TRANSLITERATURAS Y ESTUDIOS CULTURALES,
¿UNA PERSPECTIVA ISOMÓRFICA?
Por: Damián Leandro Sarro[1]
Dos son los conceptos teóricos del campo literario, cultural y sociológico que en las últimas dos décadas han toma relevancia para la investigación y la metodología de abordaje de la literatura: el de «Transliteraturas» y el de «Estudios Culturales». En esta oportunidad, el enfoque apunta a una comparativa para dilucidar si existen equivalencias y paralelos que permitan entender a dichos conceptos desde un «isomorfismo».
El concepto de «Transliteraturas» se presenta con un amplio abanico teórico que encierra bajo su órbita una variedad de términos complejos e interrelacionados; debe partirse del rol predominante que adquirió desde la segunda mitad del siglo xx el concepto de «otredad» y sus derivados conceptuales, con eje en un sujeto social descentrado perteneciente a subgrupos sociales, con modos idiosincrásicos muy marcados, aunque con manifestaciones culturales comunes, principalmente cuando el accionar del Estado con sus pretensiones de homogeneización social no hicieron más que exacerbar los ánimos de las capas sociales medias y bajas: así se presenta el llamado “’drama intercultural’ cuando el modelo nacional quiere imponerse único para que una sociedad sea: cuando un estado-nación demuestra su fuerza convirtiendo a sus emigrantes en patriotas, o cuando se anuncia cualquier tipo de solución final” (Sanz Cabrerizo, 2008, p. 17). Esta emergencia de lo étnico-cultural no hace más que demostrar la crisis social y cultural de las naciones contemporáneas, constituidas en su mayoría por un crisol de culturas e idiosincrasias que, por efecto de la presión cultural y la coacción estatal, hacen estallar las fronteras de «lo políticamente correcto y aceptado por el Estado» y se manifiestan con todo su aparato cultural; la idea de un Estado cohesionado armónicamente se desmorona cual castillo de naipes sobre arenas movedizas, y deja a la luz un horizonte de heterogeneidades y heteroglosia; en palabras de Sanz Cabrerizo (2008) “no en vano el siglo xx ha desarrollado toda una epistemología de la otredad” (p. 16).
Si los modelos culturales canónicos y las grandes historias nacionales de la literatura han sido una galería de grandes nombres y épocas bien definidas al servicio de las políticas nacionales emergentes, tal como lo había denunciado Jauss en su pretensión de constituir una nueva historia de la literatura, la prefijación «inter-» se constituye como una radical alternativa frente al Estado avasallador, “una hibridación creadora, un mestizaje no calculado” (Sanz Cabrerizo, 2008, p. 18). La interculturalidad aparece así como sinónimo de respeto por la diferencia, aceptación de la alteridad y consolidación de espacios socioculturales emergentes, de subgrupos devenidos en masas sociales con niveles de idiosincrasia definidos; se configura así un amplio catálogo donde podremos encontrar los rangos de alteridad, dialogicidad, aculturación, hidridación, intertextualidad, polifonía, transferencia cultural, criollismo, transculturación, pluralismo cultural, cosmopolitismo, multiculturalismo y mestizaje.
Lo intercultural remite a dos factores claves para su concreción y existencia: la comunicación y el intercambio; incluso, remite a la llamada «interferencia» de Even-Zohar, entendida como “la relación que se produce entre dos sistemas, cuando uno de ellos se convierte en sistema fuente al hacer préstamos directos o indirectos al otro, el sistema receptor”[2] (Viñas Piquer, 2007, p. 566), ya que las sociedades contemporáneas deben abordarse desde la perspectiva de lo multicultural al reunir en su interior masas sociales heterogéneas desde el ángulo étnico, lingüístico y cultural; asimismo, este panorama multicultural remite a una aceptación, por lo menos de parte de la sociedad, de las minorías étnicas, confesionales, sexuales y políticas, entre otras; o sea, en este sentido se avala la existencia de subgrupos sociales dentro de un mismo Estado en el sentido territorial y jurisdiccional. La idea de interculturalidad “hace intervenir una dimensión de integración de las relaciones y de desarrollo de las interacciones, esto es, de una dinámica y de un proceso” (Sanz Cabrerizo, 2008, p. 31).
