Uno breve, sobre la madre
Madre, estas palabras que te escribo
crecen. Son la enredadera que nunca
tuviste. Estos poemas son los frutos
de aquella vida que te fue negada.
(En: La culpa, 2023).
Job
Todo el sacrificio del que somos
capaces. Toda la tortura,
el duelo. Todo el tormento cabe
en un grano de sal.
Aprendemos en la niñez
la contención, la voluntad
inquebrantable. El ragú
nos enseña la paciencia.
Sabemos que tendremos
una dieta austera, a base
de hierbas y vegetales.
La sal provoca sed. Copos,
cúmulos, montañas. Es la blanca
ausencia del silencio,
la matriz de mejores días.
Danos la fuerza, Señor, para
seguir adelante a pesar
del mundo. Señor, vos que sabés
el olor de la sangre y la herrumbre
danos esa fortaleza. Hacenos
hincar sobre piedras, hacé
que nuestras rodillas sangren. Solo
sabe el sacrificio quien camina
a tientas mucho tiempo.
¿Cuál dios ha modelado nuestro
dolor? ¿De dónde la fragilidad?
Señor, danos esta fuerza
que te pedimos. No podremos
pagártela jamás, pero estamos
seguros de que no te hace falta,
porque todo lo tuyo
es herencia del padre.
En el paraíso las campanas
suenan al revés.
Es un sonido que no empieza
ni termina, solo existe.
El sacrificio no tiene razones.
La sal no caduca.
Danos la fuerza, Señor,
solo eso te pedimos.
(En: La culpa, 2023).
Mi madre aún amasa la masa
En el Silabario castellano la imagen era clara: “Mamá amasa la masa”. Así practicábamos “ma-me-mi-
mo-mu”.
Papá. Papá, por supuesto, “lee el periódico”. ¿Quién podría cuestionar eso en un hogar de clase media a
mediados de los años 80 del siglo XX en una provincia centroamericana?
Mi madre aún amasa la masa. Se inclina luego sobre esas circunferencias blancas que para ella son la
única forma del amor que aprendió. Por un tiempo, parecía que la edad ya no se lo iba a
permitir. Como un último aliento, hoy muele mucho más que antes. Su último hijo siente culpa.
¿Cómo impedirle que haga eso que para ella es una ofrenda sagrada, su repartición del pan, su
multiplicación de los peces, su transformación del vino en agua?
¿Por qué permitirle que lo siga haciendo, que su cuello sufra, que sus manos se cansen y su cuerpo
sucumba? ¿Qué tengo que ver en sus escogencias? ¿Es vanidad o egoísmo?
Qué puede uno saber de lo que arrastran sus 90 años. ¿Cuántos gramos de culpa? ¿Cuánta sal? ¿Por qué
una mujer cuya bondad es infinita ha de soportar sus penas y entregarlas en forma de alimentos?
De niño la vi llorar muchas veces por su madre muerta. Yo pensaba que era lo natural. Una imagen
recurrente que con el paso de los años se fue difuminando. Solo muy de vez en cuando
regresa a mí y se queda girando por unos días.
Toda familia se funda en un secreto. ¿Cuál es el de la mía? ¿Cuál es el de mi madre? La masa enmudece
ante mis preguntas. Las sílabas no me dicen nada: “cul-pa, “cul-pa”. Pero estoy seguro de que hay algo más.
(En: La culpa, 2023).
Padre
Hoy escribirás un poema sobre
tu padre. O al menos lo intentarás otra vez.
Habrás leído un cuento sobre un hijo
que indaga en el pasado de su madre
y un poema sobre un padre que trabaja
la tierra. Recordarás entonces la última
noche –la única noche– que pasaste con él.
Te visitó, a tu esposa y a vos. Llegó
con media botella de whisky. Vos
le cocinaste una carne jugosa. Comieron
los tres. Contó las mismas historias
de siempre. Murió al tercer día.
La distancia entre tu padre y vos
era insalvable. Cincuenta años los separaban.
