APROXIMACIONES HISTORIOGRÁFICAS A MANUEL ARGÜELLO MORA Y UNA MUESTRA DE SU TEXTO “LA LLORONA”

APROXIMACIONES HISTORIOGRÁFICAS A MANUEL ARGÜELLO MORA Y UNA MUESTRA DE SU TEXTO “LA LLORONA”

 

Por: Luis Gustavo Lobo Bejarano[1]

 

INTRODUCCIÓN

El objetivo de este ensayo es exponer un acercamiento al repertorio biográfico y literario de Manuel Argüello Mora con base en lo comentado por diferentes autores, entre ellos, Rogelio Sotela, Juan Durán Luzio y otros datos excavados de bases históricas. También, se espera que este contenido sirva para amantes de la literatura costarricense, investigadores o bien, para personas interesadas en dicho autor que, sin duda, marcó un hito en las letras del país, razón por la cual, al final de este ensayo se coloca su texto “La Llorona”, con el afán de que los lectores puedan degustar dicha obra y así cada quien pueda formular sus respectivas interpretaciones.

 

Desarrollo

En palabras de Rogelio Sotela (1942, p. 22) y Abelardo Bonilla (1981, p. 112), Manuel Argüello Mora es el precursor de la novela costarricense. Para José Marín Cañas (1975, p. 7) en el prólogo que escribe para la edición de La Trinchera del citado autor, lo toma como “el cronista de una época profunda del acontecer nacional”. Según Bonilla (1981, p. 113): “Su mejor obra, Elisa Delmar, lo revela más bien como un cronista de episodios vividos durante el trágico desembarco en Puntarenas que, con fines artísticos, toma un motivo de ficción para dar más interés al relato”.  Juan Durán Luzio (2003, pp. 81-99), por su parte, le confiere el título de primer novelista costarricense. Se trata, como puede verse, de uno de los nombres señeros de la literatura nacional.

            Abelardo Bonilla cuenta que “la obra casi completa de Argüello Mora fue publicada por la Editorial Costa Rica en 1963 con el título Obras literarias e históricas, que lleva prólogo y notas de Abelardo Bonilla y un estudio de carácter histórico del profesor Carlos Meléndez” (1981, p. 112). De dicha edición extraemos el texto que presentamos, las notas que lo acompañan, la biografía del autor y la bibliografía del mismo.

            Respecto a su lugar de nacimiento, fecha y familiares cercanos, él nació en San José el 3 de junio de 1834.[2] Fueron sus padres el Lic. D. Toribio Argüello[3] y doña Mercedes Mora, hermana de D, Juan Rafael Mora. Quedó huérfano a muy temprana edad y lo tomó bajo su protección su tío D. Juanito, a quien consideró siempre como su verdadero padre y al que sirvió y defendió con filial agradecimiento en todas las oportunidades. Efectuó sus estudios de primera y segunda enseñanza en el colegio que por aquella época dirigía en Heredia el Padre Paúl[4] y los completó en la Universidad de Santo Tomás –de la que años más tarde habría de ser Rector interino- y en ella obtuvo el grado de Bachiller en 1853. En el mismo año se trasladó a Guatemala y en 1857 obtuvo el título de Abogado en la Universidad de San Carlos.

            Regresó a Costa Rica en 1857 –segundo año de la Campaña Nacional- cuando gobernaba su tío y protector. El primer cargo que desempeñó entonces, a pesar de su juventud, fue el de Juez de Primera Instancia en San José.

            El 14 de agosto de 1859 fue violentamente destituido el Presidente don Juan Rafael Mora por un golpe militar (es este uno de los muchos temas que don Manuel relata con toda clase de detalles en una de sus páginas históricas) y su sobrino, que ya había participado activamente en la política, lo siguió al destierro, primero a Nicaragua y luego a los Estados Unidos.

