ROBINSON RODRÍGUEZ HERRERA  | AJKÖ KI No 2

ROBINSON RODRÍGUEZ HERRERA | AJKÖ KI No 2

 

 

Recolectores de cuerpos

 

Simplemente, las gentes no entienden o no quieren entender. Se resisten a colaborar, y todo lo complican, aunque algo de razón tengan. El mismo asunto, siempre las mismas quejas, aunque en diferentes distritos. Llaman y cuentan una historia parecida, de que en tal calle o parque dejaron un cuerpo abandonado. Creen que es como en las películas o la televisión, que de inmediato va a llegar una ambulancia a levantarlo. Llaman con tanta insistencia, algunos como es lógico, se estresan tanto que se vuelven agresivos.

¿Qué podemos hacer nosotros? Ellos nunca van a entender que ya no hay recursos. Que en las morgues simplemente no hay espacio, que los camiones no dan abasto, que no somos más de diez unidades para toda la ciudad, que no hay ataúdes. Que hace un par de semanas que las bolsas especiales se agotaron. Con suerte nos llegaron de la proveeduría unas bolsas grandes de las que usan para la basura de los jardines, y unos paquetes con las etiquetas que tenemos que llenar a mano, escribiendo en ellas los datos disponibles del difunto. Datos que a veces no se pueden obtener. Cuando se sospecha que fue una muerte por violencia hay que con los de la unidad forense para que vengan a tomarle las fotografías, las huellas dactilares y que sean ellos quienes se lo lleven a la morgue judicial, para la investigación respectiva.

A nadie le importa que para nosotros sea un gran riesgo este oficio de trabajar recolectando ese tipo de difuntos. Más que ni guantes, ni batas o mascarillas suficientes hay a veces. El riesgo de contagiarse es muy alto, y por lo que pagan llega uno a creer a veces que no vale la pena. Aunque tener un trabajo en estos tiempos es una gran bendición. Por eso, cuando no hay equipo para protegernos, algo misterioso les sucede a los camiones que de repente dejan de funcionar. Y no hay poder humano que los repare, hasta que cambian las circunstancias del abasto de esos materiales.

Antes los íbamos a levantar los cuerpos en una ambulancia, pero como empezaron a ser tantos entonces había que hacer varios viajes. Estos camiones son más prácticos y espaciosos. Llevan toldos de tipo militar y a veces la policía nos escolta, dependiendo de donde esté el difunto.

El protocolo para nosotros es sencillo: llegamos al lugar, el jefe de la cuadrilla toma una foto del lugar donde está el cuerpo, luego una de la cara del difunto y si hay oportunidad hacen fotos de algunas otras señas particulares que estén visibles. Se busca entre las ropas si tiene documentos, se pregunta a los curiosos o en las casas vecinas si alguien lo conoce. Luego se mete el cuerpo en la bolsa jardinera, se cierra lo mejor posible y después lo subimos al camión. En tanto esto sucede el conductor es quien se encarga de llenar la etiqueta, la que se amarra a un extremo de la bolsa. Al final se anota el número de la etiqueta en la bitácora, y de ahí nos vamos. Pues seguimos recolectando los difuntos hasta que el espacio disponible este lleno. Entonces regresamos directo al depósito, a las bodegas de la antigua fábrica de hielo. 

A las casas nunca entramos a menos que la policía nos diga que es legal y seguro, y que ellos estén presentes. La gente piensa que somos una funeraria pública y eso no es cierto. Sin embargo, cuando hay un difunto en la casa insisten e insisten para que lo retiremos. La mayor parte de las veces porque ni el entierro ellos pueden pagar, así que menos van a pagarle a un médico para que les extienda un certificado de defunción. Entonces los del número de emergencias les explican que son los deudos y eventualmente con la colaboración de algún buen vecino que esté dispuesto a exponerse, quienes deben sacarlos a la acera. Pero que si es posible antes deben meter el cuerpo en una bolsa de jardín, pero que eviten cerrarla.

Afuera, nosotros esperamos a la policía, para que certifiquen que la muerte no es por otra causa, especialmente que descarten acciones criminales. Entonces, ya cuando el difunto está sobre la acera, y si no están los técnicos forenses de la policía, es que nosotros tomamos las fotos y anotamos los datos, tanto en la etiqueta como en la bitácora. Luego la bolsa se cierra y lo embalamos en una segunda bolsa. Es entonces cuando se sube al camión. Si disponemos de marcadores, entonces antes de cerrar las bolsas le escribimos el número de la etiqueta en el cuello o en el dorso de la mano, por aquello de que en la morgue central haya algún problema, y el difunto se extravíe.