A lo mejor vos habías crecido. Sin duda
habías crecido. Estabas casado y tenías
una casa. A lo mejor él sintió su muerte
y quiso rendir un homenaje a una relación
que nunca existió. Comieron ese día.
Escuchaste sus historias. Tu esposa le perdonó
sus insinuaciones. Murió al tercer día.
¿Qué hay entre vos y yo, padre?
¿Qué abismo se abre?
¿Qué puente me tendiste?
Dos o tres veces intentó conversar. Nunca
supiste qué hacer con sus palabras. Te advirtió
sobre mujeres y te aconsejó para una vida
que no era la tuya. Otras veces te regañó,
otras, te chineó. Comieron los tres y recordaste
sus historias y sus extrañas ideas.
Murió al tercer día.
Padre, aún no sé qué hacer
con tus palabras. No quedó
ningún puente. Aún no sé
cuál es la deuda entre nosotros.
Pero espero pagarla
alguna vez, en una cena,
antes del tercer día.
(En: La culpa, 2023).
Cuarentena / Cuaresma
He dedicado libros a mi familia. Dedicatorias extensas, pues a mi padre y a mi madre se
suman los nombres de 13 hermanas y hermanos. No es inocente el ejercicio.
La cuarentena no ha alterado ciertos hábitos. Junto a Elsa y a César la paso bien. Tenemos
una forma de ser y de estar juntos. También, sigo viendo a mi madre. Antes solo de vez en
cuando. (La independencia es un bien que debemos atesorar.) Ahora cada día. Su reclamo
siempre fue el mismo: “la semana pasada no vino”. Ahora cambió: “Ayer no vino”. Voy,
me acerco por una ventana, por un portón, a unos metros del corredor.
Mi madre pronto va a cumplir 90 años. A su dificultad para dormir, producto de esos años
de cargar una injusta culpa cristiana, se suma ahora otra incertidumbre. Extraño abrazarla
y besar su frente, un gesto que en los últimos tiempos repetíamos mucho más de lo que lo
repetimos en todos los años previos de mi infancia.
Mis hermanas y mis hermanos heredamos muchas formas y manías de nuestro padre, es
decir, somos herederos de una variante del amor y del patriarcado.
Uno de esos hermanos es la copia fiel de mi padre y siempre ha sido también mi padre,
es decir, las palabras que hemos cruzado en la vida han sido muy pocas, como pocas las
veces que ahora nos topamos. Pero hay cosas que quedan en la retina y en esa región
insospechada de la mente y del corazón. Él cumplía el rito de visitar diariamente a mi madre.
Ahora, ha tenido que restringir dichas visitas. Es decir, significa que ya no lo veo llegar en
su bicicleta. Es decir.
Ya van cuarenta días. La semana pasada fui a ver a mi madre. Estaba en el corredor. Mis
hermanas estaban lijando unas bancas. Ahí estaba él. Sentado bajo un árbol, a unos ocho
metros de distancia. No recuerdo haber sentido la emoción que sentí ese día. Las ganas de
abrazarlo. Habló con los gestos de mi padre, que son también los míos. Escribir esto es
apenas un guiño de la gratitud y del amor.
Mi madre es el pegamento sentimental, una manera de hablar de toda mi familia, es decir,
la cuaresma donde intentamos expiar todos nuestros pecados. Es decir.
(En: La culpa, 2023).
Gustavo Solórzano Alfaro: es un escritor costarricense nacido en la provincia de Alajuela en 1975, autor, entre otros libros, de Inventarios mínimos(San José: EUNED, 2013), Nadie que esté feliz escribe (Santiago de Chile: Nadar Ediciones, 2017), La oscuridad intacta (edición y traducción de poemas escogidos de Dana Gioia, España: Pre-Textos, 2020) y La culpa (Santiago de Chile: Nadar Ediciones, 2023). Se gana la vida como editor y vive con Elsa y César en su ciudad natal. <Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.>
©Fotografía: Guillermo Barquero, 2023.
CURADURÍA: Yordan Arroyo (Costa Rica).