            Cuando estaba en Nueva York, se separó de su tío y se dirigió solo y por primera vez a Europa, donde residió algunos meses. Sus crónicas de viaje nos relatan impresiones de Inglaterra, Irlanda, Francia, Alemania, Italia y otros países, incluyendo a Rusia.

             Se encontraba en Dublín cuando fue llamado por su tío, desde El Salvador, para que tomara parte en el intento de recuperar el poder que se llevó a cabo en 1860. Don Manuel atendió el llamado, regresó de Europa y tomó parte, junto con Don Juanito y los Generales Mora y Cañas, en el trágico desembarco llevado a cabo aquel año en Puntarenas, acto que terminó con el fusilamiento de los héroes de la Campaña Nacional. Ese hecho histórico, con sus antecedentes y consecuencias fue el tema de diversos estudios históricos de don Manuel y de dos de sus obras novelescas: Elisa Delmar y La Trinchera.

             Salvó milagrosamente la vida, pero fue desterrado por segunda vez y por segunda vez volvió a Europa. A su regreso casó con la señorita Mariana de Vars Castillo y posteriormente, hasta su muerte ocurrida en San José el 8 de marzo de 1902, desarrolló una amplia y variada actividad política y cultural. En 1864 se le nombró Magistrado de la Corte Suprema de Justicia, cargo que desempeñó varias veces; en 1878 fundó el periódico semanal “La Reforma”, en compañía de don Bruno Carranza y del Doctor Rafael Orozco; en el mismo año se le llamó a servir en la Secretaría de Fomento, emprendió en la agricultura y en el comercio, sin mayores resultados[5]; desempeñó el cargo de Rector interino de la Universidad de Santo Tomás y realizó gran parte de su obra literaria cooperando en varios de los periódicos que se publicaron en la segunda mitad del siglo pasado.

Ahora, con base en el libro Obras literarias e históricas páginas (1963, pp. 489-491), se exponen algunas publicaciones de este autor, así como pseudónimos que utilizó.

 

ARGÜELLO MORA, Manuel. Un drama en el presidio de San Lucas, Un hombre honrado, Las dos gemelas del Mojón. Novelitas de costumbres costarricenses. Tipografía de La Paz, 1860. San José de Costa Rica.

 

Contenido:

Las dos gemelas del Mojón.

Un hombre honrado.

 

ARGÜELLO MORA, Manuel. Publicaciones firmadas con seudónimo, en la revista “Costa Rica Ilustrada”.

Con el seudónimo Simplicio Cucufate:

Un día nefasto.

Mi sobrino Cordelio.

Mi tío Silvestre.

Las hijas de doña Rogelia.

Mi primo el Licenciado Cascajal.

Mi cuñado el cura.

Historia de un billete de banco.

Mi criado Zoilo.

Mi primo don Ramiro.

 

NOTA: Todas las publicaciones anteriores fueron hechas en la citada “Costa Rica Ilustrada” (Año I y Año II) entre setiembre de 1887 y agosto de 1888.

 

Con el seudónimo Sirio:

 

El ciego del Torres.

La Poza de la Sirena.

El huerfanillo de Jericó.

Irlanda a vista de pájaro.

La Isla de Terranova.

 

ARGÜELLO MORA, Manuel. Páginas de Historia. Recuerdos e impresiones. Costa Rica. Imprenta de El Fígaro. 1898.

Contenido:

 

Introducción.

Ligero esbozo de la vida de D. Juan Rafael Mora.

El 14 de Agosto.

El Canal de Nicaragua.

Secretos de la historia: Mora y Buchanan.

El río Barranca

Condenado a muerte.

Primer período de mando del Benemérito don Jesús Jiménez.

Elección del Doctor Castro.

Discurso en el acto de inauguración de la vía al Atlántico.

 

ARGÜELLO MORA, Manuel. Costa Rica Pintoresca. Sus leyendas y tradiciones. Colección de novelas y cuentos, historias y paisajes. San José de Costa Rica.  Imprenta y Librería Española, María V. de Lines. 1899.

