Psicópatas
Esa mañana no escuchó los ladridos de Dusty, todo parecía tan calmado y sereno. Algunos murmullos detrás del muro del patio, por demás la casa se encontraba silenciosa. Ese día no asistió al colegio, cursaba el primer año, lo apodaban Rot, sobrenombre que le vino por sus manías de estar jugando “War point”. Su padre lo llamó enseguida al WhatsApp advirtiéndole que tenía que ir enseguida; ademá,s en la tarde pasaría para llevarlo al cine.
Rot se preparó un sándwich de jamón con queso, se sirvió un vaso con jugo de naranja y terminó comiendo un poco de cereal con ciruelas. Llamó a Dusty pero nunca llegó, el perro siempre dormía a la orilla de la cama o descansaba en la acera del jardín contiguo a unos departamentos.
Alguien llamó a la puerta, el timbre sonó en reiteradas veces, Rot no quiso abrir haciéndose el dormido, mientras observaba desde el segundo piso que la señora Olbadía se iba otra vez para su casa. Volvió a llamar a Dusty, le silbaba, el perro seguro se escapó —lo dijo para sí—.
Desde el pasillo central que cruza la casa, se divisa un ventanal que da al patio trasero, se puede observar todo lo que hay atrás, incluso, ver el estado del tiempo. De repente, sintió un escalofrío, se puso nervioso y observó por la ventana. En el árbol de limón se ve un cuerpo meciéndose. Se acercó. Era Dusty con la lengua afuera en su totalidad, en un tono amoratado, con la nariz seca y las patas rígidas. Quién sabe cuántas horas llevaba colgado, pero era el mediodía, y desde muy entrada la mañana no se escuchaban sus ladridos.
No lloró cuando lo vio, pero se mordió las uñas, bajó el cadáver del perro inmediatamente y acató a buscar alguna bolsa y papel para envolverlo, debajo de la pileta encontró unas bolsas verdes para recoger la basura del jardín, lo envolvió en el papel periódico echándolo de tal forma que nadie pensara que era un cuerpo.
Cavó medio metro en el patio, lanzó a Dusty a la pequeña fosa, echó agua, aplastó con sus tennis la tierra y puso unas piedras ornamentales y plantas con flores.
« Dusty, ¿por qué te moriste si yo te quería?». Fue lo único que dijo y se fue a bañar, se lavó bien las manos y se cortó las uñas. Escogió su mejor jeans, la mejor camiseta, puso a cargar su celular y encendió su play para jugar una hora Fornite, mientras su padre pasaba por él.
Sonó el teléfono, era él otra vez preguntando si había ido al colegio, él le dijo que sí pero que habían salido temprano, que todo estaba bien y además que Dusty se había escapado y lo fue a buscar y nunca apareció. Preguntó si quería que lo fuera a buscar otra vez y si preguntaba a los vecinos, igual lo iba a buscar por la calle principal, que lleva a la zona financiera.
Rot colgó el teléfono y siguió jugando. Volvió a entrar otra llamada, es el padre preguntando si está listo, si preparó la mochila, que no olvide el abrigo, si quiere ir a cenar pizza o quiere algo más formal. Le comentó que no quería comer, se sentía triste.
Cuando entra al automóvil percibe un olor a Queroseno, le pregunta al padre que por qué hay ese olor tan fuerte, el padre le comenta que trató de ponerle un cilindro al automóvil para hacerlo más rápido, ya que él sabe de su afición por las carreras abiertas de automóviles en el autódromo.
Rot entendió la explicación, pero no le importó más los argumentos. Algunas partes de la cochera tenían olores a químicos, realmente era un lugar en el que nadie podía estar, sin contar el taller con las herramientas y los tornos, todo estaba impecable, pero con escasa ventilación como para trabajar horas en el lugar.
Esther Lanús había fallecido en la cochera, los indicios descifraban que había sido un suicidio. Esther llevaba muchos años sufriendo depresión, tomaba medicamentos y pasaba el día durmiendo, hacía mucho que puso la renuncia en el trabajo a pesar de haber laborado durante años en una clínica dental donde era asistente.
Recién retirada su depresión aumentó, los medicamentos le provocaban cierta estabilidad, era casi un muerto viviente, todo lo hacía por inercia, pero la molestia que le provocaba su vida, su casa, su familia la asfixiaba en las noches, después de abandonar el lecho y dormir en otra habitación.
Ella no hablaba con nadie, y cruzaba muy pocas palabras con Rot, quien la asistía, pero no quería saber nada de lo que ella estaba viviendo con su enfermedad mental. De vez en cuando ella le contaba cuando él nació, de la felicidad que le provocó tenerlo, darle de mamar, verlo crecer, pero él simplemente la ignoraba.
