15 MARÍA ÁNGELES PÉREZ LÓPEZ | AJKÖ KI No 1

15 MARÍA ÁNGELES PÉREZ LÓPEZ | AJKÖ KI No 1

 
Hasta el poema llegan, como islotes
 
Hasta el poema llegan, como islotes
de óxido y de plancton celular,
los restos silenciosos del naufragio
en que quedan los barcos y los hombres
tras el amor intenso, el oleaje
que levanta su proa y la sumerge
al fondo de la mar y sus caballos.
Las caracolas guardan su rumor,
la lentitud sombría en que los peces
desnudos se acomodan a morir
y vuelven cristalina su belleza
de fósil, su armadura transparente,
su vertical caída hasta el silencio
en que el fondo del mar guarda la espuma
que levantó el deseo y las mareas.
En su abisal distancia deslenguada,
amor y mar comparten varias letras
y la raíz mojada por la sal
empapa cada signo tras su empeño
por la coloración y el frenesí.
La boca humedecida, la entretela
del cuerpo y sus humores ablandados,
las veintisiete letras rezumadas
por la líquida masa del amor
después se vuelven piedra quebradiza,
astilla y fósil blanco en su rescoldo,
su agalla enrojecida en el vivir.
 

 
Sobre su pecho muerto, la mujer
 
Sobre su pecho muerto, la mujer
pinta una gran ventana para el aire.
El corazón, en su áspera alegría,
asoma al sur su sala octogonal
por el hueco del seno que extirparon
la enfermedad, la mano, el bisturí.
Sobre su pecho muerto, la mujer
raspa cualquier recuerdo doloroso
y colorea el soplo y el zumbido
del arrebato rojo de quedarse.
El hospital se borra en su blancura,
esa sala de espera es no lugar,
la habitación sin lágrimas ni olivos
es también no lugar, los lavatorios
y ascensores que nunca se detienen,
el pasillo alargado como el miedo
de biopsia en biopsia es no lugar.
La madre le cosió dos senos tibios
con hilo destrenzado del cordón
que la anudaba al tiempo y sus asomos.
Ahora un médico serio, preocupado
descose uno de ellos, lo retira
en silencio, y la extensa cicatriz
que corre por el tórax como el frío
abrasa los paisajes de la tundra.
Pero sobre su pecho, la mujer
sombrea un árbol negro, transversal
por la ira de perderse en el otoño.
También nubes y niños anhelantes
en su transpiración y su ajetreo
para mojar la tarde y las palabras.
El viento que entra en tromba la despeina
y su risa es un pájaro veloz.
 

 
Supongo que crecer debe ser algo de esto
 
Supongo que crecer debe ser algo de esto.
 
Supongo que ha de ser el largo aprendizaje
de mirar cada cosa tantas veces
como para cubrir su superficie
de rutina
o costumbre
que sabe de antemano el gesto, ese ritual
del ojo, de la boca
en su risa inicial, en la lejana.
 
Supongo que ha de ser el largo aprendizaje
de mirar desde atrás, desde debajo
para dejar así manoseada
la cosa que miramos, la persona,
traspasada, capturada por el ojo
que se aburre y se espanta, y no revive
la fuerza insoportable de la herida,
tijera,
afilada tijera
contra el cordón umbilical,
la que establece nuestra propia autonomía
celular, sentimental, respiratoria,
nuestra capacidad estrictamente personal
para el desastre,
el estallido
o la deflagración.
 
La que me nombra dueña de mi baúl de sombras,
de mis aperos, mi lápiz
despuntado,
del uno que quiere copular y sumarse
pero se queda en sí y mira desde dentro
la determinación de la materia.
 

 
La ausente
 
Me declaro la ausente,
la que deja su cuerpo en cualquier sitio
como quien se abandona con cansancio
y parece mirar cada grano de arena
que cae pesadamente mientras mide
la ruidosa llegada del futuro,
pero en verdad escucha los quejidos
que los otros esparcen en el viento
como los sembradores de cizaña,
el modo en que la savia recorre como sangre
el cuerpo vegetal de las encinas
cada vez más rojizas contra el sol,
ese temblor apenas perceptible
con que los saltamontes se estremecen
en el salto encharcado por el hambre
o la deflagración que hace estallar al hombre
y lo lanza con rabia contra el suelo
para el festín de lágrimas y pájaros
en el territorio llamado país.
Me declaro la ajena,
la que apoya sus brazos y sus hombros
contra un trozo infinito de pared
mientras tropieza lenta en cada signo
y busca ser visible-no visible,
infame paradoja en la que estar
peleando por mi trozo de dolor,
mi pan envejecido de repente,
pan ácimo y amargo en su alimento
pero tan necesario como el día
y el tiempo en el que gira el corazón.
 

 
Caen
 
Caen las hojas con un fragor indescriptible
escucho cómo tiemblan contra el suelo
golpean las aceras
salpican entre el barro de las calles
 
escucho cómo conspiran en las ramas
su estrategia de caída sus modos disciplinados de caer
pueden rozar el agua y suspirarla
pero se imponen nuevos métodos
hermanas compañeras hijas del mismo aire que respiro
 
escucho el ruido de los nervios exaltados
excitación ante el combate
las consignas reclamos ¡¡oh modos tan exactos de caer!!
mirada de arcángeles soberbios
el gesto de un ángel turbador
desnuda su belleza
y rescatada
 

CURADURÍA: SEAN SALAS (COSTA RICA)

María Ángeles Pérez López (Valladolid, España,1967): Poeta y profesora titular de la Universidad de Salamanca donde trabaja sobre poesía contemporánea en español.

Como poeta, ha ganado varios premios.

Antologías de su obra han sido editadas en Caracas, Ciudad de México, Quito, Nueva York, Monterrey, Bogotá y Lima. También, de modo bilingüe, en Italia y Portugal.

Es miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, miembro de la Academia de Juglares de Fontiveros e hija adoptiva del pueblo natal de San Juan de la Cruz.

Ha sido Jurado de relevantes premios, siendo el más destacado el Premio Cervantes.

Acaba de ser incluida en la antología La primera línea. Poesía iberoamericana (Lima, 2021).