Déjà vu 40
—¿Qué sucedió? ¿Pudiste salvarlo?
—No. De nuevo ocurrió, frente a mis ojos.
—Adán, tu nariz está sangrando. Ya habíamos hablado de esto, quizá es momento de…
—No, no es nada. La próxima vez lo lograrás. Sólo debes ajustar el tiempo, si logras enviarme uno o dos minutos antes…
—¡No puedo hacerlo! ¡Y tú no puedes verlo morir otra vez!
—¿Y qué propones? ¿Renunciar? ¿En serio quieres darte por vencido? ¡No puedo conformarme con su muerte cuando tengo la oportunidad de impedirla!
—¿Realmente la tienes?
—¿A qué te refieres?
—Llevamos meses intentando impedirlo y nada, siempre vuelve a morir. Admítelo, cada ajuste en la máquina sólo logra regresarte unos segundos, nada significativo.
—¡Podemos hacerlo! Lograste regresar el tiempo, puedes hacer que mi hijo regrese también.
Al día siguiente, Adán apareció en su casa, al entrar vio la escena de siempre: su hijo a punto de morir. De nuevo no tenía la distancia ni el tiempo suficiente para impedirlo. Era el intento #39 y aún no conseguía salvar a Tomás. Algo fue distinto al regresar, ahí estaba Lorena y Mauricio la abrazaba.
—Lorena, ¿qué haces aquí?
La mujer volteó, sus ojos estaban rojos.
—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó ella mientras corría a abrazarlo.
Se besaron entre lágrimas y, tras separarse, él tambaleó un poco; luego fue dirigido por ella y Mauricio hasta el sillón. Éste último le acercó un vaso de agua y colocó una pastilla en su mano.
—Siempre regreso con dolores de cabeza y mareos — explicó Adán.
Lorena acarició su rostro con cariño.
—Vine a dejar los papeles del divorcio, justo entraba cuando te vi desaparecer. Mauricio me lo explicó todo. Durante todo este tiempo, ¿estuviste intentando salvar a nuestro hijo? Debiste contarme.
—Me hubieras creído un demente. Además, no hubiera soportado la idea de torturarte con esto, plantearte la idea de recuperarlo y ver cómo te rompías con cada fracaso.
—Pero, ¿es posible, no?
—Creemos que sí, pero es complicado. Mauricio no logra perfeccionar el método, nunca consigo regresar al momento adecuado.
—Significa que… ¿Lo has visto morir una y otra vez?
Adán asintió cabizbajo y después dejó caer su cabeza sobre el sillón. Las lágrimas volvieron a Lorena. Mauricio se acercó a ella y la dirigió a otra habitación.
—Viajar en el tiempo siempre se ha pensado una imposibilidad —pronunció Mauricio—, pero ciertamente se trata de una habilidad natural en nosotros. Cada vez que experimentamos un déjà vu, en realidad se efectúa un salto en el tiempo. Tenemos la sensación de haber vivido ese momento porque de verdad sucedió.
—¿Quieres decir que todos regresamos en el tiempo?
—Así es, pero no somos conscientes de ello. Saltamos en el tiempo y antes de ser capaces de reconocerlo, ya estamos de vuelta en el presente.
—¿Cómo sabes todo eso?
—Cuando descubrí la verdadera naturaleza del déjà vu, profundicé en él, deseaba prolongarlo, tener control sobre él. Podría lograr grandes cosas si lo conseguía, pero no conocía los riesgos; los experimentos siempre han necesitado un conejillo de indias: un hombre que en verdad tenga razones para regresar al pasado y ninguna para volver al presente, es la opción ideal. Él perdió a Tomás y después a ti, así que en cuanto supo de mi teoría, no dudó en ofrecerse. Pero Adán regresa cada vez peor y yo no quiero ser el responsable de su muerte. No sé cómo pedirle que se detenga.
—Entonces, en realidad no es posible cambiar el pasado.
—Me parte el corazón, de verdad. Quisiera regresarles a su hijo, pero tú misma has visto lo que ocasionan esos saltos en el tiempo, hay una razón por la cual el déjà vu ocurre esporádicamente y es tan breve. El cuerpo humano no es capaz de soportar tanto.
