GUSTAVO SOLÓRZANO ALFARO | REVISTA AJKÖ KI No 3

GUSTAVO SOLÓRZANO ALFARO | REVISTA AJKÖ KI No 3

 

 

 

Uno breve, sobre la madre

 

 

Madre, estas palabras que te escribo

crecen. Son la enredadera que nunca

tuviste. Estos poemas son los frutos

de aquella vida que te fue negada.

(En: La culpa, 2023).

 


 

Job

 

Todo el sacrificio del que somos

capaces. Toda la tortura,

el duelo. Todo el tormento cabe

en un grano de sal.

 

Aprendemos en la niñez

la contención, la voluntad

inquebrantable. El ragú

nos enseña la paciencia.

Sabemos que tendremos

una dieta austera, a base

de hierbas y vegetales.

 

La sal provoca sed. Copos,

cúmulos, montañas. Es la blanca

ausencia del silencio,

la matriz de mejores días.

 

Danos la fuerza, Señor, para

seguir adelante a pesar

del mundo. Señor, vos que sabés

el olor de la sangre y la herrumbre

danos esa fortaleza. Hacenos

hincar sobre piedras, hacé

que nuestras rodillas sangren. Solo

sabe el sacrificio quien camina

a tientas mucho tiempo.

 

¿Cuál dios ha modelado nuestro

dolor? ¿De dónde la fragilidad?

 

Señor, danos esta fuerza

que te pedimos. No podremos

pagártela jamás, pero estamos

seguros de que no te hace falta,

porque todo lo tuyo

es herencia del padre.

 

En el paraíso las campanas

suenan al revés.

Es un sonido que no empieza

ni termina, solo existe.

El sacrificio no tiene razones.

La sal no caduca.

 

Danos la fuerza, Señor,

solo eso te pedimos.

(En: La culpa, 2023).

 


 

Mi madre aún amasa la masa

 

 

En el Silabario castellano la imagen era clara: “Mamá amasa la masa”. Así practicábamos “ma-me-mi-

mo-mu”.

 

Papá. Papá, por supuesto, “lee el periódico”. ¿Quién podría cuestionar eso en un hogar de clase media a

         mediados de los años 80 del siglo XX en una provincia centroamericana?

 

Mi madre aún amasa la masa. Se inclina luego sobre esas circunferencias blancas que para ella son la

              única forma del amor que aprendió. Por un tiempo, parecía que la edad ya no se lo iba a

             permitir. Como un último aliento, hoy muele mucho más que antes. Su último hijo siente culpa.

 

¿Cómo impedirle que haga eso que para ella es una ofrenda sagrada, su repartición del pan, su

multiplicación de los peces, su transformación del vino en agua?

 

¿Por qué permitirle que lo siga haciendo, que su cuello sufra, que sus manos se cansen y su cuerpo

       sucumba? ¿Qué tengo que ver en sus escogencias? ¿Es vanidad o egoísmo?

 

Qué puede uno saber de lo que arrastran sus 90 años. ¿Cuántos gramos de culpa? ¿Cuánta sal? ¿Por qué

        una mujer cuya bondad es infinita ha de soportar sus penas y entregarlas en forma de alimentos?

 

De niño la vi llorar muchas veces por su madre muerta. Yo pensaba que era lo natural. Una imagen

           recurrente que con el paso de los años se fue difuminando. Solo muy de vez en cuando

          regresa a mí y se queda girando por unos días.

 

Toda familia se funda en un secreto. ¿Cuál es el de la mía? ¿Cuál es el de mi madre? La masa enmudece

       ante mis preguntas. Las sílabas no me dicen nada: “cul-pa, “cul-pa”. Pero estoy seguro de que hay algo más.

(En: La culpa, 2023).

 


 

Padre

 

Hoy escribirás un poema sobre

tu padre. O al menos lo intentarás otra vez.

Habrás leído un cuento sobre un hijo

que indaga en el pasado de su madre

y un poema sobre un padre que trabaja

la tierra. Recordarás entonces la última

noche –la única noche– que pasaste con él.

Te visitó, a tu esposa y a vos. Llegó

con media botella de whisky. Vos

le cocinaste una carne jugosa. Comieron

los tres. Contó las mismas historias

de siempre. Murió al tercer día.

