LILLIAM ARMIJO | REVISTA AJKÖ KI No 3

LILLIAM ARMIJO | REVISTA AJKÖ KI No 3

 

 

AL OESTE DE TODO

 

Ayer nadé en las glaciales aguas

de la playa Faell, al oeste de la isla.

Si estuvieras aquí, también te asombrarían

los distintos azules del agua,

según sus abismos.

Te asombraría ver las dunas sin palmeras

y sin niños descalzos alrededor,

sin cocos secos echados a perder

y hojas pudriéndose en la arena gris.

Te asombraría que incluso las olas

son un silencio blanco.

El grito furioso de nuestro mar

es solo una memoria indomable.

Ayer tuvimos que buscar refugio en la sombra

de una roca esculpida por el viento y el agua,

poseía la forma de unos escalones

que se adentraban en un viejo palacio

que se hundía en el mar.

Si estuvieras aquí,

verías como los caracoles

son platinados como si nacieran de los destellos

de la luna sobre el espejo de las aguas,

y que las fogatas son necesarias

para espantar el frío y los espectros,

y que el atardecer es rosa y púrpura

como una fruta nuestra,

y los cometas, semejantes a aves extrañas,

caen libres por el cielo sin nubes

y se evaporan

antes de tocar las verdes colinas

de un paisaje quebrado por los acantilados.

Si estuvieras aquí iríamos a caminar por los senderos

cerrados por el brezo y el pasto, entre la niebla

donde crece la menta salvaje

y los cardos espinosos.

Venimos del mismo lugar,

de un valle hecho de cenizas

donde germina la oscuridad y el frío,

por ello sé que solo debiéramos encontrarnos

en la inmensidad del mundo,

en el oeste, en un lugar alejado de todos,

pero cercano como un alma.

 

(En: Al borde del día, 2022).

 


 

EL BOSQUE NEGRO

 

Todos vamos al mismo lugar, Jorge,

un lugar extraordinario

y solo nuestro,

 

un bosque negro, aceitunado,

tan frondoso en verano

y en invierno tan crudo.

 

La brisa más tenue me ha llevado hasta allí,

monté al viento y floté río arriba

hasta donde termina la corriente

y lo reclamé mío.

 

Mi bosque es un viejo en la eternidad

de los árboles del norte.

 

Semejante a una ciudad de hielo,

sus raíces ancianas me recuerdan a nuestros ancestros,

los mismos que cincelaron el tótem de piedra.

 

En sus troncos están labradas con números las batallas perdidas.

Sus cuevas esconden tanto erizos

como pequeños duendes.

 

Mientras recorro los caminos entre las hojas caídas

semejantes a palabras llenas de otoño,

su follaje me persigue como sombras

que nunca logro descifrar,

 

y sus ramas se extienden a mis espaldas

igual que brujas o caballos enanos

que juegan a desaparecer en el instante

que vuelvo la cabeza

y me lleno de conjeturas y de nombres.

 

Las ceibas transparentes no tienen lugar aquí

pues solo es terreno fértil

para los cerezos, el arbusto y las lilas.

 

El sol no puede iluminar los misterios

que se esconden entre sus antiguos arbustos grises.

 

En invierno, los árboles desnudos

se visten con atuendos blancos como terrones de azúcar,

y brillan en la noche de otro tiempo,

uno al que ya solo tú y yo podemos pertenecer.

 

(En: Al borde del día, 2022).

 


 

LOS DÍAS SIN FIN

 

No oscurece en la isla, es como si la luz 

quisiera reponer los días de oscuridad del invierno.

Puedo ver toda esa luz en tu rostro,

en la manera como me miras cuando la nada

toma otra intensidad, y la vida se inaugura en el fuego.

Beso tus labios llenos de rebeldía y timidez,

cuando el sol nos lanza colores como bofetadas.

El mar, atrás, oculta en sus profundidades

criaturas extrañas que nos persiguen en los sueños,

las mismas que nos espían

cuando caminamos por la marisma.

En el aire y el agua crecen algas verdosas

de las que se alimentan el muelle y los pozos de la aldea.

