SHERZOD ARTIKOV  | AJKÖ KI No 2

SHERZOD ARTIKOV | AJKÖ KI No 2

 

 

 

Una laptop negra[1]

 

Hace dos días, hablé claramente con el médico del hospital que me estaba tratando. Sacudió la cabeza con tristeza y me mostró una foto de mi estómago revuelto (Maldita sea, cáncer). No había esperanza. Según el médico, me quedan dos meses de vida. Puedo vivir un mes más por la gracia de Dios.

Nunca pensé que me rendiría tan pronto. De ninguna manera. No se puede eludir el destino de nadie. Cuando tenía veintiséis años, estaba escrito en mi fortuna dejar este mundo brillante; por supuesto, esto sucedería. Qué puedo hacer...

Ayer volví a casa del hospital. ¿Por qué tengo que pagar allí si no deseo recuperarme? No importa si espero mi muerte en casa o en el hospital… En cualquier caso, el de casa es menos caro. Además, cuando me encuentro con miradas miserables de mis seres queridos en casa en cada paso, me da alivio. Después de todo, ¿quién no se alivia cuando uno ve que la muerte de uno está lastimando a otros, verdad? A todos se les da la suposición de que fui una persona ejemplar y buena cuando sintieron una actitud tan cálida hacia mí. Incluso los malos y los malvados también. Llegué a casa pensando en ellos.

Ayer mis padres pasaron el tiempo sentados a mi lado desde el amanecer hasta el anochecer. Ir a ninguna parte y ahogarse en el dolor. Finalmente fueron a trabajar hoy. Me gustó estar mucho mejor y los despedí por mi cuenta. Mi madre, al darse cuenta de mi mentira, quiso quedarse en casa y tomarse unas vacaciones de su trabajo, pero yo no estaba de acuerdo. Se fue a trabajar llorando. Pero debe regresar por la tarde, porque su corazón está conmigo.

La condición en casa no es mala. Estoy acostado en una cama de hierro chirriante en mi habitación. Al lado de la ventana. Mirando el paisaje lúgubre y sombrío del otoño afuera, conté cuántas veces las gotas de lluvia que caían durante el día golpeaban mi ventana. En el alféizar de la ventana hay medicamentos que no valen un centavo, té verde en la tetera, que se enfría de inmediato, así como una computadora portátil negra. Varias veces le he dicho a mi madre que arroje la medicina a la basura en el patio. Ella no me aprobó. Tomé medicamentos cuando el dolor empeoró. Trajo nuevos de la farmacia y llenó sus filas.

Le pedí deliberadamente que dejara la computadora portátil en el estante. Ha estado ahí desde entonces. Tengo miedo de que alguien lo abra, explore el interior y presione el botón de manera tan inexacta que pueda salir del programa. Eso es lo que me preocupa. Así que lo he estado vigilando desde entonces. Le puse una toalla gris para mantenerme fuera de la vista.

- Vamos a meterlo en el armario -dice mi madre cada vez que entra a mi habitación.

- Déjalo ahí, -digo bajo protesta.

- No lo estás usando, quedémonos en mi habitación -dice mi padre tomándolo en la mano y sosteniéndolo aquí y allá.

- Déjalo ahí, - digo como le dije a mi madre.

Por lo tanto, no me he quitado la computadora portátil desde que regresé al hospital. No es nuevo, está casi espiritualmente desactualizado y el software que contiene es inútil en comparación con las plantillas actuales. Pero no quiero romper con eso. ¿Puedo decirte por qué? Porque en él se esconden mis veintiséis años de vida. Así es. Mis veintiséis años de vida. Los libros, manuscritos, cartas y fotografías que he recopilado durante esta vida están incrustados en él.

A veces me acuesto mirando el armario y la estantería de la habitación. El armario está vacío. Si alguien echa un vistazo al interior después de mi muerte, no podrá encontrar ninguna imagen o letra escrita en él. No existen tales cosas. Hay fotos tomadas con familiares o amigos, imágenes de mis logros y todas mis fotos están en esta computadora portátil. Del mismo modo, no hay carta escrita en papel y colocada en un sobre, sellada y enviada por nadie. Todo está escrito electrónicamente, dentro del portátil.

Solo hay diez libros en la estantería. Puedo decirte con los ojos cerrados que libros son. No hay otro libro. El armario está completamente vacío. Cuando ya no esté vivo, probablemente lo convertirán en un armario donde se puedan recoger ollas y sartenes. Si no hay un libro para poner en él, entonces qué pasará si se convierte en un aparador, ¿verdad? Todos los libros que necesito, que me fascinaron, que me impresionaron, que ensanchan mi horizonte y cosmovisión que me hicieron llorar cuando lo necesitaba. no están ahí, están dentro de la computadora portátil.

