AL OESTE DE TODO
Ayer nadé en las glaciales aguas
de la playa Faell, al oeste de la isla.
Si estuvieras aquí, también te asombrarían
los distintos azules del agua,
según sus abismos.
Te asombraría ver las dunas sin palmeras
y sin niños descalzos alrededor,
sin cocos secos echados a perder
y hojas pudriéndose en la arena gris.
Te asombraría que incluso las olas
son un silencio blanco.
El grito furioso de nuestro mar
es solo una memoria indomable.
Ayer tuvimos que buscar refugio en la sombra
de una roca esculpida por el viento y el agua,
poseía la forma de unos escalones
que se adentraban en un viejo palacio
que se hundía en el mar.
Si estuvieras aquí,
verías como los caracoles
son platinados como si nacieran de los destellos
de la luna sobre el espejo de las aguas,
y que las fogatas son necesarias
para espantar el frío y los espectros,
y que el atardecer es rosa y púrpura
como una fruta nuestra,
y los cometas, semejantes a aves extrañas,
caen libres por el cielo sin nubes
y se evaporan
antes de tocar las verdes colinas
de un paisaje quebrado por los acantilados.
Si estuvieras aquí iríamos a caminar por los senderos
cerrados por el brezo y el pasto, entre la niebla
donde crece la menta salvaje
y los cardos espinosos.
Venimos del mismo lugar,
de un valle hecho de cenizas
donde germina la oscuridad y el frío,
por ello sé que solo debiéramos encontrarnos
en la inmensidad del mundo,
en el oeste, en un lugar alejado de todos,
pero cercano como un alma.
(En: Al borde del día, 2022).
EL BOSQUE NEGRO
Todos vamos al mismo lugar, Jorge,
un lugar extraordinario
y solo nuestro,
un bosque negro, aceitunado,
tan frondoso en verano
y en invierno tan crudo.
La brisa más tenue me ha llevado hasta allí,
monté al viento y floté río arriba
hasta donde termina la corriente
y lo reclamé mío.
Mi bosque es un viejo en la eternidad
de los árboles del norte.
Semejante a una ciudad de hielo,
sus raíces ancianas me recuerdan a nuestros ancestros,
los mismos que cincelaron el tótem de piedra.
En sus troncos están labradas con números las batallas perdidas.
Sus cuevas esconden tanto erizos
como pequeños duendes.
Mientras recorro los caminos entre las hojas caídas
semejantes a palabras llenas de otoño,
su follaje me persigue como sombras
que nunca logro descifrar,
y sus ramas se extienden a mis espaldas
igual que brujas o caballos enanos
que juegan a desaparecer en el instante
que vuelvo la cabeza
y me lleno de conjeturas y de nombres.
Las ceibas transparentes no tienen lugar aquí
pues solo es terreno fértil
para los cerezos, el arbusto y las lilas.
El sol no puede iluminar los misterios
que se esconden entre sus antiguos arbustos grises.
En invierno, los árboles desnudos
se visten con atuendos blancos como terrones de azúcar,
y brillan en la noche de otro tiempo,
uno al que ya solo tú y yo podemos pertenecer.
(En: Al borde del día, 2022).
LOS DÍAS SIN FIN
No oscurece en la isla, es como si la luz
quisiera reponer los días de oscuridad del invierno.
Puedo ver toda esa luz en tu rostro,
en la manera como me miras cuando la nada
toma otra intensidad, y la vida se inaugura en el fuego.
Beso tus labios llenos de rebeldía y timidez,
cuando el sol nos lanza colores como bofetadas.
El mar, atrás, oculta en sus profundidades
criaturas extrañas que nos persiguen en los sueños,
las mismas que nos espían
cuando caminamos por la marisma.
En el aire y el agua crecen algas verdosas
de las que se alimentan el muelle y los pozos de la aldea.
No puede crecer mucho más en esta isla perdida,
salvo pasto y rocas, pero no árboles que puedan ocultar
nuestra agonía de buscarnos el uno al otro.
