IJSBERG
Toda la gravedad del mundo cabe en una piedra.
Ella, revolviéndose, marea veleidosa,
grabándose al rodar
como si el mineral tañese junto al sol
en el borde mismo de la costa:
- Nadie viene a sufrir sobre la tierra.
Pero mi verdad es diferente,
pues habito el piélago
en su extensión magna e imprecisa.
Cuánto hubiese querido ser esas olas
para poder borrar esas palabras
y que nunca más pudiesen ser leídas.
Nadie sabrá el origen de mi nombre,
pero al caer, conmigo se abrirá la parábola
de lo que se sabe inalterable:
La muerte fue y seguirá siendo un perro
que cruza la puerta de una casa
y ondea su cola frente al elegido.
En las tierras fértiles, los frutos que penden de las ramas
se maduran al danzar
con aquella misma canción desde hace siglos.
Los faisanes ponen huevos azules en sus nidos,
empollándolos hasta que sus hijos rompan
la cáscara del cielo.
El tráfico congestionado de una metrópoli asiática
sigue aún congestionado.
Las máquinas continúan ensamblando objetos,
réplica idéntica tras réplica idéntica.
Alguien persiste, va y envía cartas por correo
escritas con una ilusión inverosímil
sobre papel verdadero,
sobre un escritorio de madera verdadero,
en una habitación que es también, sin dudas, verdadera.
Yo no alteraré en lo absoluto ese orden.
Yo seré y no seré
y todo seguirá girando.
NARWHAL
Extraño a los narvales.
La ceremonia de las manadas descendiendo,
magma que se desliza en agua oscura,
como si llevaran una lámpara,
y fueran a buscar cuanto alguna vez un dios dijo
y cayó al decirse, para encofrarse en lo profundo,
cuando todavía no había nadie
ni nada concreto en torno a lo terrestre.
- Dicen que el amor también es algo puro.
Y sublime era la época cuando amamantaban a sus crías
y la leche desnuda, perla caliente en medio de las aguas,
fluía inmune al frío.
Si tan solo pudiese cerrar los ojos y escucharlos:
sus cantos al viajar, repicar de la sal en el espacio,
voz que sin dolor vuelve a crecer,
humo con delicadeza disuelto en la corriente.
En sus lomos grises, el avance cotidiano de los astros
como si se reflejase sobre la permanencia del acero.
Imposible olvidar sus cuernos:
arpón que atraviesa la fibra líquida del mundo
y se templa con un calcio misterioso,
cuya magia desiste con el tacto de los hombres
y se esfuma para volver a la marea.
Si no hay mano que la escriba, si no existe todavía
canción sobre los narvales,
la música tampoco
tendría razón
para existir.
EL PESCADOR
Pocas cosas reúnen tanta paciencia y tenacidad
como lo hace un pescador:
sentado, la alforja de las horas encorva su postura,
al margen de sus labios, la ceniza del pitillo a nada del derrumbe,
las botas de goma donde el sol dibuja su reflejo,
como si fuera un niño con un crayón blanco,
y, por último, la caña, tan firmemente empuñada,
como si fuera una parte de sí mismo.
De ella nace un hilo muy delgado que une al pescador al agua,
como los cordones que unen a las madres a sus hijos,
cuando todavía los llevan en el vientre
y estos aún no han sentido en sus labios desmembrarse
el ardor de una partícula de nieve.
A veces me pregunto si realmente coloca algo en el anzuelo.
Nunca he visto la cuerda de su caña tensarse
ni lo he visto de pie, luchando a tirones con su presa.
Quizás está pescando otra cosa.
O quizás, como mucho de aquello que ocurre con los años,
finalmente ha entendido
que hay en el rito algo más grande
que cualquier pez.
AUNQUE ES DE NOCHE
«Aquí se está llamando a las criaturas,
y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,
porque es de noche».
San Juan de la Cruz
De la fuente brota el trino del vencejo,
lesión en el misterio que lentamente se propaga.
El agua envuelve la lengua del ciervo, cuenco granate
donde la médula se endulza.
Si sintiésemos ese fluir en el fondo de los cuerpos, movimiento
de cuencas y de rostros, donde al extender los brazos
pudiésemos tocar
por fin todo
cuanto en la calígine es promesa.
Lobo y cordero son lo mismo al desangrarse, brisa fatigada
que sobre la arboleda se desmaya. De ellos nacerá
una escalera para entender la transparencia,
fruta de sedosos nombres, néctar que en la boca
vuelve a revelarse.
La mujer moja su trenza en la corriente, como si pudiese
aliviar la pena que cargan sus hermanos. Sus dedos
humedecen la cadencia del lucero,
adorno en el tránsito que mengua.
¿Por qué no se le otorgó canto también a las hormigas?
Beban pues del relámpago cuando se rompe, de su resplandor
que anega la plenitud del aire, como un ánfora
que de sí misma se desborda.
Grandes y pequeñas criaturas se sumergen
y el amor se torna en filo, cuchillo
que divide entre todos
el líquido banquete.
LOS AMANTES
Ella llegó veintitrés minutos tarde.
Él la esperaba en una banca imaginaria,
resguardando el estambre de todas las magnolias.
Al venir ella, su vestido, nenúfar a merced del aquilón,
ciñéndose, apretando el eje cóncavo del muslo,
y los tacones hundiéndose en la nieve como barcos
desde donde se advierte el paisaje
fracturarse.
Cuando se miraron,
alguien, detrás de un telescopio, descubría
la efervescencia de una nueva nebulosa.
Cuando se dijeron la primera palabra torpemente,
el estallido de un bombardeo borró una cuadra entera.
Al besarse, la agitación del bermellón en la cima de una torre.
Al danzar, la gula del incendio y los nidos que los pájaros
debieron dejar tras de sí para salvarse.
Luego hicieron el amor sobre la banca, mientras la garra
derrumbaba al búfalo, girones de su grupa al aire,
bruno sudor rasgándole el tobillo,
grabando vísceras sobre el pastizal de cobre.
Cuando ambos rieron, mirándose a los ojos,
un cigarro le quitaba a alguien once minutos de su vida.
Y cuando asomaron los adioses,
un niño abrió en la tierra un surco
y sembró el mismo árbol
que dos décadas después
derribaría.
* Nota: Todos los poemas aquí publicados son del poemario EL ICEBERG, XXXIX Concurso Municipal de Poesía "León A. Soto", 2019
Magdalena Camargo Lemieszek: (Szczecin, Polonia, 1987). Obtuvo el Diplomado en Creación Literaria de la Universidad Tecnológica de Panamá en el 2007. Actualmente, realiza estudios de Lengua y Literatura Española en la Universidad de Panamá. Sus cuentos, El pájaro y la cometa y Todos los cuentos anidan en tu vientre, ganaron la primera Mención de Honor y la tercera Mención de Honor en el concurso Premio Universidad Tecnológica de Panamá a la Promesa Literaria 2007. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven Gustavo Batista Cedeño en el 2008 con su poemario Malos hábitos; en el 2012, con el poemario El espejo sin imagen; y, en el 2018, con el poemario El preciso camino hacia la nada. En año 2015, su libro La doncella sin manos recibió un accésit en el Premio Adonáis de Ediciones Rialp. En 2019 recibe el Premio Municipal de Poesía León A. Soto por El Iceberg. Ha sido publicada en diversas antologías y representado a Panamá en festivales internacionales de poesía en Guatemala, Nicaragua, España, Colombia, Bolivia y Honduras.
Curaduría: Sean Salas (Costa Rica)