A veces conversa con la gata
se miran a los ojos detenidamente
ambos indecisos de lo que vendrá.
La gata se enamora menos fácil
es más cautelosa
cuestiona el vaivén de las azucenas
en el jarrón
cada vez que su rabo lo toca.
Pero él muere como el pez.
Un beso bien dado
salivoso
le produce un derrumbe de muralla
un sacudón
y resbala.
Resbala como el borracho
que terminó en su cama
acariciándolo
con ese olor impregnado en las sábanas
con el malva de los apretones
con el semen en la punta.
Sobrevivieron los garbanzos que iban destinados para el joven
esta vez no fueron víctimas de un incendio.
Quedaron doraditos con toques de verde perejil
y aceitunas palestinas
compradas en New Jersey
un día de compras con la poeta armenia.
Los comió acompañado del Malbec
y la Fitzgerald de fondo.
Esperó por el joven lo que pudo.
No llegó a probarlos.
Se echaron a la cama
y esta vez ninguno de los dos logró
complacerse
ni complacer al otro.
Debió darse cuenta del desastre
tomar nota del entorno.
Botellas vacías de whiskey
hacían de floreros
en su cuarto alquilado
a un ex militar.
Debió hacerle las preguntas necesarias
cuestionarlo sobre el sudor en las almohadas
y la ropa aglutinada
con olor a licor.
La ceguera y el deseo de ser consumido
terminaron convirtiéndolo
en ardiente discapacitado.
Dos hombres tendidos sobre una cama
exhaustos
cadáveres sometidos al deseo.
Palomas picotean contra el vidrio
alebrestan a la gata
embarran la escalera de incendio
con sus desechos.
Dos hombres que no saben si volverán
a despertar entrelazados.
Uno ha dado con un padre
al otro lo han vuelto a besar
después de una impuesta cuarentena.
Se rompió el ciclo
la aridez llegó a su fin.
Un jardinero tuvo la gentileza
de ir rociándolo.
No había horario para el regadío.
En la madrugada lo despertaba
sumergido en su trigal.
A la hora de irse
a la hora de la cena
en el desayuno
estremecidos repetían
el rito.
Tres semanas más tarde
volvió la sequía
sintió la piel cuarteándose
por el sobreuso de su mano
por la urgencia de rocío.
Te sumerges en su profundidad
gladiador con la punta de la lengua
amaestrador de fieras
insurgente para las caricias.
Disfrutas sin tocarte
observando su rostro
atento a sus quejidos
y gritos
llamando a un dios desconocido
para ti.
Regresas al ruedo
no quieres herir al toro
no le quieres clavar la banderilla.
Sin darte cuenta lo haces
magistralmente.
Fluyen ríos de sus ojos pardos
se inunda su tristeza
al oír tus palabras
al sentir la frialdad introduciéndose en su piel.
Dos harapientos
ambos rotos por diferentes toreros
en plazas muy disímiles.
Cómplices
de una misma calle
de un penúltimo intento.
No volver a caer en manos
de otro matador.
La soga está encima de la cama
reposa
esperando que la tomen
que se llenen de valentía
y la dobleguen a su cuello
mordido
por el joven de Arizona
con olor a miel
y azufre.
Ha vestido la habitación
con baratijas
lucen esplendorosas
antes los ojos inocentes.
Se muestra sin tapujos
no apaga la luz
¡esto es lo que hay!
o lo gozas
o te marchas.
El joven de Arizona
prometía
escudriñaba cada rincón de su cuerpo
usaba la lengua como brújula
transitaba por la espalda con destreza.
Conquistador de aridez
lobo de desierto.
El idilio duró dos semanas y una noche de embriaguez.
En esta habitación solo quedan el muerto y la soga
esperando por alguien que salve a la gata.
(Todos los poemas pertenecen al libro, “El abismo en los dedos”, Eriginal Books)
CURADURÍA: MARISA RUSSO
Manuel Adrián López nació en Morón, Cuba (1969). Poeta y narrador. Su obra ha sido publicada en varias revistas literarias y antologías de España, Estados Unidos, México y Latinoamérica. Tiene publicado los libros: Yo, el arquero aquel (Editorial Velámenes, 2011), Room at the Top (Eriginal Books, 2013), Los poetas nunca pecan demasiado (Editorial Betania, 2013. Medalla de Oro en los Florida Book Awards 2013), El barro se subleva (Ediciones Baquiana, 2014), Temporada para suicidios (Eriginal Books, 2015), Muestrario de un vidente (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2016), Fragmentos de un deceso/El revés en el espejo, libro en conjunto con el poeta ecuatoriano David Sánchez Santillán para la colección Dos Alas (El Ángel Editor, 2017), El arte de perder/The Art of Losing (Eriginal Books, 2017), El hombre incompleto (Dos Orillas, 2017) y Los días de Ellwood (Nueva York Poetry Press, 2018/2020), Un juego que nadie ve (Editorial Deslindes, 2019) y El abismo en los dedos (Eriginal Books, 2020). Escribe una columna mensual para la revista ViceVersa y es parte del consejo editorial de Nueva York Poetry Review.