LA PATRIA Y EL DÁTIL
(1890-1900)
ESCRIBIR EL VIAJE
La vida ya no es para mí,
Atravesada en la garganta,
Más que una roca de gritos.
Ungaretti
-1-
Dejo todo lo que pierdo.
Dejo todo lo que he perdido.
Mi distancia se mide en árboles,
En un mar que ya no canta.
Se han derrumbado las piedras
De mi hogar
Como en un coro invisible.
La guerra despedaza
Los nidos y los huevos de las águilas.
Ya no hay pan para los días.
La poesía termina por deshuesarme.
Hoy, invocando nuevos ritos,
Inaugurando con mi ausencia
La partida en nuevos barcos:
Me alejo de todo lo que amo y de todo lo que pierdo.
Invocaré palabras para mi boca
(Un canto en la garganta),
(Una epidemia de metáforas para mi mano),
Apedreada
-Y machacada-
Por una roca de gritos.
-2-
Más que el deseo
De recorrer el desierto, de mirarnos la cara
Y ver la agitación del chubasco
En la espiga de centeno,
Más que el deseo de marcharnos
En las rimas y en las sagas del polvo,
Más que tragarnos las admoniciones de la niebla,
Esa moneda oscura
En pago
De la luminosidad de nuestra sombra;
El doble se queja entre los pinos
Y el dolor me recorre en la ausencia
De los olivares.
Presiento la ocupación
De un sitio.
Un dolor druso,
Sirio, libanés.
Una locura mineral
Que se va hasta el sendero.
Un estandarte
De paz
que no será erigido para nadie.
Una palabra se escribe
En el dintel de la puerta
Con la sangre de nuestro pueblo.
La his to ria
Versificará de largo
Y la arena se amontonará a la medida que el hierro
Se esparza
Con su voluntad sitiada,
Invocando alabanzas
Y lecturas
De los libros sagrados. Arderá la antífona en la tierra.
Entonces podremos permanecer juntos en la misma plegaria.
Dejar que los jóvenes arranquen flores
Y las pongan en tu lecho,
Dejar que las vírgenes coloquen pétalos en tus labios,
Dejar que los niños renueven
El fuego del cielo.
Todo volverá a doler como nos duele ahora.
Todo acontecerá como está narrado en las inscripciones y en las profecías.
Todo caerá en la noche primitiva.
***
Hay caravanas que se cuentan en el polvo,
Otras se cuentan en el agua, otras se escupieron
En el torrente sanguíneo, algunas se muestran en los cinceles
De maravillados artesanos en el mármol, otras se confiesan
En un arma encriptada con la guerra.
Estas son las caravanas a la medida de la sombra.
Estas son las caravanas que devienen en el telar
Hasta las manos
Y el repentino fulgor que precede
Al quebrado de los vidrios.
Este soy yo caminando con la celeridad
Del gallo,
Con la voluntad de la lluvia de comerse a la tierra
Desde su lealtad originaria.
Este es tu dolor
En el sendero de las grutas,
Esa llama inmarcesible
Que se prende como un astro en el cielo del hombre,
Donde el hombre es Dios
Y el Dios es hombre
Encarnados en la cosecha de la higuera.
Hombre y Dios,
Dios y hombre:
caravana.
-3-
A unas cuantas leguas de Tarábulus, el tiempo nos aleja,
Como si la noche o el día fueran una vigilia,
Una risa burlona, un pecho en harapos,
Una fila hostil y el sol en la piel de la soldadesca
Como si fuésemos un peregrino
(Riendo o llorando)
En el lomo de un camello.
Acaso serán los vivos o los muertos, no sé de quienes es la caravana.
Yo sólo ignoro este camino, este estado versátil de las piedras,
El color de una perdiz y su mirada en el páramo doliente.
Hay otros ojos que atestiguo y no me reconocen;
Quizás haya una nueva estación para los ciervos,
Un cántaro de agua para aquellas bestias
Que heredan su sed al rayo demencial de algún cuchillo.
Alguna rosa palpitará en medio de la encrucijada.
Yo no sé si vivo o muero, solo sé que camino tarde
Con esta hambre del amor o con este nuevo invento
Para no agotarme en los hábitos, en esas caricias
En nuestras sombras que se retraen y se consagran
Cuando el cernícalo pasa de largo.
Para este amor no hay mapa, no hay experiencias
Reales o fantasmas; es solo esa respiración que converge
En el limbo de la sábana
O el rapto de la mano
Hacia tu otra mano
Que moldea al mundo en el instante
En que reinventas el nido en todos los árboles, en todas las páginas.
