror’ y ‘Bacará’. Tal vez esa toma de conciencia, aunque para algunos llegue demasiado tarde, sea uno de los primeros y más importantes aprendizajes del convicto.
Para la sociedad occidental, una institución total, como la cárcel, es aquella que protege a la comunidad de aquellos individuos que son un peligro para ella. Lo discutible de dicha protección es que conlleva una aplicación de la fuerza tanto o más expeditiva que la empleada por el preso a la hora de cometer su delito. La aplicación de la pena de muerte, la conducta indecente de algunos funcionarios de prisiones, nada escapa a la indagatoria mirada de Julio César Pol.
El poemario fluye sin interrupciones, no existen divisiones temáticas ni su léxico busca el lirismo. Los versos van desovillando un cuerpo lacerado y descubriendo con su desnudez a un alma ajada. Cada verso nos instruye en la crueldad del ser humano, en su doble moral, en el poder de la mentira. Las historias de familias sin recursos que han visto corromper las vidas de sus miembros, su pobreza heredada, un bien que nunca prescribe, se descubren como centros de un amor intoxicado por la jerarquía capitalista.
Julio César Pol compara un juicio con el circo romano, denuncia las malas prácticas de jueces, abogados, testigos y fiscales, quienes más obligados por lo que se espera de ellos, por apaciguar los ánimos de un jurado que representa a la sociedad más conservadora, que por la evidencia de las pruebas, se apresuran a dictar sentencia sin temer las consecuencias de sus actos: «Debía calmar al circo / Y al jurado / Y hacer justicia / Con otro pulgar / Apuntando al infierno». La noción de justicia queda en entredicho y se convierte en un concepto a estudiar y redefinir.
En “Adjournment sine die / Ad quod damnum”, el poeta anticipa que las tácticas filisteas empleadas para imponer y restaurar el orden, los métodos de castigo, se perfeccionarán con el tiempo y se aliarán con la tecnología para potenciar y precisar las formas de herir: «Crearán una ficción trágica / De la muerte / De acuerdo con el agravio / Y programarán / Reiteraciones infinitas / De la angustia». Como si de una narración distópica de Burguess se tratase, la utilización de chips inhibidores de la voluntad o la imposición de un mundo virtual como herramienta correctiva no están muy lejos de la próxima realidad.
En el poema titulado ‘La lista’, Virgilio, guía de Dante en la Divina comedia, pasa lista en el infierno y el poema es una letanía de nombres de escritores ilustres que fueron encarcelados alguna vez en sus vidas. Entre ellos, Miguel Hernández, quien escribió durante su encierro algunos de sus mejores poemas y murió en prisión; o también, Marcos Ana, el preso del franquismo que mayor tiempo estuvo encerrado, entró en la cárcel con diecinueve años y salió con más de cuarenta. El poema supone un reconocimiento y un homenaje a aquellos artistas que añadieron la experiencia de la privación de libertad a sus vidas, y quizás de forma inconsciente, también la hicieron a su literatura.
¿Qué son las cárceles, sino espacios en los que la violencia y el control por parte del Estado hacia el interno han sido legitimados por la supuesta violación de un código jurídico? ¿Quiénes y cómo crean las leyes? Si una perturbación social, como por ejemplo, la ocupación de viviendas, es cometida en masa por la ciudadanía, probablemente dicho acto pueda pasar de ser una falta a convertirse en un delito, o incluso se creen decretos oficiales para poder aplicar sobre los infractores todo el peso condenatorio y represivo de la ley.
El periplo de la expiación, el via crucis del preso, sería muy diferente si los gobiernos en lugar de invertir en su reinserción, lo hiciesen en la prevención de la delincuencia. Las carencias del trabajo social, de políticas de igualdad o la falta de inversión se traducen en una respuesta insuficiente y tardía que es aprovechada de facto por las autoridades para demostrar públicamente que existe una justicia, y que esta funciona.
La ideología o clase social de un reo determina, en más casos de los recomendables, el grado de la penalidad que se le inflige. Al sistematizar la criminalización de las protestas sociales o de la libertad ideológica, por ejemplo, estamos judicializando el miedo. No se juega lo mismo, ni el compromiso es igual, un cristiano actual que un cristiano del siglo iiid. C., cuando era perseguido y exterminado por las leyes romanas. La injerencia estatal en las libertades y el control del individuo llega más lejos con cada adelanto tecnológico, con la desaparición de las antiguas generaciones, con la lobotomización de las masas.
Poemarios como Panóptico son necesarios para instruir al lector sobre un problema del que quizás no conoce todo lo que debería. Esta incursión en la oscuridad de las mazmorras conecta a la perfección con su anterior poemario. Su realismo y visceralidad permiten que el lector empatice con los más desfavorecidos y comprenda que la violencia no se puede detener con más violencia. Si el mensaje que la sociedad capitalista manda por tierra, mar y aire a sus ciudadanos es que para triunfar en la vida, para ser considerada una persona de éxito, debes amasar una fortuna o una ingente cantidad de cosas materiales, incluyendo que puedas vivir sin trabajar, hemos de ser conscientes que si las oportunidades no son las mismas para conseguirlo estamos fomentando la desigualdad. No todos los seres humanos poseen los mismos recursos ni creen que por respetar las leyes de un sistema corrompido, aun a pesar de garantizar con ello su pobreza, vayan a ser mejores ciudadanos.
La ausencia de la meritocracia impone el determinismo. La invención de la propiedad privada, del dinero y del derecho a heredar, mantienen una injusta sociedad clasista jerarquizada por sus relaciones de poder. Julio César Pol nos invita a reflexionar sobre todo ello como lectores-ciudadanos, es decir, como parte de una solución que hasta ahora no ha sido tenida en cuenta en la ecuación.
Los poemas se alimentan unos a otros, generan una inercia, un universo del que es difícil escapar. Poesía social, comprometida, que se diferencia de la mayoría y ausculta simas de las que pocos hablan. Poesía que fomenta el pensamiento crítico, que emociona por su existencialismo, por su humanismo y descarnada realidad. Poesía que ofrece una radiografía cultural y conductual de un grupo social marginado y en continua opresión. Alegato antiesteticista, a la manera del Movimiento Neorriqueño fundado por Jesús Colón (1901), que no renuncia a lo intelectual. La audaz mirada de Julio César Pol señala sin ambages dónde se acumula la carcoma y la injusticia en una sociedad hipócrita que enmascara la podredumbre para vender sin pudor una vigorosa imagen de salubridad; y eso, sin ninguna duda, es algo que celebrar.
NOTAS
[1] Escritor, crítico literario, poeta y editor nacido en Valencia en 1977. Cursa Estudios Hispánicos, Lengua Española y sus Literaturas en la Universidad de Valencia. Es codirector de la revista literaria Crátera. Miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional. Ha publicado libros de poesía como El testamento de la rosa (Finalista del VI Premio Nacional Juan Calderón Matador, 2014), La soledad encendida(2015), Maldito y bienamado bibelot (II Premio Nacional de Poesía Isabel Agüera Ciudad Villa del Río, 2017), Nubes rojizas (2019) o Actos sucesivos (III Premio Nacional de Poesía Ateneo Mercantil, 2020). En 2017 publicó su libro de ensayo y crítica Polifonía de lo inmanente. Apuntes sobre poesía española contemporánea (2010-2017). Su primer libro de aforismos, junto a David Aceves, se titula El monstruo en el camerino (2023) y fue publicado por Ediciones Trea. Ha aparecido en antologías como 11 aforistas a contrapié (Ediciones Liliputienses, 2020).