No puede crecer mucho más en esta isla perdida,

salvo pasto y rocas, pero no árboles que puedan ocultar

nuestra agonía de buscarnos el uno al otro.

 

(En: Al borde del día, 2022).

 


 

DOS MINUTOS PARA LA MEDIANOCHE

 

Aquí estaré, cariño,

esperándote

bajo la nebulosa de una galaxia cercana,

cuando ya no seamos más que polvo oxidado.

 

Y cuando llegues a mí doblaremos en dos,

como un puente de papel, el espacio y el tiempo, 

y abriremos túneles que nos lleven al pasado

para advertirnos a nosotros mismos

que nos quedan dos minutos para la media noche.

 

En algún día anterior a la destrucción,

nos tomaremos de las manos

y subiremos a la montaña más azul que recuerdes,

 

sin saber qué decir ni qué hacer,

me mostrarás las ruinas de tu casa hecha de piedras,

entre los helechos, y te besaré

y te arrullaré como un niño y sentiré tu aroma a océano

y a todo aquello que aún podíamos salvar,

 

pondré mi oído sobre tu latido,

que suena como los tambores de otra ciudad llamando al ocaso,

y nos quedaremos en algún año bisiesto,

ahí, en el hermoso pasado,

cuando la tierra todavía era nuestra madre

y congelaba las aguas para que la luz

saliera disparada hacia lo infinito.

 

Faltan dos minutos para la medianoche,

para el final del día más largo,

y quizá ya sea demasiado tarde,

porque quizá ya no podamos doblar el tiempo en dos

y no podamos regresar.

 

Y es nuestra culpa, cariño,

es nuestra culpa.

 

(En: Al borde del día, 2022).

 


 

LA CIUDAD FLOTANTE

 

Éramos felices y no lo sabíamos

en la ciudad flotante,

bajo un cielo sin astros.

 

Una niña corre sobre la noche más oscura

como sobre una pradera,

su cabello de luz se confunde

con los faroles encendidos de la misericordia.

 

Dos rosas sin precio

en el florero roto por el frío.

 

Mira hacia atrás, niña,

mira la brisa del mar

y la ciudad más bella que existe,

 

la ciudad flotante,

donde éramos felices sin saberlo

entre los pabellones del mundo en el Gardini,

y el fuego de la isla de Murano

y las migajas de vidrio esparcidas

como escarcha en el suelo,

 

entre los escarabajos de cristal

y las fachadas roídas,

a la orilla de esa bestia cansada

y aún furiosa que era el mar.

 

Éramos felices con el lenguaje de los navíos

escuchando el gruñido de las estacas de madera

que herían el agua,

 

el agua que saltaba por las escaleras

y devoraba la ciudad,

más letal que la plaga verde del musgo y las algas,

una vieja batalla

y una nueva derrota.

 

Tan cerca del puente de Rioalto,

poseíamos un lugar,

una ciudad flotante,

 

donde fuimos felices

sin llegar a saberlo. 

(En: Al borde del día, 2022).

 


 

Lilliam Armijo: estudió en El Salvador su primaria y secundaria en el colegio Externado San José. En el año 2002 realizó sus estudios universitarios de Relaciones Internacionales en San José, Costa Rica. En 2008 ganó la beca Miguel de Cervantes para estudiar su Maestría en la Universidad Alcalá de Henares y el Instituto Ortega y Gasset. Al finalizar sus estudios en Madrid, se ganó nuevamente una beca con el PNUD gracias a la Agencia de Cooperación Española para trabajar en Naciones Unidas en Bangkok, Tailandia donde residió por 5 años. En 2013 se trasladó a Dakar, Senegal, donde trabajo para la ONG, Save the Children, hasta el 2017 y fungió como Oficial de Comunicaciones para África Occidental. Armijo ha sido premiada en los Juegos Florales en la rama de poesía, de El Salvador, por tres años consecutivos: en el 2019, 2020, 2021. En el 2021 fue galardonada por el Ministerio de Cultura con el título de Gran Maestre convirtiéndose en la sexta mujer en la historia del país en obtener este título.

 

CURADURÍA:  Sean Salas (Costa Rica).