(En: Al borde del día, 2022).
DOS MINUTOS PARA LA MEDIANOCHE
Aquí estaré, cariño,
esperándote
bajo la nebulosa de una galaxia cercana,
cuando ya no seamos más que polvo oxidado.
Y cuando llegues a mí doblaremos en dos,
como un puente de papel, el espacio y el tiempo,
y abriremos túneles que nos lleven al pasado
para advertirnos a nosotros mismos
que nos quedan dos minutos para la media noche.
En algún día anterior a la destrucción,
nos tomaremos de las manos
y subiremos a la montaña más azul que recuerdes,
sin saber qué decir ni qué hacer,
me mostrarás las ruinas de tu casa hecha de piedras,
entre los helechos, y te besaré
y te arrullaré como un niño y sentiré tu aroma a océano
y a todo aquello que aún podíamos salvar,
pondré mi oído sobre tu latido,
que suena como los tambores de otra ciudad llamando al ocaso,
y nos quedaremos en algún año bisiesto,
ahí, en el hermoso pasado,
cuando la tierra todavía era nuestra madre
y congelaba las aguas para que la luz
saliera disparada hacia lo infinito.
Faltan dos minutos para la medianoche,
para el final del día más largo,
y quizá ya sea demasiado tarde,
porque quizá ya no podamos doblar el tiempo en dos
y no podamos regresar.
Y es nuestra culpa, cariño,
es nuestra culpa.
(En: Al borde del día, 2022).
LA CIUDAD FLOTANTE
Éramos felices y no lo sabíamos
en la ciudad flotante,
bajo un cielo sin astros.
Una niña corre sobre la noche más oscura
como sobre una pradera,
su cabello de luz se confunde
con los faroles encendidos de la misericordia.
Dos rosas sin precio
en el florero roto por el frío.
Mira hacia atrás, niña,
mira la brisa del mar
y la ciudad más bella que existe,
la ciudad flotante,
donde éramos felices sin saberlo
entre los pabellones del mundo en el Gardini,
y el fuego de la isla de Murano
y las migajas de vidrio esparcidas
como escarcha en el suelo,
entre los escarabajos de cristal
y las fachadas roídas,
a la orilla de esa bestia cansada
y aún furiosa que era el mar.
Éramos felices con el lenguaje de los navíos
escuchando el gruñido de las estacas de madera
que herían el agua,
el agua que saltaba por las escaleras
y devoraba la ciudad,
más letal que la plaga verde del musgo y las algas,
una vieja batalla
y una nueva derrota.
Tan cerca del puente de Rioalto,
poseíamos un lugar,
una ciudad flotante,
donde fuimos felices
sin llegar a saberlo.
(En: Al borde del día, 2022).
Lilliam Armijo: estudió en El Salvador su primaria y secundaria en el colegio Externado San José. En el año 2002 realizó sus estudios universitarios de Relaciones Internacionales en San José, Costa Rica. En 2008 ganó la beca Miguel de Cervantes para estudiar su Maestría en la Universidad Alcalá de Henares y el Instituto Ortega y Gasset. Al finalizar sus estudios en Madrid, se ganó nuevamente una beca con el PNUD gracias a la Agencia de Cooperación Española para trabajar en Naciones Unidas en Bangkok, Tailandia donde residió por 5 años. En 2013 se trasladó a Dakar, Senegal, donde trabajo para la ONG, Save the Children, hasta el 2017 y fungió como Oficial de Comunicaciones para África Occidental. Armijo ha sido premiada en los Juegos Florales en la rama de poesía, de El Salvador, por tres años consecutivos: en el 2019, 2020, 2021. En el 2021 fue galardonada por el Ministerio de Cultura con el título de Gran Maestre convirtiéndose en la sexta mujer en la historia del país en obtener este título.
CURADURÍA: Sean Salas (Costa Rica).