 

Contenido:

 

La sonámbula de Pirro.

La loca de la Avenida Central.

La fiebre amarilla.

La Llorona.

Un abogado de fin de siglo.

El prusiano de San Antonio.

La serenata de Schubert.

Adelina Patti.

Los cuatro hijos de Ambrosio.

Quince días en Holanda.

Tres semanas en Venecia.

El primer colegio.

Terranova y los Países Bajos.

Los bienaventurados.

La Trinchera.

Misterio.

Margarita.

Elisa Delmar.

 

ARGÜELLO MORA, Manuel. La bella herediana. El amor a un leproso. Novelitas de costumbres costarricenses.  Imprenta y Librería Española, María V. de Lines.  San José.  1900.

 

Contenido:

 

La bella herediana.

El amor a un leproso.

 

CONCLUSIÓN                  

            Manuel Argüello Mora es, hoy por hoy, no solo el padre de la novela y de la narrativa costarricense, o el primer cronista de la misma, como lo han considerado los críticos, sino que se convierte en el primer modelo de escritor a seguir. Quizá su intención primigenia haya sido rescatar la memoria de su tío y sin embargo, se convirtió en el primer narrador relevante de la literatura costarricense. Su obra, transida de gran lirismo, ha sido objeto de estudios y análisis rigurosos por parte de algunos especialistas. Por último, expuesto el panorama anterior y sus conclusiones, tal cual se anunció al inicio, se les comparte el texto “La Llorona”, que se considera un texto ejemplificante de su prosa y transido por una serie de elementos que ya señalados, para que cada quien pueda realizar sus interpretaciones.

 

LA LLORONA[6]

 

     Nada más profundamente triste que esta leyenda de los siglos.

     Imposible sería olvidar la impresión que en mi espíritu naciente causaba esa efigie de la

Llorona aterradora.

     Cuando un niño lloraba o se negaba a dormir en las noches tempestuosas de invierno, la niñera lo amenazaba con la Llorona que era una mujer muy vieja entonces, joven cuando cometió el horrendo crimen que la convirtió en inmortal palpitación del dolor.

     La Llorona es una madre que, en un momento de cobardía o quizá de locura, quiso salvar su honor a costa de la vida de su hijo. Acabada de nacer la criatura, la sumergió en las aguas del río, y una vez ahogada, abandonó el cadáver a merced de la corriente. En el mismo momento en que tan horrendo crimen consumaba, una voz misteriosa pronunció la eterna maldición que sigue contra la madre desnaturalizada:  “Vivirás llorando y buscando tu niño por los siglos de los siglos”… Y un gemido del hijo contestó:  “Así será, maldita seas”.

     La tradición da por verificado este suceso en el año mil de la era cristiana, y por consiguiente, la incansable desventurada llora hace casi nueve siglos de continuo. Por eso su rostro está surcado por dos cicatrices, por donde corren siempre, ya no dos lágrimas, sino sangre que mana de sus ojos.

     Los cabellos, que no le han sido cortados desde que cometió el horripilante crimen, le envuelven la cabeza y le cubren la cara formando un bosque apelmasado [sic] y lanoso; y las uñas, de más de una pulgada de largo, solo m le sirven para escudriñar las aguas sucias y barrialosas de los riachuelos y acequias de las poblaciones.

     ¡Cuántas veces mi inocente imaginación me hizo ver y oír esa errante dolorosa!