El gesto de Lorena cambiaba a uno cada vez más abatido al escuchar las palabras de Mauricio.
—Podemos decírselo juntos, si estás con él, podrá afrontarlo.
—Yo iré —propuso bruscamente Lorena.
—¿Qué?
—Yo iré, úsame a mí. Mándame al lugar y yo intentaré salvar a Tomás.
—Lorena, intento detener esto. Viajar en el tiempo es…
—La única forma de salvar a mi hijo —completó ella.
—Adán nunca lo permitirá. No te arriesgará y, honestamente, yo tampoco creo poder hacerlo.
—Mauricio, por favor, sólo un intento más. Déjame tratar y, si no lo logro, aceptaré que es imposible y convenceré a Adán de aceptarlo también. Por favor, sólo una oportunidad más.
Mauricio asintió y le indicó a Lorena dónde pararse, después apuntó hacía ella con un extraño aparato colocado sobre un tripié. A Lorena le causó escalofrío permanecer frente a esa máquina semejante a una cámara fotográfica antigua. Mauricio configuró el artefacto acondicionando varios botones en el marco frontal, cifras junto al objetivo y una palanca que salía del soporte.
—Una vez que estés ahí, no te pierdas en el momento. No dejes que la impresión de regresar te paralice.
Mauricio apretó un botón y, segundos más tarde, un rayo de luz se disparó hacía Lorena, quien apareció en su casa y de inmediato empujó a su hijo.
Justo cuando faltaban un par de milisegundos para regresar al presente, Lorena sintió una terrible picadura en la espalda. El 3 de agosto del 2016 la bala perdida de un tiroteo ocasionó la muerte de un inocente: después de todo, el pasado no cambió, sólo la víctima.
Cuento incluido en el libro Después del exilio
Episodio
Pero la noche no llegaba. Sus ojos comenzaron a perderse y ese sentimiento que se acomodaba perfectamente dentro de su ser, pero que él odiaba, empezó a fastidiarlo.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, yo estoy bien, es mi cabeza la que sufre.
—¿Quieres una pastilla?
—No gracias, este dolor no se calma con pastillas.
Lamentablemente Diego tenía razón, no existía ningún medicamento que atacara los pensamientos en lugar de sólo combatir la migraña. Esa maldita migraña llevaba su nombre: Denisse.
—Entonces otro trago —exclamó Luisa—, ya pasó demasiado desde que llenaron tu tarro por última vez.
Un trago más. Era el sexto de ese día, Diego no sabía por cuánto tiempo sería capaz de contener el vómito, ya era demasiado asqueroso lo que tenía dentro de él como para además introducir ríos de ese líquido infernal que en lugar de ayudarlo a olvidar (como la voz popular le había hecho creer), sólo contribuía a remarcar el rostro de su amada Denisse. Le resultaba desagradable ese sexto trago, como le habían resultado todos desde el primero, pero no podía dejar de hacerlo, su boca era atraída a ese vaso como si se tratara de dos imanes.
—Esta noche apesta. Pero no es tu culpa Luisa, no eres más que una resignada cómplice de mi dolor, intentando consolarme. Un trabajo de mierda, lo sé, antes le correspondía a Marisela pero en su ausencia tendrás que soportarme tú.
En ese instante entró al reducido bar un joven cuya manera de hablar y caminar lo delataban, había estado bebiendo y se encontraba mareado. Se acercó a la mesa en la que Diego acariciaba la mano de Luisa agradeciéndole su compañía.
—¿Puedo sentarme?
—Claro —respondió Diego contrayendo su brazo.
A Luisa pareció no agradarle la idea, se levantó y salió sin despedirse.
—Eres muy joven para venir a estos lugares —señaló Diego.
—No creo que sea cuestión de edades el venir aquí, viejo —balbuceó el joven mientras levantaba la mano para ordenar un trago—, sólo necesito desahogarme.
—¿Sobre qué?
—Tú estabas aquí primero y luces mucho peor; habla.
—Denisse Murillo —pronunció Diego tras dejar escapar un largo suspiro—. Yo la amaba y ahora está muerta.
—Denisse Murillo… Denisse Murillo —repetía el joven como intentando recordar—. ¿No fue el caso que salió en las noticias? ¿La joven desaparecida?