Yo no sé si vivo o muero, solo sé que camino tarde;
Que te encuentro en cada germinación de mi cuerpo y de todos los cuerpos
En la semilla del exilio;
Que hay una nueva creación en la noche
O en el amanecer plagado de estrellas y de salmos.
Yo te invoco en esta nueva puerta, en este nuevo hogar donde he llegado
Lejos de la mujer que bordó mis ropas de niño, lejos de aquella mujer
Que dejó su velo de niña;
Lejos de nuestros padres y abuelos a caballo, lejos de esas tierras
Cortadas en su esplendor con la hoja prismática del sable o el machete.
Yo no sé si vivo o muero,
Sólo sé que camino temprano, que camino tarde,
Que he llegado hasta mi ausencia que fue la ausencia de ti para encontrarnos;
Para estar otra vez en ese verano, en ese invierno,
En este sobresalto
Del nudo en nuestros cuerpos; aunque el cernícalo se ría y lo medite
Y por ahora pase de largo.
Yo no sé si vivo o muero. Sólo sé que del amor es la caravana.
-8-
A Magdalena Camargo Lemiesek y a su cerrajero de la vida
Hoy me han dicho que vendrá la muerte
Vestida de Pashá. Yo tengo el pecho escarlata
Como si fuese la sangre que emana de una torre
Después de ser sitiada. Soy una ciudad a la cual sus muros
Se le llenan de lamentos, de cardos, de ortigas,
De sagas recitadas por héroes y mujeres
Que se rasgan el velo como la memoria y el hoy.
Ah, pálido verano. Sentencia mutable para hallar
Las formas de la divinidad, las estrellas nobles
Y primarias, las más viejas, en redondel,
Otras en vértigo confundiendo el destino
De los hombres. La mujer es un silencio.
La piedad una roca. El desafío de caminar y desoír
La niebla y el conserje que con su eficiencia
Te sabrá guiar hasta la puerta, pero falta que descubras,
Quién es el cerrajero de la vida, el alentador
Que mueve su incensario y sus plegarias polvosas
Para que la mente encuentre su fábula de grito,
Lo que cintilará como una acuarela en un destello,
En unos ojos versátiles, en una cuenta final.
LAS MEMORIAS DEL CAFÉ
En el pueblo de Ocú, a principios del siglo XX, durante las noches, un hombre cubierto con una sábana blanca y arrastrando una cadena asustaba a sus habitantes. Ninguna persona salía por miedo hasta que mi bisabuelo, Jorge Juan Medrano Herrera (ya con nombres castellanizados), proveniente de Líbano, acompañado de un termo de café y una taza; se decidió a esperar y desenmascaró al cobarde apuntando con su inseparable pistola y diciendo: “O la paro o la tiro.” El cobarde se identificó y la abusión no volvió a asustar a nadie.
I
Sabio el café en su actitud de observarlo todo.
Este retrato de mi bisabuelo entre sus dos perros y su rifle
atisbando la nostalgia y catando la soledad del siglo XX.
Yo me derrumbo en el borde de la foto para recordar a los parajes
de la desértica llanura, las palmeras y los dátiles
y el camello arrancando la corteza
y así rumiar la corola del sol y la sequedad de los muros vegetales,
cuando una mano
se disponía a desordenar los círculos concéntricos en el agua y a escribir fechas
sobre las caídas de ciertos imperios, guerras de religión o la construcción del Canal de Panamá, ganando un flete en aquel barco.
Sólo así comprobaste que ciertas hazañas y ciertas esperanzas son inhundibles.
El bisabuelo libanés acogió el néctar del cafetal en sus labios
en la noche atestada de poderes,
esperando a que el aparecido apócrifo
iniciara su arrastrar de cadenas y gemidos
hasta el enfrentamiento y desenmascaro del cobarde, geómetra en su atisbar de constelaciones
y de avivamientos con la turquesa y el fuego, en la humareda expectante con sus lágrimas,
el recuerdo transatlántico de recorrer el estrecho de Magallanes y quedarse anudando la orfandad en cada puerto.
El bisabuelo se mantenía a sus saudades
y a su familia
a través del servido en el termo,
la absorción del café y la noche fue honda sin remedio
hasta el claror horadante de la mañana exacta.
Sabio el café en su actitud de espera.