Los estudios interculturales surgen en Estados Unidos en la década de 1960, en el período donde la órbita antropológica había adquirido fuerza y compenetración (desde lo académico) en otras disciplinas sociales y, en este sentido, es donde se comprende el pasaje del concepto de interculturalidad al de «transliteraturas», ya que se aborda el campo literario desde la comunicación intercultural, espacio de encuentros y tensiones, de articulaciones y representaciones socioculturales.
Aquí podría concebirse una especie de desplazamiento de lo «inter-» a lo «trans-», y en este prefijo es donde se arriba a la problemática de la literatura comparada, entendida como disciplina metodológica, y sus intentos de superar el fenómeno literario desde la mirada supralingüística; así, las «transliteraturas» apuntan a “dar cuenta de cómo las literaturas representan la interacción entre personas, entre grupos, entre culturas” (Sanz Cabrerizo, 2008, p. 46). «Trans-» también remite a todo proceso cultural y a toda trayectoria interrelacional a nivel literario, a la transgresión de las formas canónicas, a la aceptación de las alteridades y a la emergencia de nuevas manifestaciones estéticas.
Existe así una idea de texto literario cargado de significación gracias a un tejido relacional y a la vez diferencial y opositivo[3], que confluye y, al mismo tiempo, se enriquece con el concepto de «intertextualidad», eje teórico central en la teoría literaria del siglo xx, que aporta la noción de cruce, choque, diálogo e interrelaciones entre los textos, de una genealogía textual borgeana o de un amoldamiento dialógico bajtiniano. Con la noción de transliteraturas se pretende observar la manifestación estética de lo intercultural dentro del campo literario.
Si bien se establece que la literatura comparada no ha podido en su momento dar cuenta de las manifestaciones y cambios que se estaban dando a la sazón en el contexto intercultural a partir de la II Guerra Mundial, en cambio, los llamados «Estudios Culturales» sí han sabido absorber e interpretar, a su modo, las distintas representaciones estéticas y culturales que emergieron desde mediados del siglo pasado. Surgidos en la década de 1950 en Inglaterra por iniciativa de un grupo de intelectuales liderados por Raymond Williams, E.P. Thompson, Richard Hoggart[4] y Stuart Hall, los Estudios Culturales nacen por un descontento de los programas curriculares académicos y su insatisfacción en el tratamiento de problemáticas sociológicas y culturales, tomando por ende la cultura popular como objeto indiscutido a tratar. Desde su advenimiento, el mismo término Estudios Culturales marca una nueva concepción en el tratamiento de los textos y sus contextos: establece un área conflictiva entre lo representado y la representación, y un fuerte replanteamiento de lo que es un «hecho cultural», es decir, qué categorías y qué perspectivas definirían ahora una expresión calificada como «cultural»; “los estudios culturales tratan de definirse de manera polémica, para desafiar a los sistemas anteriores […] como discurso en el margen” (Bathrick, 2004, p. 276).
La emergencia y paulatina consolidación de las prácticas enmarcadas dentro de la lógica de los Estudios Culturales es concomitante con las manifestaciones de crisis y ruptura de la llamada hegemonía de la literatura occidental, hegemonía que, tal como dice Abril Trigo (2006), está directamente relacionada con el desarrollo del capitalismo, el colonialismo y otros efectos de la modernidad occidental:
[Dicha hegemonía] “no reside en su monopolio de la creatividad literaria sino en la autoridad que poseen las instituciones y el poder que ejercen los agentes literarios occidentales sobre las reglas de juego, los modelos prestigiosos, los géneros de moda y el modo de producción, circulación y consumo que en última instancia definen qué es literario y qué no”. (p. 93)
Allí donde se expresan y desarrollan manifestaciones alternativas de interpretación sociocultural, los Estudios Culturales tendrán un importante terreno de amoldamiento y despliegue.