—Sí, era ella. Mi hermosa Denisse.
—¿Y por qué dices que está muerta?, ¿ya encontraron su cuerpo?
—Así es —murmuró Diego mientras su voz se quebraba y el agua salada se acumulaba en sus ojos, formándose así dos albercas en las que el fantasma miniatura de la bella Denisse nadaba plácidamente.
Los siguientes minutos escaparon vertiginosamente. Diego corría desesperado por las calles empujando todo lo que se encontrara a su paso; su cabeza no recordaba dónde estaba su casa pero sus pies parecían saberlo bien. Abrió violentamente la puerta y al entrar se tumbó en el suelo. Otra vez su mente le había puesto una trampa y debió haberlo notado desde que el cantinero lo miraba de forma extraña cada que Diego le decía “gracias Luisa” al acercarle un trago. Debió haberse percatado cuando las personas en las otras mesas lo señalaban mientras otros le gritaban “¡Eh tú, borracho!, ¡deja de hablar solo!” entre risas y burlas.
Comenzó a recordar cómo había entrado solo a ese bar, sin ninguna Luisa, sin ninguna idea de lo que ocurría. ¿Qué era Denisse? ¿Sería real su historia o se trataba de algo similar a Luisa y Marisela? Mujeres que no existían, sólo ecos delicados de torpes asesinatos. Sentía miedo, odio y asco, todo mezclado dentro de él, cubriendo el sabor de la bebida y reemplazándolo por uno más amargo.
—¿Qué está pasando? —gritó angustiado, sin dejar de llorar y oprimiendo su cabeza con ambas manos.
Se encendieron las luces del pasillo y pudo contemplar a su madre acercándose. Ella lo miraba con melancolía y repulsión, era una mirada traumatizante que extrañamente le resultaba muy familiar a Diego.
—¿Madre? ¿Qué está ocurriendo? —preguntó pausadamente sin estar seguro de querer escuchar la respuesta.
—Está pasando otra vez.
—¿Qué? Tengo mucho miedo, no entiendo nada. Por favor ayúdame, ¡creo que me estoy volviendo loco!
—No cariño, se trata de todo lo contrario, este es uno de los pocos momentos en los que estás lúcido.
El rostro de Diego quería reflejar confusión pero sus facciones sólo atinaban a proyectar angustia mientras su madre continuaba hablando.
—Sí, ahora estás consciente. Comienzas a recordar todo y entonces actúas de esta manera.
—Denisse… ¿Qué pasó con ella?
—Y al hacer esa pregunta es cuando debes entrar al cuarto. Sígueme.
Él se levantó y caminó detrás de su madre. Tras abrir lentamente la puerta señalada, ella apagó la luz del pasillo y se alejó con pasos tambaleantes. Diego entró a la habitación y ahí estaba: preparada y servida.
No, no han anunciado su muerte. Mira, en la televisión siguen reportándola como desaparecida, pero tú ya la estás dando por muerta amigo. ¿Qué clase de amor es ese? ¡Eres tú quien la está matando!
Tras recordar esas últimas palabras emitidas por el joven del bar, pedazos de escenas comenzaron a golpear bruscamente la cabeza de Diego, dándole la impresión de que en cualquier momento éstas agrietarían su cráneo y terminaría muerto en esa habitación, con la cabeza hecha añicos. Terror en los ojos de su madre, muerte en los cuerpos de esas mujeres y una puerta abriéndose lentamente; todo dejaba de parecer imaginado y ocupaba su lugar entre las cosas que realmente habían ocurrido.
El temblor de su cuerpo cobraba sentido al contemplar en esa cama el cadáver en descomposición de lo que parecía una mujer con un listón amarrado en la muñeca izquierda del que colgaba una etiqueta con el nombre “Denisse”. Diego lloró una vez más, menos aterrado, más conmovido. Entonces vio a su madre casi transparente recargada en la puerta, sosteniendo un candado.
—Mátame por favor —suplicó con una mirada en la que se le podía ver a él suicidándose de una y mil formas—. Te lo imploro. Es horrible lo que hice y no quiero vivir con eso, ¡mátame!
Su madre lo miró fijamente, las lágrimas se empujaban en su rostro.
