SIEMPRE SERÁ PERVERSO INICIAR UN ROMANCE CON UNA PELI DE HITCHCOCK (VÉRTIGO DE SEBASTIÁN ARCE OSES, 2022)

SIEMPRE SERÁ PERVERSO INICIAR UN ROMANCE CON UNA PELI DE HITCHCOCK (VÉRTIGO DE SEBASTIÁN ARCE OSES, 2022)

 

 

SIEMPRE SERÁ PERVERSO INICIAR UN ROMANCE CON UNA PELI DE HITCHCOCK (VÉRTIGO DE SEBASTIÁN ARCE OSES, 2022)

 

 

Por: Matheus Kar [1]

 

 

Al hablar del vértigo –me refiero al fenómeno, no al libro– estamos hablando de lo que Lacan llamaría la “presencia de una ausencia”. Más allá del oxímoron, es incuestionable que, en nuestras vidas, en lo que el lugar común llama diario vivir, siempre se manifiestan estos fenómenos abstractos que de vez en cuando se tornan más concretos que nuestros familiares, nuestros amigos, las instituciones que nos aplastan (o dan forma) o las dolencias físicas que nos atormentan.

Recuerdo haber visto Vértigo, de Alfred Hitchcock, hace algunos años, pero no recuerdo su argumento. Lo mismo me sucede con Psicosis (1960), con La ventana indiscreta (1954) o Pájaros (1963). Pero sí recuerdo a mi padre corriendo hacia bandadas de pájaros en alguna plaza de Antigua Guatemala, mientras yo grito aterrorizado, pensando que me encuentro en una película de Hitchcock.

El vértigo, por alguna razón, funciona de esta manera. El vértigo es un adelanto del evento por venir. De la caída. De los pies asomándose a la cornisa de un edificio. Del cuerpo cayendo a través de las ventanas. El vértigo es como un préstamo. Un tráiler. Un adelanto.

La gente suele confundir el vértigo con el miedo a las alturas. Es decir, la acrofobia. El vértigo, en cambio, es un problema, una alteración en el sistema vestibular. En el equilibrio. Suele manifestarse como una sensación giratoria repentina.

Sin embargo, me gustaría quedarme con esa sensación (la pérdida del equilibrio) como la antesala al nuevo libro de Sebastián Arce Oses, de Costa Rica, editado por Editorial X, de Guatemala, que en el último año ha estado expandiendo sus fronteras. Sucede que en la mayoría de los relatos, la pérdida del equilibrio, la sensación de mareo es una constante. “Es como si caminara por un pasillo largo que una vez estaba cubierto de espejos. Aún hay fragmentos colgados”, reza el epígrafe que antecede a los relatos, y continúa, “Cuando llego al final del pasillo no hay nada más que oscuridad. Sé que cuando entre en la oscuridad moriré. Siempre regreso antes de alcanzar el final. Solo una vez”, concluye Kim Novak.

Y justo esa vez, esa única vez, es la que experimentan los personajes del libro de Sebastián Arce. Por ejemplo, el relato que da título a su obra de relatos presenta a un joven, imagino que es joven, siguiendo los pasos de una chica envuelta en una chaqueta blanca. Al leer la descripción

de la chica, no puedo evitar pensar en aquel cuento de Gustavo Adolfo Bécquer donde un joven solitario se enamora de una chica vestida de blanco y que la persigue hasta perderla de vista, repitiendo esta rutina varias veces. El chico se llama Manrique, asiduo a la poesía y la soledad, la última vez que persigue a la chica la luna se encuentra en su punto más alto. La chica y el joven se encuentran en un jardín que parece un laberinto borgeano o un laberinto donde alguna vez se perdió Borges. Y de pronto el chico siente un pequeño temblor en el estómago. Naturalmente, se estremece y contrario a lo que uno puede pensar, en lugar de un estallido o un derrame, el chico empieza a carcajearse. Se ha dado cuenta que la chica, esa figura blancuzca y clara, no es más que un rayo de luna. Este cuento de Gustavo Adolfo Bécquer representa todo lo que odiamos del Romanticismo y lo que Cervantes condenó en el Quijote, pero que, ahora, más que nunca, continúa siendo una peste.

El personaje de Sebastián Arce, en cambio, es asiduo, no a la poesía, sino al internet y el cine: “Internet es mi nuevo barrio o el mirar en solitario películas que puedan iniciarme en el séptimo arte”. Y aparte de esta singular compañía, lo atormenta Daniela, una antigua expareja, que al igual que el rayo de luz de Bécquer, sigue vagando en la mente del protagonista. “Ya no hay visitas”, escribe el autor de Vértigo, “[...] los besos apagaron su chispa de cigarrillo en la tregua de una cama. Algo se jodió”, afirma. Mientras que, en el cuento de Bécquer, Manrique está buscando algo que solo ha estado en su mente, el protagonista del libro de Arce, en cambio, persigue algo que alguna vez tuvo entre brazos, algo que ya ha perdido. Es como haber ganado la lotería con el primer billete que se compró. Y el protagonista de “Vértigo” se pregunta: “¿Fue la desesperación la que nos llevó a conocernos? ¿La frustración que no nos atrevíamos a afrontar, pero que nos habitaba como un siniestro fastidio? (...) El orgullo me dice que lo hiriente fue que durase tan poco”, finaliza. En alguna parte del texto, incluso, se acepta o se intuye la intertextualidad con el texto de Bécquer: “Respiro en la neblina la presencia fantasmal de Daniela. Miro a esta mujer entre drogado y ansioso de acercarme a su cuerpo, de sentir que la realidad es más que un montaje, una coreografía imposible bajo la lluvia”. Sin embargo, hay distancias. Unos doscientos cincuenta años. Y una deconstrucción sesuda del idealismo y el deseo.