Dádiva en la actitud del cántico,
manos de muchachos y muchachas
que se yerguen sobre la tierra, arbustos en su furia,
(en su pasividad arbórea), cuentas de coral, inexistentes,
como las parábolas del aire
y las fronteras entre la turba y el sueño, del gusto y el olfato
(deviniendo) en el tamiz antiguo de las horas,
en la fecha gregoriana, en el pensamiento árabe, en la actitud taoísta
de meditar en el éxtasis de los colores
anunciando la vertiginosidad
de una ofensiva, de una lluvia sobre el mortero, de un éxtasis perpetuo
tronchando el aire, excitando a los labios a sorberlos en señal de plegaria y alabanza.
Viene de tan lejos y es tan cercano a la glorificación
de sus verbos de montaña y valle, que devienen en la alegría sonora de las cosas,
a mensajeros diurnos y nocturnos que van detrás de las vaharadas
a dirimir sus dones, sus sonatas, sus fragatas de verano o invierno.
Ay, si el otoño se demora en balancear sus vestiduras.
Ay, si la primavera se vuelve café en la oleada de un exilio.
II
Me levanto nuevamente entre las heredades de la haya
y el cafetal me espera con su sonido seco,
con su esperanza húmeda; no me callo
ante las voluntades de seguir por la autorruta
de los minerales de la sombra, argumentando un cuerpo
entre marmitas, reposiciones y batracios,
las puestas de sol ante la abdicación de un rey,
sus vasallos de oro, la carne elemental
con el soplo en la nuca, la caricia en la miel de los cortejos,
la nube trepidante en el solsticio, el café voluntario
en la voz de las cocineras, el café que se va a dorar
en las plenitudes de las playas, convoco al pescador
y el ermitaño en su bosque, al eremita y al cantor del mundo
entre las hojas, entre las colmenas y sus laboriosas habitantes,
las torrenteras que van a las bocas, a la sumisión de los rostros,
el café que ondula en mis iniciales como un vapor de antorchas,
otras vidas y otras muertes que van conmigo, en pequeños pueblos,
en caóticas capitales, en todas las entidades posibles
que se puedan apoderar de la porcelana, de la totuma,
de la turba y de la casa, así voy llegando al árbol de la trasparencia,
a la nomenclatura sin nombre, llevando y despidiendo
al pan y al surtidor y la corona desayunatoria del perfume.
III
Aquí me detengo para tomar un sorbo.
Soy un sorbo y todos los sorbos en la taza de la historia.
Somos conocidos, somos extraños,
ante el capuchino, ante el americano, ante el expreso, ante el café helado
que transitan por las tiendas, bajo el techo cubierto de palomas,
en la cocina, en el balcón, en el patio del hogar
que se renueva con el aroma de la bebida que algún dios
olvidó esconder sobre la lumbre del desmadre.
Soy joven, soy viejo. Infancia y senectud se definen
en un pocillo de café como una luz pálida, como un neón creciendo
de súbito dentro de la boca, donde la toma
me ha convertido en exiliado y habitante,
de mi casa y otras casas.
Mi bisabuelo deja a un lado el tazón
y apunta al hombre disfrazado y convoca
a su identidad en la tierra. El nombre se revela
entre el aleteo de las lechuzas silvestres
en medio del campanario hispánico. El café lo supo acompañar
en la resaca de la noche. La cafeína acrecienta la voluntad
y la valentía de los hombres.
Nada me puede aguardar con un motivo de conmoción,
con una naturaleza anudada a mis dedos, como los granos
orientados al molino y al espolvorear sobre el agua hirviente
las angustias y la quietud del ansia renovada,
en la mutabilidad de lo que existe y no existe,
así quedándome sobre el nimbo y la pureza,
sobre la abyección y el mutismo, sobre la fijeza y la inestabilidad,
el todo y la nada y la ambigüedad de sorber y sorber
la tertulia de los vivos y los muertos, de las esquinas fantasmas
donde Dios y el hombre se congregan,
donde tomo el café eterno con mi bisabuelo, aguardando a la abusión
en el portal de Ocú, en la mesa bendecida allá en el Líbano,
en un café concreto, en un café atemporal, ganado o vencido,
en una sensación bucólica o abstracta.
HAY UNA ALDEA HECHA CON LOS POEMAS DE LEDO IVO
Lédo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y sale en las antologías con cara de loco.