Ese jueves Esther quedó siempre sola en la casa, decía que escuchaba voces, pero el psiquiatra le aumentaba la dosis, ella le decía que escuchaba sonidos en el taller, en la cochera, en la terraza, y así sucesivamente aumentaban los medicamentos. El psiquiatra sospechaba que podía desarrollar alguna esquizofrenia y le había enviado otros tratamientos. Tomaba catorce píldoras diarias para estabilizarla y hacerla un poco funcional.
El padre llegó en la tarde, el hijo se había ido en un viaje escolar. Ella le comentó al esposo frío y desentendido que cada vez se sentía peor, que había visto salir a un hombre por la puerta del patio en la noche anterior, y después escuchó el sonido de un automóvil que se iba lentamente por la calle.
El hombre no emitió comentario alguno, cenaba con tal parsimonia que ignoraba todos los comentarios de la mujer. Hasta que ella le dijo que el tipo que había salido tenía los mismos rasgos de él, y que porque no le decía que estaba haciendo a esas horas de la noche en el taller y si salía en la madrugada.
El esposo le devolvió la mirada, tiró la cuchara en el plato derramando sopa sobre el mantel, e hizo un gesto que le provocó miedo a Esther.
― ¿Me estás diciendo que ese hombre soy yo, y que esa alucinación que tienes es porque yo ando de madrugada? ―. Cada vez estás peor Esther, no sé qué es lo que te pasa.
—Ese hombre era igual, andaba la misma ropa, tenía todo el aspecto que tienes. No puede ser una alucinación porque observé las huellas del automóvil en la calle, cuando bajé al día siguiente.
―Esther voy hablar otra vez con el psiquiatra, me estás cansando. Es el colmo que me quieras hacer partícipe de tus alucinaciones.
― ¡Es cierto! Lo voy a probar, yo sé que sales tarde en la noche y llegas en las madrugadas.
―No es verdad, y ya te voy a dar el medicamento.
La discusión siguió hasta la diez, cuando Esther quedó dormida frente a la pantalla. Había enviado varios mensajes a Rot por el WhatsApp, pero este solo le envío una carita feliz. Le escribió a su cuñada diciéndole que no estaba bien y que quería irse de vacaciones. Laura le envío un audio donde le decía que visitaran unos hoteles en la costa oeste, y que ojalá fuera pronto, así se irían de vacaciones y volvería antes del otoño.
Eran las 22:16 minutos, se escuchó un portazo en la entrada principal, llamó por el intercomunicador y Carlos le dijo que era él, y además si quería algo de comer u otra cosa. Le pidió que le trajera unos bocadillos de pollo que estaban en el refrigerador y una copa de Sidra sin licor. En la bandeja metálica puso todo y subió, avisándole que por favor abriera la puerta, se acostara en la cama para poner la mesita y la comida.
Carlos preguntó si Rot había llamado, ella le dijo que como él no hablaba mucho, solo lo indispensable, si seguía así iban a terminar enviándose correspondencia en la misma casa. El hombre le comentó que era natural que tuviera esa conducta, él era igual de taciturno y ensimismado, el abuelo y bisabuelo siempre habían tenido ese mismo comportamiento.
Esther levantó la voz diciendo que era una conducta desquiciante, y que en muchas ocasiones se sentía harta, al igual que su frialdad, su poco sexo en la cama, su poco deseo, su forma fría de quererla. Dussel le devolvió la pregunta.
―¿Por qué se te hace difícil entendernos?
―No es cierto, los entiendo demasiado, tanto que me provoca una espantosa soledad, parece que vivo sola.
―Siempre con tus cosas Esther, estás enloqueciendo.
Se levantó y cerró la puerta. Esther le preguntó si iba a volver a ver tv con ella, él le dijo que volvía más tarde, y ella le empezó a gritar preguntando a donde iría. Él simplemente le comentó que tal vez volvería más rápido si seguía gritando como demente.
―No me provoques Esther, siempre te vas al límite ―le advirtió con enojo―.
El despertador sonó a las seis de la mañana, algo evitó que sonara una hora antes, seguro se había ido el fluido eléctrico, o se había desconectado del enchufe. No tuvo tiempo de bañarse, escogió lo primero que pudo del closet, se puso sus zapatos de cuero que le trajo Laura, y se fue enseguida. Abrió la puerta y se despidió de Esther dándole un beso en la frente, mientras ella estaba dormida.
Son las dos de la tarde, Rot se baja del bus y camina entrando por la acera de frente a la casa. La tranquilidad se refleja por las ventanas, la luz del sol es tenue, no hace tanto calor para estar empezando el verano. Dusty sale enseguida y pone las patas sobre las piernas del chico, pasando su lengua por la mano.
