“QUIZÁS, QUIZÁS, QUIZÁS”
Ella sabe su belleza, lo ve, le sonríe, se va y a los días él la vuelve a encontrar, tal vez en un parque o en el café de un teatro. La ciudad siempre les ofrece regalos a los solitarios y a los melancólicos, la ciudad no se olvida de ella, para quien tiene miradas misteriosas y desafiantes.
Siempre que te pregunto
Que cuándo, cómo y dónde
Tú siempre me respondes
Quizás, quizás, quizás.
Por las calles de San José él camina por su cuenta, se pierde entre la gente, con la mirada recorre plazas, templos y edificios, siente el viento fresco en su cara y respira seguro. Últimamente ha estado pensando en los viejos hoteles de finales del siglo XIX, el Washington, el Francés, el Roma, en los viajeros que llegaban a la pequeña ciudad que dejaba de ser aldea. Camina por su cuenta y vuelve a pensar en ella, en sus ojos expresivos, ella que ahora se mezcla con las imágenes de mujeres que vienen de lejos, que han navegado largas distancias por un mar temperamental, ella también le parece temperamental, sensible. Mala costumbre esa de suponer cosas de los demás. Debería decírselo, salir de dudas.
Y así pasan los días
Y yo desesperando
Y tú, tú contestando
Quizás, quizás, quizás
Ella lo distingue entre los demás, corresponde. Es a él a quien le gustan los boleros, ella no es un personaje de Cabrera Infante, ella no canta boleros, es elegante, baila, pero no canta boleros. Habitaciones cómodas, pisos de madera, ventanas abiertas a la ciudad tendida entre cordilleras. Negocios, mensajes diplomáticos, Europa, los Estados Unidos, Centroamérica. Para viajeros de esos lugares se abrieron los hoteles, se colocaron los sillones de mimbre, se sirvieron las tazas de café. Eso es, se dice. Tal vez un café.
Estás perdiendo el tiempo
Pensando, pensando
Por lo que más tú quieras
Hasta cuándo, hasta cuándo
El jueves a las cinco de la tarde, un café, en el Melico. Lo piensa, sonríe. Te aviso. Científicos, aventureros, políticos y comerciantes. Ellos también caminaron por esta ciudad; igual que a él, algo les ilusionaba: el dinero, el poder, la novedad, la belleza. A él le ilusiona su belleza, esa sonrisa y esa manera de verlo. Va a aceptar. Entra a una librería, se siente ansioso, ve títulos, portadas, no se puede concentrar, sale a los pocos minutos. Sigue caminando por la avenida, se distrae observando a la gente, la rapidez con la que caminan, lo calladitos que andan, niños de las manos de sus madres, oficinistas, vendedores ambulantes, mujeres y esos músicos callejeros, marimberos que lo sobresaltan con aquel ritmo tan alegre. Ella va a aceptar. Estoy seguro, se dice.
Y así pasan los días
Y yo desesperando
Y tú, tú contestando
Quizás, quizás, quizás
No eran tantos los días que habían pasado, dos o tres. Se sentó en el quiosco del Parque Central, desde ahí intentó reconstruir “la ciudad europea en miniatura”, intentó viajar en el tiempo, más de cien años hacia atrás, las barandas del parque, los árboles, casas amplias, techos de tejas en sus alrededores, balcones en las segundas plantas desde donde se podía ver la vida de todos los días, los encuentros, los apuros de la gente. De aquella época el Washington es el hotel que más le interesa, tan firme, tan bien puesto en aquella esquina, a un costado de la Catedral, diagonal a este parque tan indiferente desde donde ve los carros pasar uno detrás del otro y el Melico al otro lado de la Avenida Segunda, en la esquina el café, ese café, donde estaba la cantina La Perla. Respiró profundo y por fin se levantó de la grada en la que estuvo sentado dejando correr el tiempo, el de ahora y el de antes.