La parte superior de mi escritorio frente al armario también está vacía. Cuando lo pienso, no hay manuscritos ni anotaciones en el diario. Ahora estoy mirando allí. No hay cuadernos visibles. El manuscrito y la copia original de mi disertación, mis monografías y artículos, e incluso los diarios que escribí sobre mi vida están en esta computadora portátil.

Así que toda mi vida ha estado en esta computadora portátil. ¡Mi vida entera! Ahora alguien entiende por qué coloco la computadora portátil a mi lado. De hecho, es un negro, un dispositivo de diferentes botones engloba mi vida. Si lo tiro por la ventana o si alguien rompe y formatea el programa, perderé toda mi vida con él y no quedará rastro de mí.

Estaba realmente harto de acostarme y quería levantarme. Ponerse de pie fue un poco más fácil esta vez. Ni siquiera pude ir al baño ayer. Cuando me levanté de la cama, observé la estantería y el tablero de la mesa. Luego salí de la habitación y por alguna razón di un paso hacia la habitación de mi padre al final del pasillo.

Su habitación era la misma que la mía. Me refiero a su tamaño. Además, los inventarios también. Esta habitación tiene un armario, una estantería y un escritorio de nogal como el mío, pero la diferencia es que la estantería de aquí está llena de libros y el escritorio está lleno de cuadernos y manuscritos.

Mientras me acercaba a la estantería, ardía el deseo de tomar uno de los libros detrás de su puerta de vidrio. El libro que me llevé fue "Anna Karenina" de Tolstoi. (Tengo una versión electrónica de este trabajo en mi biblioteca en mi computadora portátil). Cuando abrí el libro, el olor agradable me golpeó. Mi padre siempre decía que el olor de los libros era agradable. Mientras olía el libro, estaba firmemente convencido. Creo que todos los libros en el estante tienen ese tipo de olor. ¿Qué pasa con la biblioteca electrónica en mi computadora portátil? Cuando lo pensé, me dolía un poco el estómago.

Estar de pie frente a una estantería pronto me dejó exhausto. Como es una cuestión de vida o muerte, los huesos se volvieron quebradizos rápidamente, se cansaron y me faltaba el aliento. Después de sentarme en la silla frente al escritorio, contuve el aliento y recuperé la inconsciencia.

Me atrajeron los cuadernos de mi padre en su escritorio y sus manuscritos en papel blanco A4 apilados en una carpeta. Primero hojeé los manuscritos. Estas fueron las caligrafías de la historia de la tesis doctoral, que defendió mi padre hace unos años, y sus borradores. Entre ellos se encontraban trabajos que contenían su monografía sobre teatro y las primeras versiones de sus artículos. Junto a los manuscritos había un grueso cuaderno. Era su diario. El diario cubierto con período desde mil novecientos noventa hasta la actualidad, a la que mi padre fue constantemente escribiendo diversas notas, recuerdos y pensamientos personales.

Cuando abrí el cajón del escritorio, un paquete de sobres y un álbum de portada brillante me llamaron la atención. Los sobres contenían cartas enviadas a mi padre en diferentes años. Eran de sus amigos, colegas, parientes. Algunos estaban escritos con tinta, otros con bolígrafo. El álbum abarcaba desde fotos de mi padre desde la infancia, la adolescencia, los años de estudiante, la juventud hasta las fotos de nuestra familia. La mayoría de ellos estaban pegados al álbum, la parte no pegada se hizo en una pila y se pegó entre ella. En la parte posterior de las fotos no pegadas, se muestra el lugar y las fechas de la foto.

Estaba de mal humor desde la habitación de mi padre. Cuando entré a mi habitación, mi estómago comenzó a arder con fuerza. Después de tomar el analgésico con el ceño fruncido, me recosté y me acosté. Mientras estaba en la cama,la habitación de mi padre, sus libros, manuscritos, cartas e imágenes formaban círculos frente a mis ojos. Mientras pensaba en ellos, la vida que cayó en la computadora portátil empeoró aún más mi estado de ánimo y me hundí en una profunda depresión en contra de mi voluntad.

En un momento me sentí en un sueño ligero. Tuve un sueño. En mi sueño, estoy acostado en la misma cama, en la misma habitación que la mía. También hay un escritorio con una estantería casi vacía y una computadora portátil negra en el alféizar de la ventana. De repente, la computadora portátil negra en el estante se elevó en el aire. Voló hacia la pared frente a mí y de repente se hizo más y más grande. Su diámetro era grande y ocupaba por completo la pared frente a mí. Entonces su pantalla se iluminó. Al principio, apareció una escena familiar en la pantalla grande. De repente, apareció el cráneo de un hombre y se dirigió a mí con una voz fea y chillona: "Hola, Nodir". Luego soltó una risita. Esto duró unos minutos. Me quedé un poco callado cuando desapareció de la pantalla. Pero en cambio, un desconocido La mano, que ahora recuerda al esbelto hueso de la mano de un hombre, apareció en la pantalla y comenzó a rasgar con fuerza las carpetas en el borde de la pantalla, irritándome. Luego mi corazón latía con curiosidad. Mis libros, manuscritos, cartas, diarios y fotos se colocaron en esas carpetas. Una mano desconocida abrió la primera carpeta. Era mi biblioteca electrónica. Había reunido todos los libros que necesitaba en ella. El ruido se hacía cada vez más fuerte y mis manos temblaban de nerviosismo. Mientras miraba el archivo, una mano desconocida empezó a borrar los libros uno por uno. “Anna Karenina”, “Martin Iden”, “Padre Horio”, “EugeniyOnegin”… Al ver esto, inmediatamente me confundí y no pude decir nada. Traté de hablar y decir algo pero mi voz no salió.

