MAGDALENA CAMARGO LEMIESZEK | AJKÖ KI No 2

MAGDALENA CAMARGO LEMIESZEK | AJKÖ KI No 2

 

 

IJSBERG

 

Toda la gravedad del mundo cabe en una piedra.

Ella, revolviéndose, marea veleidosa,

grabándose al rodar

como si el mineral tañese junto al sol

en el borde mismo de la costa:

- Nadie viene a sufrir sobre la tierra.

Pero mi verdad es diferente,

pues habito el piélago

en su extensión magna e imprecisa.

 

Cuánto hubiese querido ser esas olas

para poder borrar esas palabras

y que nunca más pudiesen ser leídas.

 

Nadie sabrá el origen de mi nombre,

pero al caer, conmigo se abrirá la parábola

de lo que se sabe inalterable:

La muerte fue y seguirá siendo un perro

que cruza la puerta de una casa

y ondea su cola frente al elegido.

En las tierras fértiles, los frutos que penden de las ramas

se maduran al danzar

con aquella misma canción desde hace siglos.

Los faisanes ponen huevos azules en sus nidos,

empollándolos hasta que sus hijos rompan

la cáscara del cielo.

El tráfico congestionado de una metrópoli asiática

sigue aún congestionado.

Las máquinas continúan ensamblando objetos,

réplica idéntica tras réplica idéntica.

Alguien persiste, va y envía cartas por correo

escritas con una ilusión inverosímil

sobre papel verdadero,

sobre un escritorio de madera verdadero,

en una habitación que es también, sin dudas, verdadera.

Yo no alteraré en lo absoluto ese orden.

Yo seré y no seré

y todo seguirá girando. 

 


 

NARWHAL

 

Extraño a los narvales.

La ceremonia de las manadas descendiendo,

magma que se desliza en agua oscura,

como si llevaran una lámpara,

y fueran a buscar cuanto alguna vez un dios dijo

y cayó al decirse, para encofrarse en lo profundo,

cuando todavía no había nadie

ni nada concreto en torno a lo terrestre.

- Dicen que el amor también es algo puro.

Y sublime era la época cuando amamantaban a sus crías

y la leche desnuda, perla caliente en medio de las aguas,

fluía inmune al frío.

 

Si tan solo pudiese cerrar los ojos y escucharlos:

sus cantos al viajar, repicar de la sal en el espacio,

voz que sin dolor vuelve a crecer,

humo con delicadeza disuelto en la corriente.

En sus lomos grises, el avance cotidiano de los astros

como si se reflejase sobre la permanencia del acero.

Imposible olvidar sus cuernos:

arpón que atraviesa la fibra líquida del mundo

y se templa con un calcio misterioso,

cuya magia desiste con el tacto de los hombres

y se esfuma para volver a la marea.

 

Si no hay mano que la escriba, si no existe todavía

canción sobre los narvales,

la música tampoco

tendría razón

para existir. 

 


 

EL PESCADOR

 

Pocas cosas reúnen tanta paciencia y tenacidad

como lo hace un pescador:

sentado, la alforja de las horas encorva su postura,

al margen de sus labios, la ceniza del pitillo a nada del derrumbe,

las botas de goma donde el sol dibuja su reflejo,

como si fuera un niño con un crayón blanco,

y, por último, la caña, tan firmemente empuñada,

como si fuera una parte de sí mismo.

De ella nace un hilo muy delgado que une al pescador al agua,

como los cordones que unen a las madres a sus hijos,

cuando todavía los llevan en el vientre

y estos aún no han sentido en sus labios desmembrarse

el ardor de una partícula de nieve.

 

A veces me pregunto si realmente coloca algo en el anzuelo.

Nunca he visto la cuerda de su caña tensarse

ni lo he visto de pie, luchando a tirones con su presa.

Quizás está pescando otra cosa.

O quizás, como mucho de aquello que ocurre con los años,

finalmente ha entendido

que hay en el rito algo más grande

que cualquier pez. 