 

La distancia entre tu padre y vos

era insalvable. Cincuenta años los separaban.

A lo mejor vos habías crecido. Sin duda

habías crecido. Estabas casado y tenías

una casa. A lo mejor él sintió su muerte

y quiso rendir un homenaje a una relación

que nunca existió. Comieron ese día.

Escuchaste sus historias. Tu esposa le perdonó

sus insinuaciones. Murió al tercer día.

 

¿Qué hay entre vos y yo, padre?

¿Qué abismo se abre?

¿Qué puente me tendiste?

 

Dos o tres veces intentó conversar. Nunca

supiste qué hacer con sus palabras. Te advirtió

sobre mujeres y te aconsejó para una vida

que no era la tuya. Otras veces te regañó,

otras, te chineó. Comieron los tres y recordaste

sus historias y sus extrañas ideas.

Murió al tercer día.

 

Padre, aún no sé qué hacer

con tus palabras. No quedó

ningún puente. Aún no sé

cuál es la deuda entre nosotros.

Pero espero pagarla

alguna vez, en una cena,

antes del tercer día.

(En: La culpa, 2023).

 


 

Cuarentena / Cuaresma

 

 

He dedicado libros a mi familia. Dedicatorias extensas, pues a mi padre y a mi madre se

        suman los nombres de 13 hermanas y hermanos. No es inocente el ejercicio.

 

La cuarentena no ha alterado ciertos hábitos. Junto a Elsa y a César la paso bien. Tenemos

         una forma de ser y de estar juntos. También, sigo viendo a mi madre. Antes solo de vez en

         cuando. (La independencia es un bien que debemos atesorar.) Ahora cada día. Su reclamo

        siempre fue el mismo: “la semana pasada no vino”. Ahora cambió: “Ayer no vino”. Voy,

        me acerco por una ventana, por un portón, a unos metros del corredor.

 

Mi madre pronto va a cumplir 90 años. A su dificultad para dormir, producto de esos años

      de cargar una injusta culpa cristiana, se suma ahora otra incertidumbre. Extraño abrazarla

     y besar su frente, un gesto que en los últimos tiempos repetíamos mucho más de lo que lo

     repetimos en todos los años previos de mi infancia.

 

Mis hermanas y mis hermanos heredamos muchas formas y manías de nuestro padre, es

       decir, somos herederos de una variante del amor y del patriarcado.

 

Uno de esos hermanos es la copia fiel de mi padre y siempre ha sido también mi padre,

         es decir, las palabras que hemos cruzado en la vida han sido muy pocas, como pocas las

        veces que ahora nos topamos. Pero hay cosas que quedan en la retina y en esa región

        insospechada de la mente y del corazón. Él cumplía el rito de visitar diariamente a mi madre.

       Ahora, ha tenido que restringir dichas visitas. Es decir, significa que ya no lo veo llegar en

       su bicicleta. Es decir.

 

Ya van cuarenta días. La semana pasada fui a ver a mi madre. Estaba en el corredor. Mis

          hermanas estaban lijando unas bancas. Ahí estaba él. Sentado bajo un árbol, a unos ocho

          metros de distancia. No recuerdo haber sentido la emoción que sentí ese día. Las ganas de

           abrazarlo. Habló con los gestos de mi padre, que son también los míos. Escribir esto es

           apenas un guiño de la gratitud y del amor.

 

Mi madre es el pegamento sentimental, una manera de hablar de toda mi familia, es decir,

    la cuaresma donde intentamos expiar todos nuestros pecados. Es decir.

(En: La culpa, 2023).

 


 

Gustavo Solórzano Alfaro: es un escritor costarricense nacido en la provincia de Alajuela en 1975, autor, entre otros libros, de Inventarios mínimos(San José: EUNED, 2013), Nadie que esté feliz escribe (Santiago de Chile: Nadar Ediciones, 2017), La oscuridad intacta (edición y traducción de poemas escogidos de Dana Gioia, España: Pre-Textos, 2020) y La culpa (Santiago de Chile: Nadar Ediciones, 2023). Se gana la vida como editor y vive con Elsa y César en su ciudad natal. <Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.>

©Fotografía: Guillermo Barquero, 2023.

 

CURADURÍA: Yordan Arroyo (Costa Rica).