Después de los libros, una mano desconocida rompió el archivo que contenía mi letra en cuestión de minutos. Borró mis artículos y ensayos sobre el arte del cine, que había escrito con gran dificultad, sin quedarme dormido por la noche, presionando el botón borrable con su dedo índice. Mi carpeta de manuscritos pronto se convirtió en un archivo inútil.

La mano desconocida no sabía qué era la fatiga. Pronto llegó el turno a mi correo electrónico. Incluso sin abrir, agregó el archivo donde se almacenaron mis cartas a lo largo de los años a mi correo electrónico, y las borró por completo. Las cartas preciosas y valiosas enviadas por mis familiares, amigos y familiares a lo largo de los años han perdido su existencia en cuestión de minutos.

En ese momento, estaba listo para levantarme y aplaudir con la mano a la mano desconocida en la pantalla, pero no importa cuán enojado estaba, no podía moverme como si alguien me hubiera atado de manos y pies. Mi voz seguía sin salir, no importaba cuánto gritara pidiendo ayuda, nadie entraba a mi habitación. Me sonrojé de rabia cuando una mano desconocida abrió el interior de un archivo que decía "Diario". Mi boca empezó a escupir a mí alrededor. Hizo cosquillas en la carpeta. Pero no desfiguró de repente mi diario, que era tan querido para mí. Al contrario, como para divertirse, borró uno de aquí y otro de allá. Borró primero la sección de mis años de estudiante, luego la parte que reflejaba mi infancia. De igual forma, el resto del diario fue borrado de la memoria de la computadora portátil tan aleatoriamente como si estuviera tocando las teclas del piano.

Cuando llegó al archivo donde se habían recopilado mis fotos, ya no sentía nada e incapaz de comprender el brutal proceso que estaba teniendo lugar. Ya no escupo de rabia. Estaba mirando la pantalla de la computadora portátil gigante cubierta de niebla blanca.

Una a una, mis fotos también comenzaron a borrarse de la memoria de la computadora portátil. La foto de mi infancia de ser mordido por una barra de pan caliente del "tandir" fue la primera en ser desfigurada. Luego, mi foto en la escuela con una pelota de fútbol acumulando polvo en todo mi cuerpo. En esta secuencia, las dos imágenes de los días dorados de mi época de estudiante y mi juventud, así como mis fotos de cumpleaños o fiestas de Año Nuevo celebradas en nuestra familia, fueron borradas por una mano desconocida.

Cada vez que se borraba algo, el cráneo del hombre aparecía en la pantalla del portátil y en ocasiones aullaba como un lobo y deliberadamente se burlaba de mí, señalando los archivos que se están borrando y decía: “¿Cómo está? ¿Está bien?"

Cuando los archivos de la pantalla quedaron completamente vacíos, ahora mostraba mi imagen. No sabía de dónde venía esta imagen. No tenía esa imagen en los archivos. Aproximadamente la imagen era nueva. Esta foto fue tomada cuando estaba desesperado en el hospital y el médico me dijo que podía morir pronto. ¿Alguien me tomó una foto desde el refugio entonces?

Un poco más tarde, el año de mi nacimiento y mi posible muerte estaban escritos al pie de la foto: 1993-2019. Entonces yo no era diferente del muerto. Cuando no pude aceptar este trueque, la calavera reapareció en la pantalla del portátil y me dijo en voz alta: “Eres el primer representante de la generación del siglo XXI que no dejará rastro de ti mismo” y repitió la frase varias veces. Sin darme cuenta. Lo que significaba esta frase, su risa incómoda y desagradable resonó en la computadora portátil al otro lado de la habitación. Comenzó a reír más y más…

Cuando desperté, mi madre estaba sentada a mi lado. La miré, sudando profusamente y respirando con dificultad. Mantuvo sus ojos en mí con una mirada preocupada, como si no supiera qué hacer con su enfado.

-¿Qué te pasó? - dijo poco después de entregarme una taza de té helado.

Tomé la taza en mi mano y bebí el té con dificultad.

-Cuando dije que me quedaría por la mañana, me mandaste a trabajar -continuó ella con ojos llorosos- Sabía que pasaría.

-Laptop, -dije mientras miraba a mi alrededor sin prestarle atención. - ¡Un portátil negro!

