DOMINGO EN LA PLAÇA CATALUNYA
Los domingos existen, ¿tú lo sabías?
Yo no.
Creía que los domingos eran un constructo social
como cualquier otro. Y era mejor despreciarlo,
hacer como si no estuviera,
porque, igual que a ti, me irritan las fronteras artificiales.
Pero no.
Se llama domingo a una consciencia salada
(¿Amarga? ¿A qué sabe este empacho de matices?)
que existe, vaya si existe, existe
al margen de su arbitrario nombre.
Discutiremos toda la vida si precede la esencia
a la existencia, y los términos a los conceptos
o al revés, pero
¿tú lo sabías?
Ya existían los domingos antes de que yo naciera,
y antes de que nacieras tú, que eres eterno
como el lenguaje, los océanos y la sabiduría popular.
Esta luz dudosa de nubes,
el sopor celeste e involuntario
que nos vuelve taciturnos y nos lleva de paseo por inercia
no pudimos inventarlo nosotros.
Nadie es tan listo ni tan creativo
y ningún hombre ha estado tan triste.
(En: Las alas de las polillas, 2021).
CULTURA GENERAL
Todos hablamos de Freud como decimos “sublime”
y “platónico” y “dantesco”, “pantagruélico”
y nos creemos lo que cuentan sobre Dios
y el movimiento obrero.
Y pensamos que aquello lo dijo Marx
y es de Voltaire esa frase tan bonita sobre la libertad,
y no sabemos dónde acaba el camino de Kerouac
y empieza el de Gardel,
pero igual lo citamos, lo destrozamos,
apartamos a la masa de un empujón orteguiano.
Sonreímos.
Así se compone la cultura general,
de residuos: lo que no dijeron otros
o dijeron sin querer.
Por eso en verdad da lo mismo
si construimos sobre imprecisiones,
como castillos en el aire contaminado.
Y menos importa a quién se atribuyan
los méritos y las culpas;
si son verdad o mentira las mil interpretaciones
y vivencias de la misma historia.
La distancia entre quererse y la enorme carcajada
creo que se llama traducción libre.
(En: Las alas de las polillas, 2021).
PULSIÓN HOMICIDA
De pronto entendí que la cárcel no era mala opción.
Podía matarla,
destruir a esa momia hortera que había acabado conmigo:
le cortaría las manos con las que te habría hecho gemir,
vería desfigurado su rostro burlón,
ya no existiría la malicia patética que me tortura por las noches.
Dicen que en la cárcel hay muchos libros y que te enseñan a cantar y a hacer
[deporte.
Podría permitirme por primera vez un retiro espiritual;
¡cumplir mi ambición secreta de estudiar Biología!
Y años después,
en mi celda,
libre por fin,
morir feliz recordando nuestra historia.
(En: Los restos de la fiesta, 2022).
HORROR VACUI
Estoy en edad de explotar la imprudencia.
Se me ha concedido el don efímero de la temeridad
y lo disfruto en la medida en que la educación me lo permite,
aunque lo mío sean las maldades pequeñas, las frugales transgresiones.
En esta inmortalidad que me invento (sin asomos de mala conciencia)
conozco un único miedo
y en él me reconozco como un animal inválido:
Que más allá, simplemente, no haya nada.
Que el lenguaje resulte finito.
Que un día terminemos de escarbar en las etimologías
igual que pueden contarse todos los granos de arena que existen en la Tierra
en este instante preciso
(aunque fuese ardua la tarea, e infructuosa).
Que más allá
no haya nada.
Que los milagros cotidianos,
la creatividad deliciosa de lo fortuito,
el brillo inefable de una voz
se parezcan demasiado a una metáfora,
y tras el manto de Belleza
no haya nada, ni siquiera las virutas de una imaginación perversa y envidiable.
Comprender un día que, si la realidad supera siempre a la literatura,
es solo porque no nos atrevemos a imitar de verdad la vida
por si lo conseguimos.
(En: Dinosaurios de pelo rosa, 2023).
ERITEMA
Cuando tenía ocho años perdí una capa de piel
por una enfermedad vírica.
Nada grave, pero sí espectacular.
Me nacieron ramas rojas en las mejillas como fruto de un tortazo
o figuras de Lichtenberg,
y luego bajaron, se extendieron más y más,
como una versión enfermiza de Dafne,
hasta pelarme entera.
Mi madre podaba los salientes con las tijeras de uñas.
Por eso lo que ves ahora, lo que tocas cuando me estás tocando
soy yo con un estrato menos,
soy un nivel más vulnerable que cuando nací,
estoy un círculo más abajo.
Con el tiempo lo desaparecido se volvió imperceptible,
y ahora se nota solo en las manos.
Por eso mis manos son antiguas,
van varias vidas por delante de mí.
Me han dicho muchas cosas sobre mis manos:
manos de madre (en un curso de verano),
manos de labriega (Jorge Drexler),
de percusionista (no me acuerdo),
el terror del quiromántico.
Serán quizá reencarnaciones que afloran
o mundos posibles que florecen.
(En: Dinosaurios de pelo rosa, 2023).
Amanda Sorokin (heterónimo de María Esteban Becedas, Salamanca, 1995): es graduada en Lenguas, Literaturas y Culturas Románicas por la Universidad de Salamanca, con un Máster en Traducción Literaria por la Complutense. Ha trabajado ocasionalmente como azafata de congresos, locutora de publicidad, actriz de doblaje y librera de viejo. Actualmente realiza su tesis doctoral en la UNED, en torno a las relaciones e intercambios entre la poesía y la canción de autor. Ha publicado los poemarios Las alas de las polillas (BajAmar Editores, 2021), Los restos de la fiesta (IV Premio de Poesía “Facultad de Filología” UNED) y Dinosaurios de pelo rosa (Reino de Cordelia, 2023). Aparece en las antologías Naturaleza poética (La Imprenta, 2022), Viento a favor 2 (BajAmar Editores, 2022) y Poiesis en Helmántica: XXV Encuentro de Poetas Iberoamericanos (Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes, 2022). En 2022 resultó finalista del Premio Adonáis.
*Su fotografía fue tomada por Alfredo Garay.
CURADURÍA: Yordan Arroyo (Costa Rica).