Otro relato que habla de laberintos y que se conecta con otros textos es el llamado “El último refugio”. Todos conocemos la historia de Teseo y el Minotauro. Para los que no, siguiendo las versiones más tradicionales, el Minotauro es una criatura de la mitología griega. Su nombre significa "Toro de Minos", y fue hijo de Pasífae y el Toro de Creta. Fue encerrado en un laberinto diseñado por Dédalo. Durante muchos años, la bestia fue alimentada con siete hombres y otras siete mujeres. Los catorce jóvenes eran internados en el laberinto, donde vagaban perdidos hasta ser encontrados por el hambriento animal humano. Este ritual continuó hasta que la vida del Minotauro terminó a manos de Teseo.

Uno de los primeros cuentos que leí, tanto de literatura como de Jorge Luis Borges, fue “La casa de Asterión”. Todavía recuerdo ese plot twist, ese giro argumental, ese vértigo, cuando Teseo dice: “¿Lo creerás, Ariadna? El minotauro apenas se defendió”. Borges pinta al Minotauro como un asceta, un estoico, una víctima en busca de su redentor. O como escribe Sebastián Arce:

Adentro está su redentor, quien la librará de toda pena. Se ejercita, lee, ordena, controla el espacio, rechaza cualquier invasión del miedo (otra vez el vértigo). Convencida, extasiada, la rata se apresta a colarse por la celosía entreabierta. Sabe que sobrevendrán minutos o días de adrenalina: primero el terror, quizás el grito, los ojos exagerados, el cuerpo curvado y tenso, los nervios que revientan, las ganas de atacar o ser atacado.

Con el cuento de Borges uno se pregunta por la tristeza del Minotauro o si Borges mismo se sintió un Minotauro triste en su biblioteca. Con el relato de Arce me pregunto qué tuvimos que hacer para que una rata se sintiera como un monstruo, hasta qué punto tuvo que llegar, en su miseria, para buscar un redentor. Obviamente, el yo narrador está hablando de algo más. La rata no es una rata y el redentor tampoco es un redentor.

Cualquiera podría pensar que la escritura de Arce se construye a partir de las referencias o las intertextualidades. No obstante, son la excepción y no la regla. El libro lo conforman 16 relatos o cuentos. Algunos varían la técnica, el registro narrativo y juegan con los tiempos. Su mejor ejemplo, quizá, es el relato “Una cajetilla de cigarros”, que parece por momentos, no escrito, sino montado por el mismo Quentin Tarantino. El uso de la analepsis y la prolepsis es una constante. El cuento relata la historia de un director moralista que confisca una cajetilla de cigarros a unos estudiantes. En algún momento pensé que Sebastián Arce iba a decantarse por

un final igual de moralista, sin embargo, lo que uno cree un final solo es el punto de quiebre del resto del cuento. No es un final feliz, pero sí satisfactorio. Una mezcla de Pulp fiction (o Tiempos violentos, en su traducción latinoamericana) y Bastardos sin gloria.

No obstante, los cuentos que, a mi parecer, se roban la atención del lector, son los dos últimos del libro: “La babosa” interpela inteligentemente a los lectores, creo eso es lo que hace falta, más en estos tiempos “[...] donde siempre estamos solos”, como diría Fito Páez; y “Cinco cuartillas”, que reinventa inteligentemente esos cuentos circulares, esos artefactos literarios que Cortázar ponía sobre la palestra como si de una pelea de gallos se tratara. “Cinco cuartillas” es una reelaboración inteligente de “Continuidad de los parques”. Es un cuento al que se debe volver para ver si Sebastián Arce ha dejado una rendija abierta por la que podamos colarnos, pues parece una construcción rígida en la que tanto los personajes como los lectores están atrapados. El protagonista “Imagina que la memoria”, de pronto, “[...] se ha transformado en una lujosa urna de plata, con bellos grabados barrocos, como le encantaban a Dunia. Siente que en su cabeza se materializa este hermoso recipiente, estira sus brazos para levantar la tapa, se cerciora de aquel montón de polvo metido en su cráneo. ¡Alguna vez fue una bellísima mujer!”.

Muchos de estos relatos y cuentos están construidos a partir de un reflujo psicológico que algunos solemos llamar vértigo. Y quizá esta es la tesis central del libro: la pérdida de equilibrio se encuentra en cualquier parte, no solo en los grandes mitos borgeanos, en los idealizados cuentos que nos relata el paso decimonónico, sino también en el trabajo, en unas elecciones cívicas, en un local de tatuajes, en la tienda de la esquina, en el barrio, en una sala con una lechuza, en las aulas de una escuela, en una chica bajo el semáforo o en las manos de Sebastián Arce.

 


Escritor y psicólogo. Se destaca en el contexto de la poesía actual guatemalteca, escrita por jóvenes. Fundador y miembro del colectivo Bartleby. Creador de La Poeteca: taller de escritura para sensibilidades creativas. Ha publicado los poemarios Asubhã con el que ganó el premio Manuel José Arce en el 2016. También Alturas de Wall Street, ganador del premio Ipso Facto, 2018-2019.

 

* NOTA: Cabe decir que el texto que le mostramos en nuestro número fue leído en la presentación de Vértigo, de Sebastián Arce, el 19 de julio de 2022 en Guatemala.