Sacó el portátil del estante con una mano.

-¿Puedo llevarlo a otro lado?

Rápidamente le arrebaté el portátil de la mano y encendí la pantalla sin detenerme. Cuando encendí la pantalla con los ojos bien abiertos y la palma de mi corazón, revisé los archivos allí. Las carpetas eran perfectas y las cosas que contenían estaban en su lugar. Me sentí mejor después de saberlo. Cuando me calmé un poco, apagué con cuidado la computadora portátil y la volví a colocar en su lugar en el estante.

-Déjalo ahí, - le dije mirando a mi madre.

Cuando vio que mi condición mejoraba, dio un paso pesado y salió de la habitación, diciendo que cocinaría "mastava" para el almuerzo. Cuando se fue, me estiré en mi cama y me acosté. Mientras miraba la pared blanca frente a mí, pensé en mi sueño, el cráneo del hombre que me había puesto nervioso, la mano desconocida que había borrado “mi vida” en los archivos de la pantalla de mi portátil.

No importa cuánto quisiera borrar este sueño sin sentido de mi memoria y hacer todo lo posible por no recordarlo más, todavía no era olvidable. Especialmente la calavera y las palabras que decía con risas imparables nunca salieron de mis oídos: “Eres el primer representante de la generación del siglo XXI que no dejará rastro de ti mismo”.

Mientras recordaba sus palabras, miré el lugar donde estaba la computadora portátil, acostada en la cama y de repente me eché a reír.

 

DEFINICIONES

Tandir: un lugar caliente como un horno donde las mujeres hornean panes, debes hacer un fuego para usarlo.

Mastava: una comida tradicional de nacionalidad uzbeka, hecha con arroz y agua, diferentes especies.

 


 

El día de primavera[2]

 

La rabieta de mi hijo era insoportable. Todo intento por calmarlo era en vano y lo que había empezado como un pequeño gimoteo ahora era un llanto insoportable junto con pedazos de pan que volaban por toda la mesa. Y todo porque no quería el pan frío que le estaba dando.

-¡Saca a este mocoso de mi vista!-la voz sonó como un trueno. Era mi padre que nos había estado viendo en silencio. Su reacción me dejó paralizada y por un momento me pregunté si en realidad él había gritado.

Aún en shock hizo algo que me dejó todavía más sorprendida. Sin prestar atención en mí o el niño, comenzó a recolectar los pedazos de pan que estaban por toda la mesa e hizo una pila para luego besarla y después hacerles una reverencia. Parecía pedirle perdón a un dios dentro del pan.

-¡Toma a tu hijo y llévatelo de aquí, ahora!-su voz volvía a tronar por el comedor mientras recogía las migajas de pan que aún quedaban esparcidas por la mesa.

El pequeño, que nunca había visto a su abuelo así, lloró desconsoladamente. Ese hombre que nos gritaba era alguien totalmente distinto a ese padre y abuelo discreto y cortes que conocíamos.

La situación me era insoportable así que tomé a mi hijo y salimos de la habitación, no sin antes decirle -Papa, él es solo un niño…¡Piensa! fue una travesura. Esas cosas suceden…-

Aquel extraño hombre solo guardaba silencio, mientras se comía hasta la última migaja. Viendo su pasividad, me fui a la habitación muy molesta. Adentro solo atiné aabrazar la almohada y llorar amargamente.

Me quedé ahí sin atender a los llamados de mamá, mi hermano y hasta mi cuñada para ir a almorzar. No importó cuanto rogaron, yo no quería salir. Abrazaba a mi hijo sin decir palabra alguna mientras miraba por la ventana intentando también calmarlo.

Cuando mi hijo se quedó dormido, mi padre apareció en la habitación. Sostenía un plato de comida en una mano y en la otra un pedazo de pastel.

-Hija, tienen que comer sino arruinarán su estómago-mientras lo decía, sacó un pañuelo que puso en el suelo y sobre él dejó los platos -Además él podría desarrollar una úlcera y tú sabes que no hay peor enfermedad que esa. Puede ser muy dolorosa-

Por un momento mi padre posó su mirada cansada en mí, tomó un profundo respiro y se sentó en una silla en la esquina de la habitación. Lo observé con detenimiento. Las arrugas de su rostro parecían más profundas y sus fuertes manos, rodeadas de gruesas venas, temblaban. A pesar de todo, encontraba a mi papá más hermoso que de costumbre.

-Es domingo-dijo tristemente mirando a través de la ventana- ¡Es un domingo de primavera! Y con ella llegan los días cálidos y las flores despiertan. La madre naturaleza se luce en toda su grandeza y su delicioso olor llenará cada célula de nuestro ser…-

Se levantó a cerrar una de las ventanas del cuarto mientras abría otra. Yo seguía sentada y silenciosa, quería demostrarle que aún estaba resentida. Como para distraer mis sentimientos, acariciaba el alborotado pelo de mi hijo, que estaba profundamente dormido. Decidí mirarlo a los ojos y escucharlo.