 


 

AUNQUE ES DE NOCHE

«Aquí se está llamando a las criaturas,

y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,

porque es de noche».

San Juan de la Cruz

 

De la fuente brota el trino del vencejo,

lesión en el misterio que lentamente se propaga.

El agua envuelve la lengua del ciervo, cuenco granate

donde la médula se endulza.

 

Si sintiésemos ese fluir en el fondo de los cuerpos, movimiento

de cuencas y de rostros, donde al extender los brazos

pudiésemos tocar

por fin todo

cuanto en la calígine es promesa.

 

Lobo y cordero son lo mismo al desangrarse, brisa fatigada

que sobre la arboleda se desmaya. De ellos nacerá

una escalera para entender la transparencia,

fruta de sedosos nombres, néctar que en la boca

vuelve a revelarse.

 

La mujer moja su trenza en la corriente, como si pudiese

aliviar la pena que cargan sus hermanos. Sus dedos

humedecen la cadencia del lucero,

adorno en el tránsito que mengua.

 

¿Por qué no se le otorgó canto también a las hormigas?

Beban pues del relámpago cuando se rompe, de su resplandor

que anega la plenitud del aire, como un ánfora

que de sí misma se desborda.

 

Grandes y pequeñas criaturas se sumergen

y el amor se torna en filo, cuchillo

que divide entre todos

el líquido banquete. 

 


 

LOS AMANTES

 

Ella llegó veintitrés minutos tarde.

Él la esperaba en una banca imaginaria,

resguardando el estambre de todas las magnolias.

Al venir ella, su vestido, nenúfar a merced del aquilón,

ciñéndose, apretando el eje cóncavo del muslo,

y los tacones hundiéndose en la nieve como barcos

desde donde se advierte el paisaje

fracturarse.

 

Cuando se miraron,

alguien, detrás de un telescopio, descubría

la efervescencia de una nueva nebulosa.

Cuando se dijeron la primera palabra torpemente,

el estallido de un bombardeo borró una cuadra entera.

Al besarse, la agitación del bermellón en la cima de una torre.

Al danzar, la gula del incendio y los nidos que los pájaros

debieron dejar tras de sí para salvarse.

 

Luego hicieron el amor sobre la banca, mientras la garra

derrumbaba al búfalo, girones de su grupa al aire,

bruno sudor rasgándole el tobillo,

grabando vísceras sobre el pastizal de cobre.

Cuando ambos rieron, mirándose a los ojos,

un cigarro le quitaba a alguien once minutos de su vida.

Y cuando asomaron los adioses,

un niño abrió en la tierra un surco

y sembró el mismo árbol

que dos décadas después

derribaría. 

 


* Nota: Todos los poemas aquí publicados son del poemario EL ICEBERG,  XXXIX Concurso Municipal de Poesía "León A. Soto", 2019

 


Magdalena Camargo Lemieszek: (Szczecin, Polonia, 1987). Obtuvo el Diplomado en Creación Literaria de la Universidad Tecnológica de Panamá en el 2007. Actualmente, realiza estudios de Lengua y Literatura Española en la Universidad de Panamá. Sus cuentos, El pájaro y la cometa y Todos los cuentos anidan en tu vientre, ganaron la primera Mención de Honor y la tercera Mención de Honor en el concurso Premio Universidad Tecnológica de Panamá a la Promesa Literaria 2007. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven Gustavo Batista Cedeño en el 2008 con su poemario Malos hábitos; en el 2012, con el poemario El espejo sin imagen; y, en el 2018, con el poemario El preciso camino hacia la nada. En año 2015, su libro La doncella sin manos recibió un accésit en el Premio Adonáis de Ediciones Rialp.   En 2019 recibe el Premio Municipal de Poesía León A. Soto por El Iceberg.  Ha sido publicada en diversas antologías y representado a Panamá en festivales internacionales de poesía en Guatemala, Nicaragua, España, Colombia, Bolivia y Honduras.

 

Curaduría: Sean Salas (Costa Rica)