Juan Carlos Mestre
Ya los cangrejos caminan sobre Ledo Ivo
Sobre las casas y los sueños
O los promontorios en la tierra de Maceió,
Ya se volvió mar bajo los barcos
Y desató sus palabras como gaviotas en el muelle
Silbando esta vez ese acorde funéreo para las carnes de Hermengarda
Para esa ebriedad que traspasa las boquitas de los murciélagos y las colillas de cigarro
En la caverna más oscura donde tintinean las almas como oseznos,
Donde se mancha la oscuridad con esa iridiscencia de tus constelaciones
Increpando la resurrección del gallo,
La leche estelar de las espuelas
Y el plumaje irredento corajeando entre los patios y entre las casas marinas
Donde los niños se sientan en el lomo del caracol
Y las niñas fijan su belleza a las estrías teologales de las conchas.
Esta es tu aldea donde un niño llamado Ledo empezó a escribir sus poemas en la arena
En los pétalos de la caña y en los trapiches donde el pueblo suda
El jugo inmemorial de la caña
El jugo equinoccial de la caña
El jugo demencial de la caña
El jugo sexual de la caña
Junto al aroma infinito del cacao, junto a las flores del cacao, junto a las semillas del cacao,
Donde
Clareas esta vez sobre las piedras, sobre el testamento de una negra bailando samba
Silba que te silba el vals funéreo
Para las carnes de Hermengarda
Y eres tú caminando mulatamente sobre las nucas vacilantes de los cangrejos
Sobre una iracunda hoguera de agua, sobre los pilotes azarados
Por la espuma reinante,
Abriéndose tu palabra como un lecho de hojas,
Como una almohada de árboles sobre esos sueños gualdos
Que van a la memoria del camino y terminan en los pies
De los infantes y se ponen a correr
Y rechinan como abejas o mariposas al cuidado de la nieve profunda,
De la nieve inventada y del sol que ordeña los milagros de las cabras
Donde hay brujas y mujeres explicando la redondez de la tierra
Con rituales dibujados en las esferas monacales del coco
Y muchachas extrayéndose del corazón cardúmenes de peces.
Ya los cangrejos caminan sobre Ledo Ivo en la tierra de Maceió.
Allá en el Brasil hay una aldea
Donde aprendió a escribir poesía
Un niño antologado con cara de loco,
Separando las patrias de las lenguas,
Emigrante e inmigrante de la lengua portuguesa
Haciéndola tierra,
Haciéndola jugo de caña
Haciéndola cacao,
Haciéndola cangrejo sobre las playas de Maceió.
Allá en Brasil hay una aldea hecha de los poemas de Ledo Ivo.
NOTA: * Todos los poemas aquí escogidos son de Viaje a una roca de gritos (2018)
Javier Alvarado: (Santiago de Veraguas 28 de agosto de 1982). Premio Nacional de Poesía Joven de Panamá Gustavo Batista Cedeño en los años 2000, 2004, 2007 y 2014. Premio de Poesía Pablo Neruda 2004 y Premio de Poesía Stella Sierra en el 2007. Poeta residente por la Fundación Cove Park, Escocia, Reino Unido 2009. Mención de Honor del Premio Literario Casa de las Américas de Cuba 2010 con su obra Carta Natal al país de los Locos (Poeta en Escocia). Primer Premio de los X Juegos Florales Belice y Panamá, León Nicaragua con Ojos Parlantes para estaciones de ceguera. Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán 2011 en poesía con el libro Balada sin ovejas para un pastor de huesos. Premio Internacional de Poesía Rubén Darío de Nicaragua por su libro El mar que me habita. Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén 2012 por su libro Viaje Solar de un tren hacia la noche de Matachín. Finalista del Festival de la Lira (Ecuador) 2013 por su libro Carta Natal al País de los Locos (Poeta en Escocia). En 2014, un jurado conformado por el poeta español Antonio Gamoneda, el poeta peruano Rodolfo Hinostroza y Julio Pazos de Ecuador, le otorgaron el Premio Medardo Ángel Silva a obra editada por su libro Carta Natal al país de los Locos. En el 2015 obtuvo el premio Ricardo Miró de poesía, máximo galardón de las letras panameñas. En 2017, obtiene el Premio Hispanoamericano de poesía de San Salvador. Premio Juegos Florales de Quetzaltenango, 2018. En 2019 obtiene la Mención de Honor del Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo. En 2020 obtiene junto a Lucía Estrada y el traductor Russel Karrick the Gabo Prize in Literature in Translations & Multilingual Texts. En 2021, obtiene el Premio Rey David de Poesía Bíblica Iberoamericana en Salamanca, España y el Premio Municipal de Poesía León A. Soto en el marco del Bicentenario. Otros premios más.
CURADURÍA: Sean Salas (Costa Rica)