-Durante la Guerra, la primavera era exactamente igual a esta…Ella nos ayudó a escapar de la realidad y sobrevivir. El horror de esos días se hacía menos terrible- mi padre movía mecánicamente las manos mientras hablaba-Durante esos días recordaba algunos momentos de felicidad. Recordaba a mis padres y mi hermana que solo vivió hasta los cuatro años. Podía verlos claramente, la cara amable de mi padre y la de mi amada madre trabajando el campo con su hermosa guadaña…

Pero la lluvia de balas y proyectiles, el sonido de los tanques y el agudo zumbido de los aviones, volando alrededor, me regresaban a la realidad. En esos momentos, me entraban unas ganas de salir de la trinchera y gritar a viva voz-¿Por qué derramamos sangre? ¿Por qué está pasando esto?-

Era un nudo en la garganta que me ahogaba todo el tiempo tratando de escapar como un grito desesperado. Pero al mismo tiempo, tenía que guardarme aquellas preguntas y pensamientos que me atormentaban. El hecho de disparar a un completo extraño era algo doloroso y atormentador.

Por momentos esos muchachos alemanes-Karl, Sebastián y Paul-aparecen frente a mis ojos ¿Por qué teníamos que matarnos unos a otros? Antes de la guerra vivía pacíficamente en Margilanlo mismo que ellos en Munich o Dresden. No dejo de pensar en ellos…-

En medio de su relato, recordé que papá nos tuvo cuando era un hombre ya mayor. Cuando nací, él tenía más de cincuenta y desde ese momento, mi hermano y yo fuimos la razón de su vida. Él nos dijo, alguna vez, que cuando nacimos tembló de la emoción.

Mis recuerdos de primavera eran de aquellas cálidas tardes, después del trabajo, cuando papá solía pasearnos en su bicicleta por los alrededores de la ciudad. Terminábamos sentados frente a la fuente de la ciudad y disfrutando nuestro helado favorito de chocolate.

 En esos momentos, papá nos contaba historias tan interesantes sobre su vida, pero en ningún momento nos decía algo sobre la guerra. Cuando mi hermano y yo queríamos escuchar algo sobre sus hazañas militares, él cambiaba inmediatamente el tema. Y ahora el se estaba abriendo ante mí…

-Fue en Ucrania, no lejos de Lviv, donde nuestra compañía fue capturada. Casi de inmediato, fuimos embarcados en un tren rumbo a Polonia. La incertidumbre nos acompañó durante el viaje.

El tren nos dejó a las afueras de Cracovia, pero el destino final era el campo de concentración de Auschwitz; el lugar más terrible del planeta. Para los alemanes era un simple nombre, para los lugareños era “el campo de la muerte”.

Auschwitz estaba formado por tres secciones y así como a este lo habían dividido en grupos, lo mismo hacían con todos los prisioneros que, días tras día, llegaban al campo.

Se formaban cuatro grupos entre los recién llegados. El primero lo conformaban todos aquellos que no eran aptos para el trabajo. Ahí estaban los enfermos, ancianos, discapacitados, los que se veían débiles, obesos, niños y todo aquel que ellos veían no apto. Su destino inmediato era la cámara de gas y sus cuerpos terminaban en los crematorios.

En el segundo grupo, estaban aquellos prisioneros que se veían sanos y fuertes. Estos serían usados como mano de obra para labores pesadas en los complejos industriales que estaban alrededor del campo.

El tercer grupo lo formaban los gemelos, enanos, discapacitados y cualquiera que tuviera una malformación física. Ellos serían usados para diferentes experimentos médicos por los doctores de Tercer Reich.

El cuarto y último grupo, lo conformaban, en su mayoría, mujeres guapas, las que eran seleccionadas como personal de servicio para los alemanes. Ellas atenderían en las lavanderías o cantinas del campo.

Yo fui seleccionado en el segundo grupo y por lo tanto me enviaron a trabajar a una fábrica que estaba a media hora del campo. Allí se producían piezas de repuesto para los tanques, así que el trabajo era extremadamente duro y peligroso. Además, el lugar estaba tan mal ventilado que para el mediodía teníamos a varios de los prisioneros inconscientes. A eso había que agregar los insultos y latigazos que recibíamos de los guardias tal cual si fuéramos esclavos. Para empeorar la situación, nos alimentaban con una sopa de cáscara de papa y un pedazo de pan negro y duro.

Al anochecer, cuando terminaba la jornada, teníamos que caminar de regreso a las barracas. Durante el camino, era tanta la fatiga que muchos prisioneros caían exhaustos al suelo. Si estos no se levantaban, cuando lo ordenaban los guardias, simplemente les disparaban. Aún recuerdo como uno de ellos, reuniendo todas sus fuerzas y coraje posibles, llegó hasta el campo de concentración, pero al tener que subir al segundo de piso de las barracas perdió el conocimiento. No se volvió a levantar. En el campo, la vida y la muerte iban de la mano.