Entra y llama a la madre, nadie contesta, cree que ella salió. Puede que esté en algún lugar del pueblo haciendo alguna compra, en el grupo de terapia o con el psiquiatra. Nadie contesta, y tampoco timbra el teléfono. Entra una llamada del padre solicitando que le comunique con Esther, pero Rot le comenta que no está. Claro que está le dijo el padre, ―búscala―, debe de estar en el jardín, el patio, la terraza o en el taller pintando sus cuadros raros.
De mala gana se asoma y todo está como siempre, excepto la cochera que está cerrada, todo se encuentra totalmente ordenado, cuando forzó la puerta de la cocina que lleva al taller y la entrada de esta, la mujer estaba en su carro dormida con la boca muy abierta.
La señora Obaldía llamó al 911 y los vecinos del frente llegaron a consolar a Rot. Llegó la ambulancia, llegó con rapidez Carlos Dussel el padre, y se dio el parte médico que Esther Lanús se había suicidado con el gas del automóvil.
Carlos cerró los ojos y volvió a ver el automóvil, se quedó con la mirada fija viendo las ventanas del segundo piso, varios lo abrazaron y se retiró enseguida. Rot no podía hablar, aunque solo les dijo que Esther estaba muy enferma, que se le había diagnosticado Esquizofrenia, pero que nunca se habría imaginado que terminaría así.
Todos sabían que ella era una mujer con problemas mentales, que tomaba tratamiento, y como pasa con la vida y la muerte, todo sigue. Es una situación natural e inevitable ―dijeron los familiares―, otros creen que no morirán, y en el peor de los casos, no quieren fallecer nunca, como si fuéramos eternos.
Carlos Dussel siguió saliendo de madrugada, estacionando en el frente de la casa. Rot siguió en el colegio católico, hasta el día que Dusty apareció muerto. Al padre lo llamaron del colegio para preguntar que había hecho Rot el sábado por la tarde después del camping con los compañeros Mateo Andrade y Alfredo Morán, después de asar malvaviscos en la colina de Cerro Verde.
Nadie sabía el paradero de Alfredo Morán, salió ese jueves al mediodía para ir al camping, y tendría que regresar el sábado por la tarde, ya era una semana que estaba desaparecido. En las declaraciones que hizo Rot ante el director, dijo que Alfredo había tenido un altercado con el hermano mayor y que no quería regresar a casa porque sentía que lo iba a matar.
La policía apresó al hermano y lo sometieron a interrogatorios, Alfredo nunca más volvió aparecer. La madre se empezó a enfermar y el padre padecía de depresión.
El caso se cerró a los dos años, y en el colegio hacían siempre una misa cada año en que se recordaba su desaparición, al principio invitaban a los padres, hasta que la madre falleció de manera repentina; la conmemoración solo quedó para los estudiantes y docentes.
Muchos sucesos surgieron después con la familia Dussel, en la hacienda agrícola de los padres, Franco Dussel el abuelo, quien era el dueño, había hecho de aquel lugar un negocio que prosperó con los años. Solo dos de sus hijos quedaron al mando de la empresa cuando este falleció, los demás se fueron a vivir a la capital.
Recientemente había salido en la prensa, qué en la Hacienda Dussel, se había hallado el cuerpo de una mujer que tenía más de veinticinco años de desaparecida, al parecer era una prima segunda de la familia, que tenía relación estrecha con todos los hermanos, pero nunca se logró saber su paradero después de desaparecida.
La osamenta tenía signos muy particulares que indicaban su muerte, las quijadas muy abiertas, como si le hubieran introducido un objeto o algo similar que le provocara asfixia y por ello falleció en el acto.
Nerissa Chaverri Rojas (Ángela Yeró): Nació en la ciudad de San José de Costa Rica, un 23 de febrero de 1978. Reside en la ciudad de Alajuela. A partir de 1983 donde termina sus estudios primarios. Vuelve a vivir en la capital donde concluye sus estudios de secundaria e inicia sus estudios a nivel universitario.
Se egresó como socióloga y salubrista ocupacional en el año 2005. Se dedica a la investigación social, y a proyectos culturales independientes.
A partir del 2006 empezó a escribir de forma profesional, dedicándose a elaborar un estilo narrativo propio, contemporáneo, también, realizando investigación histórica con el afán de escribir novelas con este tipo de contenido.
Con el paso de los años explora otros aspectos del quehacer literario dedicándose a escribir poesía con un estilo intimista. Ha publicado varios cuentos y poemas en revistas literarias de su país. En agosto del 2019 recibió un galardón por su cuento Miss Waldo, en el Municipio de Matanzas, Cuba.
CURADURÍA: Óscar Leonardo Cruz.