Metodológicamente, se diferencian de las prácticas académicas y científicas con una explícita pretensión de independizarse de las disciplinas consolidadas y contextualizadas institucionalmente, con las cuales estarán en continua tensión y disputa; más que interdisciplinarios, “son posdisciplinarios, pero a pesar de eso […] uno de sus ejes fundamentales que los sigue definiendo es su relación con las disciplinas establecidas” (Jameson y Slavoj, 2008, p. 72). Al igual que los estudios «trans-», emergen gracias al reconocimiento y valorización de minorías sociales, y abarcan un amplio repertorio de temáticas, desde identidad cultural, colonialismo y postcolonialismo, hasta etnicidad, estética y textualidad, sin omitir tecnologías, historia, sociología, sexualidad, globalización y ciencia, entre otros aspectos. En palabras de Viñas Piquer (2007):
… los Estudios Culturales han dado cabida en sus investigaciones a géneros antes considerados de mala calidad (western, novela rosa, novela negra, etc.) y a productos procedentes de otros ámbitos artísticos (música, fotografía, cine, pintura, etc.) y a productos culturales como la televisión, la publicidad, las revistas, la moda, etc.” (p. 570)
De esta manera, los Estudios Culturales actúan también como denunciantes explícitos de las carencias curriculares de las universidades, ya que de las relaciones existentes entre ellos y la literatura con aspectos vinculados a “la identidad cultural y el poder político es lo que lleva a los miembros de la Universidad a plantearse las bases y las ausencias dentro de los programas de literatura” (Bathrick, 2004, p. 286). Esta afirmación confirma el estrecho vínculo que los Estudios Culturales poseen con el análisis etnográfico, es decir, que desde ambos puntos se conectan y nutren recíprocamente.
Desde la llamada «crisis de las humanidades» (Nussbaum, 2005 y 2010, Savater, 1997), tanto las Transliteraturas como los Estudios Culturales han desarrollado un abanico de posibilidades que sostiene la concreción y el incremento en sus praxis sociales y estéticas; la emergencia del multiculturalismo con su disputa con la hegemonía del canon occidental, con carácter unificado y sostenido por el reinado de los grandes textos tradicionales, ha dado la pauta de la desintegración intelectual universitaria y el debate por el curriculum, que de expresar las competencias del conocimiento ha pasado a formar parte de la lucha y tensión entre las instituciones y los lineamientos del mercado, expresando así un lento declive académico.
Ante esta situación de crisis del curriculum de las humanidades, Bathrick (2004) plantea dos frentes opuestos de debate: por un lado, los intelectuales conservadores que establecen que dicho debate “es sinónimo de la capitulación de la autoridad tradicional ante una intelectualidad vacía […] sólo un esfuerzo por recuperar el legado de las humanidades podrá salvar la universidad” (p. 297); por otro lado, los defensores de los Estudios Culturales manifiestan que esta crisis abre la “posibilidad de poder atenuar las divisiones sociales y étnicas así como una oportunidad para registrar el impacto de las formas de consumismo y de los medios de masas que dependen del desarrollo económico” (p. 297).
No se debe omitir que existen tres áreas de estudios que han contribuido a la consolidación de los Estudios Culturales y, debido a su compleja e innumerable fuente de interpretación, aún hoy siguen constituyendo sus andamiajes:
- Los estudios afroamericanos, latinoamericanos y tercermundistas, que con sus denuncias sobre el etnocentrismo europeo han amoldado los discursos y resituados los planteamientos políticos de las literaturas nacionales.
- La crítica feminista y el rol de la mujer, cuyo discurso ha reorientado una nueva definición del género. Dentro de este ámbito deben situarse los estudios sobre minorías y diversidades sexuales y de género.