Trabajábamos todos los días, incluidos los domingos, pero cuando una máquina fallaba y debía ser reparada, éramos forzados a tomar “el día libre”. Los “días libres” consistían en ser llevados a una gran plaza, a cielo abierto y rodeada de alambres, en dónde debíamos pasar todo el día parados ya sea bajo el granizo y la lluvia del invierno o bajo el calor abrazador del verano.

Cerca de nuestras barracas había cuatro cámaras de gas y varios crematorios. Los fines de semana, solíamos ver los cuerpos de los prisioneros muertos entrar en los hornos. Entre ellos había gente muy joven. Mientras tratábamos de digerir la situación, un olor horrible se metía por nuestras narices. Eran las chimeneas trabajando. Junto con ese olor, las cenizas de los muertos se iban juntando alrededor de los crematorios hasta formar un cúmulo. Era la montaña de los muertos.

Los prisioneros que trabajaban en los crematorios llevaban, unos tras otros, los cuerpos de los que habían muerto sin descanso. Era muy doloroso reconocer que entre los cuerpos había personas que hasta hace unos momentos estuvieron vivos y ahora, de un momento a otro, estaban listos para ser cremados.

Una vez, si no me equivoco fue en Abril del 44, nos llevaron nuevamente a la plaza. Exhaustos por el hambre y las difíciles condiciones, nos movíamosa duras penas hacia la plaza. Caminábamos más como muertos que como vivos.

Recuerdo que ese día todos estábamos asustados porque era Pascua y sabíamos que los alemanes, durante los días festivos, solían divertirsea costa de nosotros y lo hacían de las formas más retorcidas.

 

Solíanorganizabar competiciones. Una de ellas era una carrera en la que participaban cuatro personas. El ganador, sobrevivía y los otros tres esperaban la muerte en un paredón. En otra ocasión la competencia era decanto. Ordenaban a varios de nosotros pararse en formación a lo largo de una cerca de alambre. Uno haría de solista y el resto de coros. Nos obligaban a cantar canciones Nazis y si nos negábamos o lo hacíamos mal, según su criterio, terminábamosen el paredón. Pero la peorera cuando nos obligaban a correr de un lado para el otro, con el brazo derecho en alto, gritando “Heil Hitler”. El primero que se cansaba, moría.

 

Estos y otros “juegos” solían ser usados para llevar a más prisioneros, y sobre todo judíos, a las cámaras de gas. La “ceremonia de despedida” era macabra. Los sobrevivientes debíamos hacer el saludo nazi ante los condenados que iban camino a la cámara de gas. Si alguien no lo hacía de la manera apropiada, se unía a la fila de la muerte.

Pero ese día de Pascua era diferente, los guardias se veían más serios. No había ese ánimo de fiesta, y sus rostros reflejaban preocupación y ansiedad. Eso nos hizo sospechar que algo muy importante iba a suceder, pero cuando vimos a los hombres de la SS, con sus rifles automáticos en la mano, cuadrarse frente a la alambrada no nos quedó duda; un alto oficial vendría al campo. Y efectivamente, a lo lejos pudimos divisarla llegada de un gran carro negro el cual se acercaba cada vez más rápido al campo. El comandante del campo y sus asistentes, al ver al carro a pocos metros, salieron corriendo de sus puestos y se fueron a formar en la línea junto con los guardias y los hombres de la SS.

Finalmente, teníamos el carro ante nosotros. La lluvia no había parado en toda la noche, por lo que el suelo estaba cubierto de barro y arcilla y el carro se había ensuciado con ellos.

-¡Heil Hitler!-El comandante del campo y sus soldados saludaron a una sola voz al invitado.

El oficial saludo a todos y comenzó a mirar a su alrededor. Se le veía cansado y molesto al ver la montaña de cenizas cerca del crematorio. También mostraba desprecio al ver nuestras barracas. Luego, se aproximó hacia las alambradas y comenzó a inspeccionarnos.

Él era un hombre fornido, de hombros anchos y de entre cuarenta y cinco y cincuenta años. De forma accidental su mirada se posó en mí y por algún motivo, le llamé la atención. Con un gesto me llamó hacia él e inmediatamente un intérprete se acercó.

 

-¿Eres judío?- el oficial preguntó mirándome de pies a cabeza. El joven interprete traducía sus pregunta.

-No, soy uzbeko…- respondí sin levantar la cabeza.

-¿Ves aquel carro?-el apuntó al auto en el cual había venido.

-Sí, lo he visto…-

-En media hora ese carro tiene que estar limpio. El tiempo ya está corriendo…-

Al principio no pude entender las instrucciones, solo después de una segunda explicación lo entendí. Moví la cabeza en señal de aceptación. El conductor del carro y un soldado de la SS trajo un balde con agua, un trapo y me puse a trabajar.

