EL INTERIOR DE LA PARED ANOCHECIDA
Las casas se acumulan sobre la espalda de la montaña.
Era feliz el hombre sin montaña y sin casa,
pero vivir significa aprender a equilibrar temblores.
Vemos la cruz dilatarse
entre los ojos del niño que juega
a orillas de una vivienda que comienza a decrecer.
Un niño crece en el interior de la pared anochecida
y yo me cubro los ojos
para no localizar los clavos en el interior del plato vacío,
pero un niño come siempre pan feliz
y besa con los labios limpios
y salta sobre el charco
y se ensucia los pies de fango
y sonríe
sin importar el hambre que habite
sobre la estructura de su cuerpo-país.
ADN
Mi semilla podría no ser casual.
Mis padres en vez de amarse pudieron odiarse a muerte.
La madre de mi padre
pudo no haberse negado
a cargarme en sus brazos.
El padre de mi padre pudo haber sobrevivido al infarto.
Y mis ojos pudieron seguir siendo azules
pero la blasfemia apuntaba con su dedo
sobre la inocencia de mi madre.
CABEZA/germen
La cabeza es la semilla
estructural de la aldea,
el gesto que da la tea
al bosque que no se ensilla.
La cabeza es la postilla
donde coagula el futuro.
La cabeza es el cianuro
con que la tribu se asfixia
o evoluciona o se vicia
contemplando el mismo muro.
Cultivar las torceduras
no detiene el crecimiento
pero acopla el firmamento
en medio de las fisuras.
La voz guarda quemaduras
profundas en la raíz.
Apuntalen la matriz
mientras la semilla hiberna.
Si la palabra es lucerna
podrá crecer un país.
JUANA DE ARCO ACEPTA LO INJUSTO DE LA PREMONICIÓN
Soy la jaula.
El viejo hastío de mi cuerpo se desarma
como pedazos de un arma que conduce al extravío.
Vuelvo al fuego,
ya no hay frío que se resista a mi sangre.
La paloma lleva el cangre de mi edad en su tropiezo.
En la pira no hay regreso para el bien.
No se desangre mi idea en el ostracismo.
Dios nos mira en la distancia del alma.
Con la abundancia de mi credo
no hay abismo que pode este silogismo
de la espada que me labra.
La duda es una macabra piedra de los ignorantes:
han cortado el río antes
de escuchar una palabra.
COAGULAR
Otro canto nos brota en la garganta
Desplegamos las banderas rojas
Manchadas con la sangre de los justos
JACQUES ROUMAIN
Para Tumbá.
Se censura el bermellón de lo disperso
y mi espalda
es el papel que se escalda en medio de la oración.
Vuelvo a doblar el horcón de tu ley con mi rodilla.
Soy el cuerpo que se astilla
al centro de tanto fuego,
la veta negra,
el trasiego de abulia hasta la semilla.
Me quemarán por mi boca.
Es hereje mi palabra
y aunque no quiera relabra
la textura de esta roca
que en sus cerebros trastoca la razón sobre la arena.
No cultivaré la obscena gratitud
del que presume la duda
como perfume de sabiduría en vena.
Vengo a cultivar lo negro en medio de tantas cruces.
En lo negro hay también luces que pocas veces reintegro.
Nuestra verdad es lo negro.
Hay un cuerpo que se quema en busca de un falso lema.
La esclavitud no es azote sobre la piel
sino el brote de una razón que se crema.
La esclavitud es pared que te ennegrece el pulmón,
la falta de convicción sobre el destino y su red.
Esclavitud, la merced de tu cerebro en un plato,
ajustado al desacato de oxidada dentadura.
Esclavitud,
la fisura que nos contempla,
el ingrato límite que porta el miedo
sobre el cuerpo que no accede a endurecerse.
Me agrede la culpa entre tanto enredo.
Sobrevivo cuando accedo a cristalizar mi vista.
Palpo una falsa conquista entre el tiempo y mi ademán.
La historia parece un pan,
un trozo que nos alista a deglutir cada clavo.
No es rebelde quien sostiene.
No es culpable quien se abstiene.
Mientras más duele, más cavo,
pero el destino es esclavo de la palabra.
Se quiebra el vaso
sobre la hebra del barracón y la soga.
Mi cuello negro dialoga con la asfixia,
nos celebra
la incapacidad del mundo para tambalear su esquema.
Celebra lo que se quema entre el golpe
y el segundo de respiración.
Transfundo mi energía hacia las moscas.
Mi raza lleva las toscas herencias del desarraigo.
Mi país es lo que traigo rasurado,
eso que enroscas con el temblor de mi sien.
El látigo no calcina mi lengua contra su espina.
La construcción del jején sobre el rostro
es el retén de mi memoria silvestre.
Hay un mapa en el alpestre del río.
Mientras conducen mi cabeza
me seducen los peces de Dios.
Adiestre, oloku mi, su cabeza
para que nada la pode
para que solo incomode
con injertos de belleza,
pero espere a quien despieza
con salmuera
y otros cantos necesarios,
tras los llantos
de la estirpe sobre el cuero.
Cuando esté listo el acero
volverán a arder los santos.
Giselle Lucía Navarro: (Alquízar, Cuba, 1995). Poeta, escritora, diseñadora y artista multidisciplinar. Ha obtenido, entre otros, los premios José Viera y Clavijo de ciencias sociales, Benito Pérez Galdós de ensayo, Edad de Oro de poesía infantil, Pinos Nuevos de narrativa juvenil y el David de Poesía que otorga la UNEAC, además de menciones en los concursos Ángel Gavinet (Finlandia), Poemas al Mar (Puerto Rico) y Nósside (Italia). Ha publicado Contrapeso (Colección Sur, 2019), El circo de los asombros y la novela infantil ¿Qué nombre tiene tu casa? (Gente Nueva, 2019) y Criogenia (Ensemble Edizioni, Italia, edición bilingüe, 2021). Su obra se ha traducido al italiano, inglés, francés, turco y ruso, publicada en antologías y revistas de una veintena de países. Licenciada en Diseño Industrial por la Universidad de La Habana y egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Es miembro del Comité Organizador del Festival Internacional de Poesía de La Habana.
CURADURÍA: Yordan Arroyo (Costa Rica )