- Por último, existe “el interés por la cultural popular o de masas, la cual además de cuestionar la ruptura con las ramas de la tradición popular, ha propiciado debates sobre la representación de lo racial y lo genérico” (Bathrick, 2004, p. 286).
Se han planteado ciertas entradas para lograr un acercamiento a estas dos maneras teóricas de asir el objeto estético, se han desarrollado sus principales lineamientos y, gracias a ello, se ha podido manifestar que entre ambas teorías puede existir una perspectiva isomórfica: hay un aspecto que permite hablar de una mirada «iso-» (entendiéndola desde su origen como prefijo griego isós-: igual), ya que conforma desde sus orígenes dos intentos por interpretar sus respectivos objetos de estudios. De esta naturaleza «iso-» se afirma que tanto las Transliteraturas como los Estudios Culturales nacen hermanados y, desde esta mirada, penetran en la historia de la crítica literaria como innovaciones teóricas rupturistas, efectuando conjuntamente un claro corte epistemológico en el campo de las humanidades.
Sin embargo, no debe perderse de vista que como toda perspectiva teórica de desarrollo relativamente reciente su constitución y definición no están cerrada, es decir, que internamente mantienen, de forma proyectada, una reescritura de sus componentes y vínculos interdisciplinarios, desechando viejas alianza y tejiendo nuevas dentro del amplio mundo de las humanidades.
Referencias
Bathrick, D. (2004). Estudios Culturales. En: Beltrán Almería, L. (Comp.). Teorías de la Historia Literaria. Arco Libros.
Jameson, F. y Slavoj, Z. (2008). Estudios Culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo. Paidós.
Nussbaum, M. (2005). El cultivo de la Humanidad: una defensa clásica de la Reforma en la educación liberal. Paidós.
Nussbaum, M. (2010). Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las Humanidades. Katz.
Sanz Cabrerizo, A. (Comp.). (2008). Interculturas / Transliteraturas. Madrid: Cátedra.
Savater, F. (1997). El valor de educar. Ariel.
Viñas Piquer, D. (2007). Historia de la crítica literaria. Ariel.
Trigo, A. (2006). Algunas reflexiones acerca de la literatura mundial. En: Sánchez Prado, I. (Comp.). América Latina en la “literatura mundial”. Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana-Universidad de Pittsburgh.
[1] Lic. y Prof. en Letras y doctorando en Educación (Universidad Nacional de Rosario, Argentina), posgrado en Escrituras y Creatividad Humana (FLACSO – Buenos Aires) y corrector de textos académicos (por la Universidad del Salvador). III Premio Nacional de Ensayo Breve (CFI, 2011); autor de La refulgencia del Bicentenario o el mito de Pigmalión (2011), del Manual de Lengua I para EEMPA (coautoría, Dunken, 2015), Flagelos íntimos (Alción, 2018) y de El ramirismo. La literatura como arena de discusión entre la hispanofilia y la hispanofobia (Ciudad Gótica, 2022). Docente, investigador y reseñista literario y académico para distintos medios de comunicación y revistas universitarias. Contacto: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
[2] Véase al respecto Ortiz, F. (2002). Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. Madrid: Cátedra.
[3] Véase los postulados del Formalismo ruso sobre el concepto de «sistema».
[4] Richard Hoggart fundó en el Centro de Estudios Culturales (Birmingham, 1964) un programa de postgrado sobre cultura contemporánea y la sociedad, el llamado “modelo de Birmingham representó una ruptura institucional e intelectual dentro del modelo dominante de los estudios culturales en los departamentos de literatura tradicionales” (Bathrick, 2004, p. 289); en Estados Unidos y por influencia de este modelo inglés “han emprendido la lectura de otros medios (televisión, vídeo, radio, revistas, música rock) y de otros íconos e instituciones (Madonna, centros comerciales, playas, clubes de fans) para inquirir los modos en los que se han constituido como lugares de lucha entre los significados semióticos” (Bathrick, 2004, p. 295).