Por primera vez en mi vida, estaba al frente de un portento de la tecnología como aquel. Lo tenía ante mis propios ojos y además podía tocarlo con mis manos. Antes solo había visto algo así en fotos.

Recordé que mi padre tenía una posada en el distrito donde vivíamos. Ahí habían llegado oficiales rusos en sus autos Kokand Arba y Phaetos, pero ahora frente a este carro hermoso, negro, brillante con un asiento suave y con muchos dispositivos, todo lo visto antes era absolutamente nada. En el capó del carro estaba escrito “Mercedes”. A pesar de mis pocas fuerzas, limpié el carro con mucho gusto.

Terminado mi trabajo retorné con los demás prisioneros. Me senté en el suelo, me apoyé en una de las cercas y tomé un respiro, estaba exhausto. Mientras tanto el oficial, acompañado del jefe del campo, dejaron el edificio donde estaban reunidos y fueron hasta el auto. El oficial de la SS empezó a revisar mi trabajo. Rodeó el carro de principio a fin, y mientras lo hacía, pasaba su dedo índice por todo el carro. Se le veía satisfecho. Le gritó algo al comandante del campo, quien a su vez dio instrucciones al soldado que estaba cerca.

Mientras tanto, el oficial paró un momento y apoyado contra el carro comenzó a fumar. Repentinamente un soldado apareció con un plato de pan blanco y fresco. El comandante del campo se aproximó a las alambradas y me llamó. Me acerqué a él y con una palmada en mi huesudo hombro hizo un ademán como diciendo que eso era para mí.

Yo veía esos pedazos de pan en el plato y parecían una fantasía, solamente el olor y los latidos de felicidad que producían en mi corazón daban cuenta que eran reales. Por un momento todas esas sensaciones parecían que me iban a volver loco. Solo atiné a recibir el pan y me apresuré a regresar a mi sitio.

Estaba contento, no lo puedo negar, absorto en mi “premio”, pero de nuevo aterricé en la realidad. La realidad erala mirada de los demás prisioneros. En el fondo yo solo quería cerrar mis ojos, olvidar todo y comer ese delicioso pan, pero mi consciencia no me lo permitía. Me sentía egoísta y culpable. Algo debía hacer y lo hice.

-¡Toma Umar!-mi amigo de la ciudad de Tashkent fue el primero al que me acerqué con el pan. Lo tomé por sorpresa y no se atrevió a estirar la mano de inmediato solo en la segunda oportunidad que le ofrecí, él tomó un pedazo del pan y se lo comió.

-¡Mira qué pedazo de panNaufal!-le dije al joven de Tajikistan cuando me acerqué -¡vamos pruébalo!-  y él también tomó otro pedazo y lo comió. Repetí la invitación al resto de mis compañeros. El ultimo pedazo se lo di a un camarada kazajo.

 

Cuando retorné el plato vacío al soldado, el jefe del campo vino hacia mi visiblemente contrariado -¿estás loco?- dijo nerviosamente-fue un premio por el trabajo que hiciste y en vez de saciar tu hambre le diste hasta la última migaja a los demás¿Por qué lo hiciste?- antes de responder, aparecieron, como  imágenes de una película, la joven esposa de Umar Islambekov, la anciana madre de Naufal, el padre de Niyazov que perdió una pierna y otras imágenes más de mis compañeros.

 

-¿Por qué lo hiciste?-repetía con impacienciael comandante del campo.

-Porque en mi patria, ellos tienen gente que los espera…a mí nadie me espera-

 

Después de escuchar la respuesta que le di al comandante del campo, traducida por el intérprete, el oficialsuspiró fuertemente. Fue en ese momento que me animé a mirarle a los ojos. En su mirada cansada, pude ver un resquicio de humanidad.

Se quedó pensativo por un momento, luego tiró el cigarrillo y miró alrededor. Con tristeza, miró al crematorio y la montaña de cenizas y dijoalgo más para sí que para los demás: "Gotvergibuns, wirsindalleGeshopfe"*.

 

Después de dar unas instrucciones más al jefe del campo, el oficial se dirigió al carrodando por terminada la visita. Mientras lo hacía, miró en mi dirección y susurró algo al interprete. Cuando el carro del oficial desapareció, el comandante le dio más instrucciones al interprete y éste a un soldado el cual me ordenó que lo acompañara.En ese momento lejos de mis camaradas me sentía como un condenado.Mis amigos, al otro lado, se acercaban más y más contra la alambrada. Sus ojos llenos de piedad y desesperación acompañaron ese sentimiento de muerte inminente que me empezaba a invadir.

 

-Islambekov, Chariev, Niyazov…mis amigos, no me recuerden con pena…-me decía a mismo. Mientras caminaba, mi vida entera pasó por mis ojos. Mamá, papá, mi hermana…nuestra casa…el jardín con los tres patos y los árboles…

La idea de que nadie llorara mi muerte, me ayudaba a aceptarla. Sin embargo, susurré una oración que aprendí de niño.