—Lo siento cariño, no puedo. Lo has pedido demasiadas veces y aún no tengo el valor de hacerlo; sé que algún día te veré más como el asesino que eres y menos como el hijo que fuiste. Espero un día cansarme de tus múltiples comportamientos, de cómo olvidas, de cómo recuerdas, de los terribles gritos de esas mujeres a las que acuestas en esa cama. Pero ese día no es hoy.
—Por favor, madre…
—No dejaré que te encierren, sé que prefieres morir y no te preocupes dulzura, te mataré. Pero mi amor no me deja hacerlo hoy. No será hoy.
Y pronunciadas estas palabras cerró la puerta colocando el candado y sabiéndose un monstruo que había engendrado a otro peor. “Mamá” escuchó del otro lado de la puerta, pero no respondió.
—¿Qué hago con los cuerpos? ¿Por qué conservo el cadáver?
La anciana cerró los ojos y dejó caer todo su peso contra la pared.
—No lo sé hijo. Nunca he tenido el valor de averiguarlo. Ya pronto será de noche y mañana despertarás sintiéndote bien, sin ningún recuerdo de lo que ahora sabes, sin ningún rastro del remordimiento que ahora sientes.
Al decir esto su madre se aseguró de que realmente merecía ir al infierno, escoltada por su hijo.
—Ya pronto anochecerá —repetía alejándose y perdiéndose entre la oscuridad del pasillo.
Diego se sentó junto al cadáver que hasta ahora reconocía. Empezó a sentir cómo la razón se desvanecía y su trastorno se aproximaba. Deseó nunca haber nacido mientras todavía podía hacerlo, pero llegaba cada vez más constante a su cabeza: el depravado ritual. Todas esas perversiones horribles se le presentaban como una serie de instrucciones que debía seguir. Pero aún no podía realizarlas, no mientras conservara ese mínimo de conciencia.
Cerró los ojos… y esperó la noche.
Cuento incluido en el libro Oscuridades
CURADURÍA: YORDAN ARROYO (COSTA RICA)
Jazmín García Vázquez:
Nació en el Estado de México, en 1993. Es profesora y escritora egresada de la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, UNAM. Obtuvo el primer lugar en el VII Certamen Literario Palabra en el viento del Centro Regional Cultural Ecatepec con el cuento “Los nombres perseguidos”. Forma parte de la segunda generación de poetas elegidos por LibrObjeto Editorial, su obra ha sido publicada en las antologías poéticas Faros de esperanza, Voces que no se apagan, Ecos ancestrales, Susurros en la piel y Nido de poesía. En 2017 recibió el Premio a la Excelencia Docente otorgado por la Alianza para La Educación Superior (ALPES) por su labor como profesora.
Durante marzo de 2018 participó en el 2do Encuentro “Movimiento Mujeres Poetas Internacional” convocado por República Dominicana y fue seleccionada como una de las ganadoras en la Convocatoria a Primera Edición por La comuna Girondo con su obra Oscuridades. Su cuento “Cortina roja” fue uno de los ganadores en el Segundo Concurso Nacional de Cuento Escritoras Mexicanas realizado en 2019. Su obra narrativa y poética ha sido publicada en las revistas digitales Rigor Mortis, El Tecolote, Cardenal Revista Literaria y Periódico poético. Fue juez en el en el primer concurso de cuento corto “Naucalpan entre cuentos”. Se ha presentado en la FIL Guadalajara, en la FIL del Zócalo, y también inauguró la Biblioteca Escolar “El cofre de los libros” en la Escuela Primaria Guillermo Prieto en 2019.
En 2020 fue seleccionada para dar una ponencia magistral en el Encuentro Nacional de Estudiantes de Lengua y Literatura Hispánicas, donde ganó el Primer concurso de minificción con su texto “Exilio” y fue incluida en la antología conmemorativa con su cuento “Los invasores”. Actualmente es miembro del catálogo de escritores en la plataforma digital ipstori, pertenece al Seminario de literatura y sociedades periféricas (Seilysper) apoyado por el FONCA; es integrante del comité organizador de la Feria Nacional del Libro de Escritoras Mexicanas (FENALEM) y miembro del Círculo del viento. Su libro de cuentos Después del exilio se publicó en mayo del 2021 bajo el sello de LibrObjeto Editorial.