GUSTAVO ARROYO | REVISTA AJKÖ KI No 3

GUSTAVO ARROYO | REVISTA AJKÖ KI No 3

 

 

PRÉNOMS

 

Fred, sobre la cuerda exterior de la ironía, baila un tango con el hermano de su novio recién difunto. En aquella ciudad se habla francés, aunque se encuentra lejos de Francia; tan lejos, como si un desierto azul se levantara entre ambos territorios. A veces hablo de Fred, cuando en realidad quiero hablar de mí; a veces hablo de otras ciudades porque estoy hundido en esta, más allá de las rodillas. Creo que el único destino es seguir hundiéndome, hasta que la arena me llene la boca, hasta que tenga que comer aceras y vitrinas. Como en la vieja Buenos Aires, no debe cuestionarse el baile entre hombres: hace casi cien años que la intuición muscular atropelló su presunta indecencia. A veces soy Fred, y no quiero serlo. De hecho siempre lo soy, pero nací para esconderme de ese nombre de cuatro letras, y lo disimulo con seudónimos que encuentro en los libros que me sirven de cama. No estoy en Burdeos ni en Toulouse –quedó claro desde el inicio– y yo, aunque Fred, ahora me llamo igual que Klimt y Mahler. Confieso que esta noche no tengo con quien bailar.

(En: Los amores imaginarios, 2016).

 


 

EL INMINENTE FINAL DE UNA PLANTA CON PECHOS


Ayer pude medir la angustia de una mujer estafada. No hay instrumentos para ello, como barómetros o invenciones similares. La angustia se mide en los dobleces del rostro y en la repentina dificultad para respirar con armonía; esos son sus paralelos y meridianos. La peor estafa, por su parte, no es la que lesiona el patrimonio, sino la que ataca la madera que conforma a las personas. Porque eso es lo que somos: árboles venidos a menos por la imposibilidad demostrada de esperar con certeza sanidad en los frutos. Lo nuestro no son brazos y piernas, sino ramas y raíces que lograron moverse a voluntad. Ayer, cuando medí su angustia porque así me lo pidió, me percaté de que faltaban tres minutos para que aquella mujer muriera aserrada.

(En: Círculo de diámetro variable, 2016).

 


 

 

DISCULPA DE UN PADRE QUE SE ABSTIENE

 

Hijo mío,

tené por cierto

que nunca nos conoceremos,

aunque estos sean días gloriosos

en el entendimiento del Bosón de Higgs.

 

No sufrás mucho, déjame eso a mí.

 

Cuáles manos más que las mías

hubieran querido acariciarte la cabeza

cuando el sueño resultara esquivo.

 

Quién más que yo

hubiera deseado escuchar

que nunca me llamaras por mi nombre.

 

Te soñé

desde que tuve conciencia.

Te quise en mi vida

desde la primera vez

que me dio miedo abrazar.

 

Hijo, lamento que hayás esperado

toda la eternidad para sonreírme.

No encuentro palabras para pedirte perdón.

 

Soy el mecanismo a través del cual

debías enraizarte en el mundo.

 

Fallé.

(En: Dialéctica de las aspas, 2014).

 


 

INGRATITUD PLUVIAL


I

Llueve, ahora nueve meses al año,

y no como antes llovía.

Llueve de una manera extraña,

enferma,

atlántica,

como si las aguas escondieran

una intención desalmada de inundar,

de comerse el alcantarillado,

de apadrinar desastres repentinos.

Antes no llovía así.

Nunca.

Llovía acompasadamente,

con sanas proporciones meteorológicas

que se basaban en la resistencia

y no en el rencor.

A veces he pensado

que en estos días el agua cae del cielo

con el ánimo de asesinarnos.

 

II

He topado con la suerte

de conocer a un niño de dos años

que todas las mañanas

se pone sus zapatos al revés.

Me han dicho

que no es el único que lo hace,

y que esa es una práctica común

entre los pequeños de su edad,

lo cual no me consta.

Es frecuente verlo descalzo,

en exhibición de las primeras uñas

y de los dedos, tiernos como frijoles,

que no tienen aún su forma plena;

y anda así muchas veces

debido al bochorno que le trae

la ingratitud de los mayores

por la confusión que lo victimiza.

 

III

Hoy llovía a cántaros –otra vez–

con ese vicio al que ahora

se entregan los aguaceros,

cuando alcancé a ver al niño

que resbalaba en su intento de huir.

Traía los zapatos bien puestos

y en su cara los vestigios

de la incomprensión.

Hay cosas contra las cuales

los niños no pueden luchar.

La lluvia no es la peor.

(En: Dialéctica de las aspas, 2014).

 


 

TESLA TRADUCTOR

 

La traducción es el suceso.

No se trata de frasear de un idioma a otro,

sino de extraer lo que alguien quiso decir

más allá de las palabras.

 

Subráyese:
las palabras se dicen o se escriben,

pero los significados se registran

con otro instrumental;

se infieren,

se intuyen,

se deducen,

no se dicen ni se escriben.

 

El suceso consiste
en vaciar de toda su sangre a las palabras,

para transfundirla en otras
que se pronuncian distinto:
la matemática insuflada por la electricidad.

 

Tesla, un traductor de lujo.

(En: Pájaro mudo, 2022)

 


 

Gustavo Arroyo (San Ramón, Alajuela, Costa Rica, 1977): escritor, abogado litigante, notario público y consultor jurídico. Cofundador del Conversatorio Poético Ceniza Huetar. Ha publicado los poemarios Dialéctica de las aspas (EUNED, 2014), Círculo de diámetro variable (Uruk Editores, 2016), Los amores imaginarios (EUNED, 2016), Los elementos nobles (EUNED, 2018), Pájaro mudo (2022) y El manuscrito Voynich (2023).

 

CURADURÍA:  Sean Salas (Costa Rica).