Contrario lo que esperaba, el soldado me llevó rumbo al comedor. Lo seguí silencioso. Cuandoentramosme ordenó que me sentara en una de las mesas. Rápidamente el cocinero me trajo la comida; unas rebanadas de pan blanco, bistec y jugo de albaricoque.

 

Mientras trataba de entender lo que estaba pasando, el intérprete apareció-El Brigadeführer ordenó que te dieran de comer. Así que siéntate y come…-

Con las manos aún temblorosas, tomé la cuchara y comencé a comer. Mientras lo hacía, el intérprete sacó de su bolsillo un block de notas.

-¿Está bueno el pan?-me preguntaba con una cálida sonrisa. Solo atiné a asentir con la cabeza.

-No te avergüences y come. Es hora de almuerzo. Y tus amigos pronto serán alimentados, pero desde hoy tú serás alimentado aquí. Ya no comerás esa sopa de papas, sino comida de verdad. Es la orden del Brigadeführer.

-¿Cuál es tu nombre?- por primera vez veía al intérprete tan de cerca. Él tendría la misma edad que yo, es decir, unos 25 años. Parecía un tipo amable y agradable.

-Mi nombre es Odil-respondí

-Yo me llamo Richard. Aprendí ruso en la universidad de Berlín. Desafortunadamente, no pude terminarlo. En el 38 me alistaron en el ejército y de ahí a la guerra- Richard se quedó un momento conmigo, hablamos un poco más y luego se levantó para retirarse, pero antes de cruzar la puerta del comedor, volteó hacía mí y aprovechando estábamos solo me dijo algo casi como una confesión -Muy pronto tus tropas llegarán aquí. No queda mucho, será en cualquier momento-

 

Nueve meses después, a finales de enero del 45, el ejército soviético liberó el campo de concentración de Auschwitz. Umar Islambekov no vio ese día, poco antes murió de tifoidea. Él era bastante joven, se casó a los 18 y lo llevaron al frente a los 19. Naufal se ahorcó en el otoño. Muchos más de mis amigos no pudieron soportar la dura vida en el campo de concentración y ese terrible lugar fue su último refugio. Solo yo, Niyazov y otro puñado de camaradas logramos sobrevivir al campo de la muerte.

 

Muchos años han pasado desde entonces, pero esos días seguirán vivos en mi memoria, especialmenteaquel domingo del 44. No olvidaré el pan blanco y las caras de felicidad de mis camaradas cuando probaron lo que para ellos era el panmás delicioso del mundo. Tampoco olvidaré a mis enemigos, en especialal Brigadeführer y el traductor Richard que, a pesar de todo, mostraron compasión y piedad. Quizás ellos tampoco encontraron respuestas a tantas cosas que los atormentaban y al ver tanta sangre, muerte y sufrimiento, algo de humanidadse debió despertar en sus almas muertas. Es lo único que puede explicar lo que hicieron ese día-

 

Papá se quedó en silencio. Yo solo atiné a levantarmee ir hacia la ventana. La habitación estaba fría, así que cerré las ventanas.Papá seguía callado.Me quedé parada por un momento al lado de las ventanas y luego me acerqué a papá. Quería decirle algo. Él estaba mirando a lo lejos, sus manos temblaban mientras se aferraba a la silla.

 

-Papá, perdóname…-corrí hacia sus brazos y lloré. Él también lo hizo.

-Ahora lo sabes hija mía…ahora lo sabes…cada pedazo de pan, cada pedacito significa demasiado para mí pues aún deseo compartirlo con ellos…

 

Definición:

*Traducción aproximada: “Dios nos perdone, todos somos pecadores”

 


 

[1]          Traducido del inglés al español por Dimarys Águila García

[2]          Traducido del inglés al español por Luis Alonso Cruz Alvarez.

 


 

Sherzod Artikov: Nació en 1985 en la ciudad de Marghilan, Uzbekistan. Se graduó del Instituto Politécnico de Ferghana en el año 2005. Sus trabajos son publicados de manera recurrente en la prensa nacional. Su primer libro de narrativa “Sinfonía de Otoño” fue publicado en el 2020.

Fue uno de los ganadores del premio nacional de literatura “Mi Perla Regional” en la categoría prosa.

Publicó en revistas electrónicas de Rusia y Ucrania como “Camerton”, “Topos” y “Autográfo”. Asimismo, sus historias han sido publicadas en revistas y páginas electrónicas de Kazajastan, USA, Serbia, Montenegro, Turquía, Bangladesh, Pakistan, Egipto, Eslovenia, Alemania, Grecia, China, Perú, Arabia Saudita, México, Argentina, España, Italia, Bolivia, Costa Rica, Rumania y la India.

 

CURADURÍA: Yordan Arroyo (Costa Rica)