ESCENAS EN UN CAMPO DE REFUGIADOS DEL LIBRO GUERRA EN POCAS PALABRAS (LOS RELATOS INCLUYEN PEQUEÑAS MODIFICACIONES).
1) Medicina para el alma
Como las muertes en los campos de concentración “humanitarios” donde convivimos mujeres, niños y ancianos, no son bien vistas por la crítica internacional, el gobierno de la dictadura le solicita a la Cruz Roja una inspección semanal para trasladar a los enfermos a hospitales militares. Nadie quiere perder a nadie más, extraviar su huella, tenerlo más lejos de lo que un ojo puede mirar, del sonido de su respiración entrecortada, del contacto con su piel herida. Por eso me esconden detrás del par de colchones de paja con los que dormimos en el suelo del galerón. Cómplices de la estrategia, las vecinas se apoyan dulcemente en las manchas, tratan de alivianar su peso, de no moverse, de no matarme de asfixia o de calor. Lo peor para mí es retener las ganas de vomitar, las ganas de toser, las ganas de explotar en la letrina para matar los dolorosos retortijones. Ardo en fiebre y mi cuerpo, flaco y desgarbado, la pasa muy mal en esos días, pero la protección y la ternura de mi madre y mi prima mayor, resucitan mi alma inerte y una mañana, sin que nadie lo espere, vuelvo a sonreír.
2) Pueblo sin nombre
La conocemos en un campo de refugiados a orilla de frontera. Sindicalista, campesina de origen desconocido, trabajadora incansable, Ermiñe anhela aprender las letras. Quiere poder mandar mensajes a todo su país para encontrar a su pequeña hija. Nikola, su marido, muere tratando de escapar —eso le dijeron— y a su niña de pecho debe entregarla, cuando las bombas hieren el barrio y se queda en la calle sin saber qué hacer. En el último minuto, una mujer canosa le extiende los brazos por la ventanilla del autobús y le asegura que la cuidará igual que a sus propios hijos. Parten de prisa, huyendo del peligro y Ermiñe olvida preguntarles el nombre del lugar hacia donde escapan. Si lo mencionan en algún momento, la frase desaparece de su mente aturdida. Ni siquiera puede recordar el color del destartalado transporte. La joven madre suplica nos suplica que le enseñemos. Su único deseo es aprender a escribir, para bombardear los pueblos vecinos con sus cartas y recuperar a esa hija de ojos grandes y hermosos que ahora, en mayo, cumplirá tres años.
3) Elvira
Sus pesadillas nos despiertan y empezamos a conocer su vida anterior, cuando masculla y se retuerce en sueños. Quique se lo reprocha una mañana, pero los demás del campo de refugio hacemos un pacto de silencio. Ella parece feliz encerrada en aquel espacio donde nos hacinan hasta encontrar, según los carceleros, algo más espacioso. De día Elvira anda tan contenta, que preferimos lagrimear por ella sin que lo sepa. De madrugada habla de su familia exterminada, de la perra aullando de dolor al lado de los cuerpos, de cuando la apresan, de las violaciones, las torturas, del hambre constante. Quique, a sus siete años, no puede comprender a cabalidad sus palabras nocturnas y al principio le teme a sus gritos, a las contorsiones de su cuerpo esquelético, a su deambular sonámbulo. El pequeño solo entiende que no tiene a nadie y, huérfano, se convierte en su compañero inseparable. Semanas después, con el niño acurrucado contra su cuerpo, Elvira duerme tranquila y una sonrisa plácida sustituye su rictus amargo.
4) Porque los quiero
Matilde no para de reclamar nuestra atención. Cada vez que llega un encargado del campo, le pide averiguar el paradero de sus hijos. Los había criada ella sola, después de que su marido emigrara a Alemania y nadie volviera a saber de su paradero. Muchas veces se queja de ser viuda sin estar segura, casada sin comunicación y soltera por la gracia de Dios. Ama a sus niños como a sus ojos, como a su vida misma y, por eso, los lleva a la estación de trenes. Les alista la mejor ropa, un retrato de familia, su juguete preferido y, desde el andén atestado de padres que gimotean, les dice adiós como si se fueran de vacaciones. Cientos de niños y niñas marchan hacia los barcos que los salvarán de los bombardeos, llevándoles Dios sabe a dónde. Aquel día regresa a la habitación vacía, sin color, envejecida. En el campo de concentración nos habla sin parar de sus pequeños niños y, un día cualquiera, amanece muda.
María Pérez-Yglesias: Dra. en Comunicación y Semiótica (Bélgica) y catedrática de la Universidad de Costa Rica. Fue Decana del Sistema de posgrado y Vicerrectora de Acción Social. Crítica literaria, promotora de lectura, tallerista, comunicadora y una investigadora incansable con más de 150 textos, publica literatura a sus casi sesenta años. Actualmente, es directiva de la Asociación de Escritoras Costarricenses, forma parte de Poiesis, Noche de Letras, Mujeres del Gremio Literario, Club de Libros y Convergencia Literaria. Apoya los programas Compartiendo la Palabra y En primera persona en Radio UCR. Escribe cuento -histórico social, de parejas, infantil y juvenil, poesía, novela, memorias, ensayos, cuenta-poemas y microrelatos. Incluida en numerosas antologías tiene dieciséis libros literarios publicados y una treintena inéditos.
CURADURÍA Óscar Leonardo Cruz (Costa Rica)