Al principio, por humanidad, algunas veces ayudábamos a sacarlos de las casas, pero los equipos de protección que nos dan no soportan mucho antes de estropearse, y entonces hay que ser precavidos. Los trajes de seguridad son incómodos, calientes, asfixiantes. Antes de quitarse los trajes y las botas de caucho, todos los implementos hay que desinfectarlos con los chorros del agua clorada que llevamos ya lista en bombas de riego manuales. Pero esa sustancia también contribuye a que las vestimentas de protección se deterioren más rápido. 

Los jefes insisten e insisten en que debemos tratar con cariño los trajes. Todos los días nos repiten el cuento de que hay que cuidarlos y hacerlos durar lo más posible. Pues no saben cuándo volverán a darnos otros, ya que por la crisis todo eso es ahora muy escaso.

Hace unos cinco días sacamos el cuerpo de una anciana que murió en la misma cama al lado del marido. Dos días estuvo muerta esa señora, hasta que una vecina junto con una de las empleadas temporales que a veces les ayudaban llegó a buscarla a ella, a la mujer. Porque era la que estaba más sana de los dos. La fue a buscar ya extrañando que en varios días no la había visto ni asomarse al pasillo. El marido estaba bien mal de la cabeza, demencia o algo así. Y lo más triste es que sobrevivió y la estaba llamando cuando la sacamos, pues no entiende lo que pasa. Resulta extraño que el señor no tuviera ni un síntoma de ese virus. ¿Y ahora quien lo va a cuidar? No es por ser de mal corazón, pero en ese caso mejor se hubieran muerto los dos de una vez. Digo yo. ¿Qué opinan ustedes?

La vecina nos cuenta que no sabe qué hacer, que una familia formal ellos parece que no tenían. O que no sabe si es que no se aparecen por ahí porque algo les sucedió a los parientes desde que empezó lo de la pandemia. Nos cuenta que llamó al dispensario de salud y al número de emergencias, a varios asilos, pero que nadie le da respuesta. No creo que el pobre hombre sobreviva mucho a partir de este momento, sea por el virus o por el abandono que le espera.

Hay que apurarnos, dice el conductor. Nos avisa que llamaron de número de urgencias, porque en nuestra zona informaron que apareció otro cuerpo en el patio de una casa. Dice que según lo que informaron, el cuerpo lleva varios días en abandono, y que se está hinchado. El rumor es que al parecer era un indigente de la zona, que se refugiaba en la casa abandonada que era donde dormía junto con los otros indigentes, los que lo abandonaron apenas resultó enfermo. Dicen que justo en ese patio, ahí a la vista y paciente de todos, fue que estuvo varios días agonizando. Cuentan que estuvo implorando por auxilio y que a nadie le importó, porque ahí lo que pasa no es asunto de nadie, y también que lo que ocurre nadie lo cuenta. Dice el operador de emergencias que están amenazado que si no llegamos rápido le van a rociar gasolina y le van a prender fuego, tanto al cuerpo como a la casa.

 


* Nota: El cuento aquí publicado es del libro El aliento de Pandora, Editorial Vesania. 2020. 

 

Robinson Rodríguez Herrera: Realizó estudios formales en la Facultad de Letras de la Universidad de Costa Rica. Participó en el año 2001 en el Festival Internacional de Caribe y el Fuego, de la Dirección Provincial de Cultura de Santiago de Cuba. Participó y publicó trabajos en la Revista literaria Ruptures, de Quebec Montreal. En el año 1996 obtuvo el segundo lugar en Poesía, Juegos Laborales de la Seguridad Social. En el año 1998 obtuvo el primer lugar en Poesía, Juegos Laborales de la Seguridad Social. Fue ganador del concurso de Relato de la Revista Nacional de Cultura de la UNED en el año 2011. En el año 2017 publica el libro de poesía La Mirada del Nómada. En el año 2020 publica el libro de relatos: El aliento de Pandora. En el año 2021 publica la novela: El Imperio Verde. Sus trabajos de investigación se han publicado y presentado en congresos y revistas científicas nacionales e internacionales.

 

CURADURÍA: Óscar Leonardo Cruz