QUIERO MORIR ENTRE LAS FLORES
Quiero morir entre las flores
y no ahogada
o con una espina de pez
atravesando mi garganta.
Los pétalos que cubran
como sudorosas hormigas mis ojos,
ceder así sin ver
el testigo de mi duelo a las estatuas.
Y ser vencida por la imperdonable tierra,
por sus huestes herradas de sol,
para que mi cuerpo
estirado por el uso
deje de preguntarse
qué es esa cosa de que las rocas
te devoren
o de ser pasto de la hierba.
(En: El telar de Penélope, 2008).
ME PREGUNTO SI OSARÁS
Me pregunto si osarás
excusarte.
Decir,
por ejemplo,
que el armador quedó atrapado
en un alud de arena
y llegó
tarde
a vuestro almuerzo.
O que te ausentaste para el agua
y fuiste a perderte
en calles huérfanas
de nombres,
apenas retenidas.
Mi amor, al que maldigo,
cómo hacerte rozar
el filo carcomido de los años
o que veas que la vida
no es una sucesión de citas postergadas.
(En: El telar de Penélope, 2008).
LA SOLEDAD
La soledad
es un precio muy alto
que hay que pagar
por haber osado
amar
aquello que fue inmóvil para el huracán
y que hoy tan solo es
húmedo viento
decidido a marcharse
siempre
en la dirección opuesta en la que vino.
(En: El telar de Penélope, 2008).
DESINTEGRACIÓN
Me he mecido como los bejucos perezosos
que en lugar de trepar
se dejan caer con la languidez de la muerte.
He extraviado identidad y nombre
he sido una sombra transparente
todo aquello a lo que pertenecía se ha borrado.
Desaparecer
de eso se trata conservar
solo la esencia despojarse
hasta chocar con un corazón abierto
expuesto y palpitante.
Que las moscas se posen sobre mis restos
que los zanates celebren un banquete en mi honor.
Ser entregada al fuego del sol
al embate de la ola
burlando así a la predestinación
a las arrugas
al polvo de los museos.
No caminar nunca más
perder mis piernas.
Que los charancacos altivos repten por mi pecho
se detengan a olisquear y continúen
su camino
como si mi cuello fuese
uno más de esos troncos
atrapados con delicia por los muslos de la tierra.
Que mi sangre se torne del añil del mar
y mis ojos
del verde de Yojoa.
Desprenderme de las últimas cruces
de las últimas sogas.
No necesitar ya más de la respiración
ni del oxígeno.
Que mis cabellos devengan plantas acuáticas
y llegada la hora
en un amanecer radiante
desaprendan la capacidad de flotar:
con suma lentitud me irán hundiendo
―hacia abajo, hacia abajo―
hacia ese fondo donde no se distingue el agua del limo
donde ni siquiera la luz podrá venir a rescatarme
en el límite del tiempo
en el extremo olvido.
Lago de Yojoa, Honduras, julio de 2022
(Inédito)
EL DORADO
Un pájaro cuyo nombre desconozco emite un gorgojeo
y después
como azuzado por un recuerdo urgente
sale volando de la rama.
Por encima de las picas de los soldados
escucho el tráfago del viento entre las lianas.
La punta de mi arcabuz oscila levemente con el oleaje.
Si tan solo un disparo pudiese romper este silencio
marcar el camino certero por las bifurcaciones
salvajes del Amazonas. Pero no, mi pregunta hiere:
cuántos quedaremos con vida
cuántos de los trescientos que salimos de la ciudad de Lima
regresaremos del viaje incauto
tantos han ungido ya con su sangre
las riberas de este río caníbal
tan solo obstáculos para su liquidez invicta
que no conoce piedad
dos bergantines y un fluctuar de balsas
trémulas miradas sobre la superficie.
Vosotras
columnas de follaje
hojas de esmeralda en ruinas
vosotras
que inclináis en una hondísima quietud vuestras ramas
bajo los cielos desprendidos que no alcanzamos a divisar
vosotras
torres caídas que se lamentan
astros vegetales que dibujáis quimeras en el aire
vosotras
pobres plantas hijas de otras constelaciones
atadas a esta tierra pestilente
demasiado húmeda maldita
nos atraéis hacia el horror
vuestros brazos abiertos nos invitan a compartir
un espantoso destino.
Cuando alcanzamos la orilla y vamos
apartando las flores de bruñidos estambres
exhaláis
como única venganza
un dulce perfume.
El día oscurece
se desprende de su envoltura doliente
cada atardecer como un manto
insonoriza la vida
para dejar a su paso un leve susurro
que anega el cauce trenzado del río.
La luz del último sol refleja las aguas moribundas
filtra una niebla de mosquitos
se torna menos radiante
nos recuerda que
el hogar de los hombres nunca estará a los pies de este suelo
en esta estación indiferente que es
eterna y nunca se sacia.
Cuando se hace de noche
fingimos dormir abrazando nuestros cascos
pero empuñamos insomnes las ballestas.
Creemos alejar así las pesadillas
que se inmiscuyen en nuestras bocas
como peces calientes.
Pero ninguno saldrá ileso.
Enloquecidos perseguimos
un mapa de oro que no existe
estamos remontando
esta inmensidad sin objeto
este arañazo putrefacto de desierto
y sin embargo
naufragamos más cerca del vacío.
(En: Cartografía humana, inédito).
Margarita Leoz: Nació en Pamplona en 1980. Es licenciada en Filología Francesa por la Universidad de Salamanca (2002) y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Barcelona (2004). Es autora del libro de poesía El telar de Penélope (ganador del Certamen de Encuentros de Jóvenes Artistas de Navarra en 2007, Editorial Calambur, 2008), de los libros de relatos Segunda residencia (Tropo Editores, 2011) y Flores fuera de estación (Seix Barral, 2019) y de la novela Punta Albatros (Seix Barral, 2022). Sus artículos y críticas literarias han aparecido en revistas como Cuadernos Hispanoamericanos, Revista 5W o Litoral. Algunos de sus cuentos han sido traducidos al inglés, al hebreo y al letón. Fue seleccionada para el proyecto «10 de 30» de la AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo), que elige a los diez mejores escritores menores de cuarenta años para promover su obra en el ámbito internacional.
CURADURÍA: Yordan Arroyo (Costa Rica).