Siempre que te pregunto
Que cuándo, cómo y dónde
Tú siempre me respondes
Quizás, quizás, quizás
Ella lo recuerda, sale de su trabajo y camina con su bolso bien agarrado, pegadito a la cadera, camina sola, no le parece mala idea, a ella también le gusta caminar por la ciudad. Cruza el Parque Morazán y se decide. Los dos están en San José, se encuentran a pocas cuadras uno del otro, como los hoteles del siglo XIX, todos cerca. Le parece interesante, se ríe para sí. Está decidida, hoy se irá en bus a su casa y ya verá lo que hace con la invitación.
Estás perdiendo el tiempo
Pensando, pensando
Por lo que más tú quieras
Hasta cuándo, hasta cuándo
La llevaría a uno de esos hoteles, vivirían unos días como turistas en San José, se sorprenderían con las costumbres de la gente de este lugar, con su manera de hablar y de pensar, con su ropa. Desde la habitación, por la mañana, abriría la ventana con vista al parque y a las montañas del norte, se fumaría un cigarro de tabaco negro mientras ella duerme en la cama ancha, su pelo negro descansa sobre la almohada blanquísima, su figura se marca bajo las sábanas, no la molestaría y saldría a caminar un poco, entraría a algún restorán de hotel, se sentaría y sacaría su cuaderno de notas, escribiría sobre lo que ha observado, lo que ha sentido, un poquito de cada cosa. Es bueno escribir enamorado, se diría; pagaría el café y se devolvería a su hotel, subiría las escaleras de madera, caminaría por el pasillo a media luz y sacaría la llave, ella lo estaría esperando sorprendida por su ausencia, él le enseñaría el cuaderno y le intentaría explicar lo bien que le hace escribir en un país extranjero. Después bajarían a desayunar y el día los esperaría con las puertas abiertas.
Y así pasan los días
Y yo desesperando
Y tú, tú contestando
Quizás, quizás, quizás
Quizás, quizás, quizás
Quizás, quizás, quizás
Ya son las cinco y diez, se angustia, camina rápido, maldice la última llamada que tuvo que atender, la que lo atrasó, llega a las puertas del café del Melico, se encuentra con las mesas vacías, un ambiente de soledad, dos saloneros conversan en la barra mientras otro regresa de una mesa del fondo, él avanza unos pasos, ella lo ve, sonríe y él camina hacia su mesa, la saluda, se disculpa por la hora y ella le dice que diez minutos no son nada. Respira aliviado, por fin dejaron de sonar en su cabeza las voces de Omara Portuondo y de Ibrahim Ferrer cantando aquella letra cruel que escribió el polifacético cubano Osvaldo Farrés en 1946, esa canción, ese bolero torturante que lo mantuvo tan inquieto por varios días, imaginando hoteles del siglo XIX y pensando en ella, tan sensible, tan misteriosa.
(En: edición hondureña [Editorial Mimalapalabra] de Ambos mares, 2023).
Nació en San José, Costa Rica, en 1975. Desde el año 2004 publica artículos sobre asuntos literarios en los suplementos Los libros y Forja del Semanario Universidad de la Universidad de Costa Rica, en la Revista Tópicos del Humanismo de la Universidad Nacional, en el suplemento cultural Áncora del periódico La Nación y en diversas revistas digitales. Es Master en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Costa Rica desde el año 2012, y estudiante egresado del Doctorado en estudios de la Sociedad y la Cultura, de esa misma universidad. En el año 2015 publicó con la editorial Arlequín y junto al filósofo George I. García y al crítico literario Héctor Hernández Gómez, el libro de ensayos Control social e infamia: tres casos en Costa Rica (1938-1965). En el año 2017 publicó la novela Greytown (Uruk Editores), Telire. Crónica de viaje (Como becario del Colegio de Costa Rica del Ministerio de Cultura y Juventud) y el libro de artículos y ensayos sobre asuntos literarios Con el lápiz en la mano, con la Editorial de la UNED. En el año 2018 publicó también con la Editorial de la UNED, su ensayo La Boca, el Monte y las novelas. Una mirada literaria a la ciudad de San José. En el año 2020 publicó el libro de relatos Ambos mares (Uruk Editores) y en el año 2021 el libro de ensayos sobre asuntos literarios Mentir la vida, con la Editorial Mimalapalabra de Honduras.
CURADURÍA: Yordan Arroyo (Costa Rica).