     En efecto, a la edad de seis años, yo habría jurado sin vacilar que la Llorona me había besado y abrazado, pues una noche se acercó a mi casa un muchacho que vendía elotes cocidos. Verlos y exigir que me regalaran una o dos de tan apetitosas mazorcas fue una sola cosa. La niñera se negó rotundamente a satisfacer mi capricho, alegando que los elotes eran dañinos en indigestos a esas horas. Yo persistí y lloré y grité y mordí a la prudente criada, quien por fin apeló al gran argumento: la Llorona. Se me notificó que si seguía gritando llamarían a ese espantajo; mas yo, que no tenía seguridad de su existencia, no hice caso de la amenaza. Estaba en lo mejor de mis furores, cuando vi entrar a la alcoba a una vieja con el pelo en desorden, dando unos gemidos espantosos.  “Llévate este niño, Llorona”…, dijo mi nodriza; y me puso en brazos de la vieja, quien me dio varios besos, fingiendo que lloraba. Por supuesto que yo no tuve valor para mirar de frente a aquella fatídica aparición… Hasta la facultad de gritar perdí desde que me sentí en poder de la Llorona. Apenas pude arrojar al viento la frase temblorosa grité:  “¡No quiero elotes, nunca más elotes!”… El remedio fue efectivo, porque al oír mi palinodia, me pasaron de los brazos de la Llorona a los de mi china.

     Desde esa representación tan a lo vivo creí firmemente en la existencia de la inmortal Llorona, y fue santo remedio para todos mis caprichos, la amenaza de sus besos y abrazos.

     Ya véis, querido lector, que la leyenda no miente. La Llorona existe en realidad…en la imaginación de los niños y en la memoria de los viejos.

 


BIBLIOGRAFÍA

 

Argüello Mora, M. (1963). Obras literarias e históricas. [Prólogo y notas críticas de Abelardo Bonilla Baldares y Apéndice complementario de anotaciones históricas del Prof. Carlos Meléndez]. Editorial Costa Rica.

Bonilla Baldares, A. (1981). Historia de la literatura costarricense. Universidad Autónoma de Centro América. Colección STVDIVM.

Durán Luzio, J. (2003). Senderos de identidad. (Diez ensayos sobre literatura costarricense). Editorial Costa Rica.

Facio, J. A. (2009). Don Manuel Argüello Mora. Ensayos y crónicas de una época (1892-1931). [Edición, selección, prólogo y notas Lenis Abarca Monge]. EUNED.

Marín Cañas, J. (1975). “A la manera de prólogo a la obra de don Manuel Argüello Mora”. En: Argüello Mora, Manuel. La Trinchera y otras páginas históricas. Editorial Costa Rica.

Sotela, R. (1942). Escritores de Costa Rica. Imprenta Lehmann.


[1] Docente e investigador literario. Coordinador nacional de la Unión Hispanomundial de Escritores en Costa Rica. Correo electrónico Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo..

[2] La mejor biografía de Argüello Mora se debe a don Justo A. Facio y se publicóp en Páginas Ilustradas, año III, No. 102, 8 de julio de 1906. Y la mejor semblanza la debemos a Aquileo J. Echeverría publicada en la misma revista y con la misma fecha e incluida en “Crónicas y cuentos míos”, del propio Aquileo que publicó La Tribuna en 1934. [Nota del compilador: esta obra de Aquileo tiene una segunda edición Editorial STVDIVM, U.A.C.A., 1981).

[3] Don Toribio Argüello, abogado era de origen nicaragüense. Llegó a Costa Rica como exiliado político y aquí casó con una hermana de don Juan Rafael Mora y desempeñó varios importantes cargos públicos. Murió en San José en 1838.

[4] El autor dedica un artículo a ese centro educativo: el titulado “Mi primer colegio”.

[5] Don Manuel Argüello Mora poseyó en 1871 un almacén llamado “Bazar Atlántico”, según nos informa Magón en su cuadro de costumbre “La guerra franco prusiana”. Estaba situado 50 varas al norte de la esquina noroeste de la Plaza Principal, es decir, del actual Parque Central.

[6] Esta es una de las leyendas más populares en Costa Rica y de las que más se han explotado por los escritores. En alguno de ellos hemos leído la opinión de que esta leyenda tiene origen mexicano. (Nota de Abelardo Bonilla).